31. Libros

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—Mira ese! —Alec estaba sonriendo como Magnus nunca lo había visto. Sonriendo de verdad, de esas sonrisas que dejan arruguitas hermosas, que marcan la piel con huellas de felicidad.

Estaba tirando de él, entre las estanterías, sin pena alguna, sin pensar en que la gente los veía, como si existieran sólo ellos y los libros.

Pero no parecía querer demostrar algo, como con el empleado. Era simplemente que Alec se sentía bien ahí.

Magnus sonrió mientras Alec lo soltaba y casi se lanzaba al libro que le había señalado. La forma en que Alec acarició la portada del libro, con delicadeza y casi con adoración, hizo que el pecho de Magnus doliera imaginándoselo pasando sus manos de esa forma sobre su piel, sobre su vientre.

Sintió un nudo en la garganta y se volteó hacia la estantería de en frente, limpiando discretamente la humedad en sus ojos. Su mirada se cruzó con la del empleado aquel que había querido ayudarle, Magnus le sonrió para tranquilizarlo.

—¡Mira! —repitió Alec, como un niño pequeño—. Se ve bien, ¿cierto?

Magnus sonrió, inevitablemente. —¿Eres de los que juzgan un libro por su portada? ¿Por qué no me sorprende?

Alec incluso hizo un puchero. Magnus creía nunca haberlo visto haciendo un puchero. —Las portadas son, queramos o no, lo primero que vemos junto con el título. Eso es lo que más nos llama. Ya de ahí, lees la sinopsis o el inicio de la historia y te quedas dentro hasta que llegas al final, y luego el vacío al terminar...

Alec suspiró y Magnus quiso abrazarlo fuerte. Magnus mordió sus labios antes de darle la razón. —¿Y sobre qué es?

—Mira, ven —lec seguía tan emocionado, rodeó sus hombros con un brazo y le mostró la sinopsis, aunque se la leyó en voz alta también.

—Suena interesante —aunque Magnus no podía concentrarse, sintiendo la piel de Alec contra la suya.

—¡Sí! Lo voy a comprar. Podemos leerlo antes de dormir... ¿Crees que sea verdad que los bebés escuchan?

Magnus se guardó de decirle que eran unas cosas minúsculas en este momento y de preguntarle cómo sabía eso. ¿Alec habría, a pesar de todo, investigado sobre el tema?

Pero Alec no esperó respuesta, fue a pagar el libro con una gran sonrisa.

Y Magnus se quedó ahí, rodeado de libros, con una sonrisa sorprendida. ¿Quién iba a decir que a Alec lo ablandaban los libros, convirtiéndolo en alguien completamente diferente, alguien que Magnus había imaginado cuando se vieron la primera vez?

—¿Quieres comer algo? —preguntó Alec, cuando regresó—. ¿Un helado? ¿Puedes comer helado?

Magnus sonrió, ¡claro que quería un helado!, ¿quién no querría helados? —¿No te molesta que nos vean?

Alec lo dudó un momento, parecía que recién se diera cuenta que estaban en público, pero al final dijo "Ya nos están viendo".

Encadenados (Malec Mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora