XVIII

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Qué extraña sensación...

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MYTHICAL BUTTERFLY

XVIII

Suave... mucho. ¿Es seda?... —Su dedo medio apenas y rozaba sobre la superficie en la que al despertar, se encontraba. —Pétalos... —dijo para si misma, al abrir los ojos. Su mano posada en la rosa, la tomó para llevarla frente a sí.

Su amado no estaba a su lado, y en su lugar, había dejado aquella.

Los recuerdos de la noche anterior, acudieron a su memoria, al verla. Haber sido rozada por la misma, antecesora a los besos de su amado. Cerró los ojos.

Siempre era así con él... queriendo cumplir el sueño de ambos, brindarle un heredero a la corona, se entregaban el uno al otro, sin reservas. Tal vez... con el único temor a ser alcanzados por el tiempo de aquella rosa de plata en la urna de cristal. Pero hasta que ese momento llegara, vivirían al máximo y disfrutarían su amor, para recuperar todo el tiempo que estuvieron separados.

Cinco meses... desde aquella propuesta, el requerimiento que la llevó a alzar la voz y pedir recibir todo de él, con el sueño que aquel príncipe, se convirtiera en el mensaje de paz definitivo entre los reinos, pero absolutamente nada ocurría. Siendo la diosa de la vida, no podía darla... o eso estaba empezando a pensar. ¿Acaso su vientre estaba seco?

—Buenos días, bella durmiente. —La voz de su amado, asomado en la puerta, la hizo regresar a su tiempo y lugar.

—Mi señor... no me llame de esa manera... pobre doncella... —se sentó sobre el colchón, llevando consigo, las mantas hacia su pecho.

—Ni usted me llame de esa manera tan cordial, mi reina... —le sonrió divertido.

—Oh.. mo... eres un...

—¿Un qué? ¿Un esclavo de sus encantos y aroma? —caminó hacia ella, hasta sentarse a su lado, al verla sonrojada. No podía rebatirlo, pero no podía evitar encandilarse con su voz. —¿El alma perdida que solo se encuentra al estar dentro suyo?...

—¡Ali! —su columna se irguió, ante sus palabras, coloreando su tez del más profundo carmesí.

—Jaja, no te alteres, nadie puede oírme... y si así fuera, es palabra del rey, es palabra Santa. —Habla ceremonioso, por lo que ella se encoje de hombros.

—¿Nunca te cansarás de eso?... —lo miró intrigada al parpadear.

—¿De qué?

—¿De ser tan encantador?...

—Jajajaja, solo porque eres tú, Stacia. —Aunque él le sonrió, como siempre, atento y con toda la confianza, haciéndolo lucir apuesto y atrayente, la diosa, se sintió vulnerable por sus palabras, por lo que terminó bajando la mirada. —¿Qué sucede?... ¿Dije algo muy extraño?

La dama de largos cabellos de atardecer, no pudo contestar, terminó por encogerse sobre si misma, doblando las rodillas bajo las mantas, para abrazarlas y apoyar su mentón en ellas.

—¿Y ahora?... ¿Eres un caracol? ¿Puedo ser yo esa cosa babosa que va dentro?

—¿Siempre tienes que tratar de ser divertido?... —lo miró, aún en aquella posición.

—Pues... si no lo soy... mi vida sería seria y normal... —se tumbó hacia atrás sobre la cama. —¿No te gusta? —preguntó mirando hacia el techo.

—Me gusta...

—Porque si no te gusta, puedo cambiar... haría lo que fuera por ti...

—¡Me gusta! —gritó ya desesperada al ver el rumbo que estaba tomando la conversación, amaba a su príncipe, ahora rey, con tan buen sentido del humor, pasaba los días a su lado, cual montada en una nube, de la que si caía era atrapada entre sus brazos. Por lo que se había levantado y colocando los brazos a los lados de la cabeza del rey, dejó caer su cabello a rozarle las mejillas.

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