XIV

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Había permanecido en vela casi la totalidad de la noche, esperándolo, la carta lo había confirmado, pronto estarían juntos, así como lo estuvieron desde aquel primer beso bajo el árbol y frente a la puerta de su palacio.

Las emociones eran nuevas todos los días, su sonrisa cada día más maravillosa parecía transportarla a un mundo solo existente para los dos, a pesar de verse inmersos en aquella fatídica lucha de la que desde niños les es imposible escapar.

Alistair... sería para ella... lo que jamás pensó tener... poseer... una figura masculina a la cual ver como hombre y junto a eso la necesidad de permanecer a su lado y sentirse confortada en él.

O al menos eso era lo que pensaba, tras dejarlo descansar en el sofá dentro de su habitación, había salido despacio, hasta llegar a asomarse a las gradas principales, en donde presenció una discusión de la que no pretendía ser partícipe.

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MYTHICAL BUTTERFLY

XIV

—¡La respuesta es no!

—¿Y desde cuando eres tú alguien para impedirme nada? No tienes idea de con quien estás hablando.

—Precisamente porque lo sé... es que no entiendo porqué los guardias en la puerta del palacio te han dejado pasar.

—¡Y la irreverencia continúa! ¡Cómo te atreves a ponerte a mi nivel y hablarme con semejante informalidad! Cuando no eres tú más que una criada del príncipe.

—¡Yo no soy ninguna criada!

Stacia no entendía en absoluto lo que estaba sucediendo, por lo que decidió caminar un poco hasta esconderse tras un pilar.

—¡Exijo verlo! —desde el punto donde estaba ahora la diosa, la figura de la mujer que gritaba era más clara, los cabellos azulados resaltaban su blanca piel, no le pareció de malas intenciones... y era incluso hermosa, ¿Porqué entonces la trataban así?

La otra, que le impedía el paso, era la escolta de Alistair, la había visto varias veces, aunque nunca tuvo oportunidad de hablarle formalmente. A decir verdad no había hablado con nadie más que Agil y alguna vez con Eugeo.

—¿Qué... es ese escándalo?... —la voz aún adormilada del príncipe, se escuchó a sus espaldas, por lo que enseguida volteó.

—Te han despertado... —señaló entonces hacia abajo. —Son esas mujeres... parece que no están de acuerdo en algo.

—...Ah... —entendió al instante al ver hacia donde la diosa le mostró. —Espera aquí... tengo que resolver esto. —La pasó de largo, por lo que ella apretó los puños y con su temperamento a explotar en un hilo, lo detuvo.

—No...

Al escucharla, paró su marcha y se volteó despacio hacia ella. Nadie en su vida le decía no a nada, lo que lo extrañó, ya que aunque alguien intentara negarse a sus pedidos, siempre terminaba saliéndose con la suya, sin embargo, algo en el tono de la diosa le dijo que esta vez no sería así.

—¿Disculpa?

—Que no... —se mantuvo digna, con ambas manos tomadas frente a su abdomen. —No es de buenos modales abandonar a la realeza invitada, por ir a resolver peleas de plebeyas.

Sus palabras abrieron grandes los ojos grises. ¿En verdad ella había dicho eso? ¿Desde cuando Stacia se proclamaba de esa manera?

—Tiene usted toda la razón mi venerable majestad... después de todo este es su reino ahora y soy yo el que debería sentirse terriblemente humillado por el acto atroz que estaba por cometer, hozar abandonarla en un momento como este... lo mejor será dejar que las plebeyas sigan en su discusión hasta que alguna pierda un ojo.

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