Epílogo: En Compañía del Ser Odiado

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NOTA DE LA AUTORA: Los fragmentos en negrita de la parte final del epílogo son las partes de un relato completo de Ryūnosuke Akutagawa titulado "El hilo de la araña"

NOTA DE LA AUTORA: Los fragmentos en negrita de la parte final del epílogo son las partes de un relato completo de Ryūnosuke Akutagawa titulado "El hilo de la araña"

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Sangre...

Sudor...

Gritos de dolor...

Gemidos de placer...

Luces parpadeantes entre las tinieblas de un húmedo sótano...

El chasquido de un látigo contra una valla metálica...

Y tiempo...

Ese implacable cabrón que había decidido discurrir a saltos.

Tan fugaces eran los saltos que la confusión producida era máxima. Breves destellos de conciencia y cordura que apenas eran suficientes para que Naraku ordenase mínimamente sus ideas; ni mucho menos para poder calcular cuánto tiempo había pasado desde que fue devorado por esa espiral de locura sobre la que cabalgaba.

Lo detestaba... Con todas sus fuerzas. Sabía que lo merecía pero no por ello dejaba de detestar aquello en lo que su existencia se había convertido.

Pero no os engañéis, Naraku no detestaba el dolor, la humillación o la tortura. Ni siquiera detestaba el placer que durante breves instantes le era ofrecido. Porque sí, el placer se le proporcionaba. Un placer tan extremo como el dolor, un placer que no era capaz de manejar. Se detestaba a si mismo por no poder soportarlo, por no por no ser capaz de obligar a su cuerpo a resistir despierto como para asimilarlo, por no lograr mantener la conciencia durante el tiempo suficiente como para recordarlo.

Su mente se estuvo ahogando entre pesadillas y breves destellos de realidad durante demasiado tiempo. Los intervalos de descanso eran harto insuficientes para que las heridas sanasen, los momentos de conciencia, demasiado cortos y difuminados para ser digeridos. Aún así, la reacción de su mente no era lógica, no era normal. Conocía demasiado bien los efectos de prácticamente cualquier droga como para no darse cuenta que le eran suministradas con cada ración de comida o agua, pero el agotamiento físico con el que había estado lidiando su cuerpo le había hecho descubrir esos efectos a un nivel completamente nuevo. Por eso no había manera de que pudiéramos descubrir cuánto tiempo llevaba así. Podría tratarse de días, de meses o de años. Desde luego Naraku no tenía forma de calcularlo; ni siquiera era consciente del lugar o lugares en los que había estado durante ese desquiciante periodo.

Pero hoy todo era diferente. Hoy era el primer día en mucho tiempo en el que era capaz de armar un pensamiento medianamente coherente.

Tras más de una semana de un reparador sueño sin sueños, hoy Naraku abrió los ojos de manera natural, sin que su despertar fuera propiciado por un intenso calambrazo de dolor.

Por primera vez había luz natural bañando la estancia en la que se encontraba. Por primera vez tenía libertad para mover todas sus extremidades y sus ojos eran capaces de enfocar el aspecto de la decoración a su alrededor.

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