77. El momento perfecfo

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Encajamos juntos como si nosotros fuéramos hechos a partir del mismo molde y luego rotos aparte en dos personas separadas.
(S.G.)

* * *

La posición probablemente no era la más cómoda, tener que girar el rostro para besar a Alec, pero Magnus no iba a quejarse. Había tanta necesidad en la mirada de Alec, tanta intensidad y palabras no dichas en la forma en que sus labios reclamaban los suyos.

Alec siempre tan cauteloso -primero por miedo y aprensión a tocarlo debido a que era un hombre y era "incorrecto" y, después, por no querer hacerle daño, por temor a lastimarlo- hoy estaba siendo un poco más expresivo, sus caricias se demoraban más sobre la piel de Magnus, sus manos seguían siendo suaves recorriendo aquel cuerpo, pero había pasión contenida en esos dedos resbalando sobre su encadenado y la forma en que lo besaba estaba perdiendo a Magnus.

Se separó, con un gimoteo desesperado, cuando respirar se hizo absolutamente necesario. Alec se habría reído si no fuera porque él también se estiró, tratando de recuperar los labios de Magnus al instante, intentando prolongar el beso.

Respiraban con dificultad ambos y hubo sonrisas nerviosas cuando se miraron. Podían leer en la mirada contraria. Verde dorado y azul. Alec dejó una mano en la cadera de Magnus y la otra acarició con ternura un lado de su rostro, casi sólo rozando las yemas de sus dedos sobre la piel.

Ahora que el momento llegó, ahora que era posible, ¿cómo proponérselo a Magnus? Era real, justo aquí y ahora.

Pero no hizo falta. No hacían falta las palabras. Magnus puso su mano sobre la de su encadenado sobre su rostro y luego la retiró, moviéndose para darse la vuelta y sentarse, mirando de frente a Alec lo dijo: —Sí.

Alec parpadeó sorprendido, ¿Magnus leía mentes o él había hablado en voz alta?, o, quizá, sólo estaban aprendiendo a leerse y su encadenado sabía, o, simplemente, deseaba lo mismo.

Magnus mordió sus labios y luego sonrió, tímidamente. —Si tú quieres, si todavía quieres, si no hay problema para ti al verme así, sentir mi cuerpo así... —un dedo de Alec sobre sus labios lo silenció.

Alec hundió su mano bajo la camisa de Magnus, su palma acariciando ese vientre abultado. Se inclinó, mientras subía más la prenda, hasta poder dejar sus labios recorrer de nuevo el camino que su mano hacía.

Magnus se estremeció con cada suave beso. Los labios de Alec dejaban un hormigueo ahí donde tocaban, electricidad inundando su cuerpo.

—Magnus, mi amor —Alec suspiró, sin separar sus labios de aquella piel, hubo una sonrisa después de esas dos palabras, nunca creyó que se sentirían tan bien y tan reales—, esto —enfatizó sus palabras dando otro beso y una caricia sobre su vientre— es lo que nos ha unido, esta cadena que más bien parece el destino o nuestros corazones llamándose, esto te trajo a mí. Tú no eres inseguro, Magnus, amas verte así, puedo cerrar los ojos y recordar tu sonrisa cuando te miras al espejo y ves tu vientre abultado. No te sientas menos hermoso o deseable por tu cuerpo. Me has enamorado sin importar tu sexo, que seas hombre nunca debió haberme detenido o asustado tanto, tu físico tampoco importa. O sí, porque yo me he ido enamorando de ti mientras tu vientre crece, mientras tu cuerpo cambia, para mí eres simplemente más perfecto cada día, mi amor.

Magnus acarició el cabello de Alec, sin poder creer su suerte al encontrar a este hombre, maravillado con el cambio en sus pensamientos y sentimientos, y agradecido por ser correspondido en el inmenso amor que, como Alec dijo, sólo crecía más cada día.

Magnus se movió un poco, hasta alejarse de su encadenado. Alec lo miró inseguro y con algo de miedo, ¿dijo algo malo?

Pero entonces Magnus se puso de pie y se sacó la camisa, dejando su cuerpo de la cintura para arriba desnudo, su piel se erizó al sentir el aire frío golpearlo y luego se encendió, ardía por dentro y por fuera al ver a Alec mirarlo así.

Ellos nunca -a excepción de esa primera vez, cuando concibieron a Max y a Rafa- se habían visto desnudos.

Habían comenzado a dormir juntos, a sentir el cuerpo del otro contra el propio, a besarse, a dejar caricias cada vez más largas y llenas de curiosidad por descubrir y sentir más, pero nunca se habían visto desnudos.

Alec recorrió con la mirada a su hermoso encadenado frente a él. Aquel rostro que tanto le gustaba, el cuello que amaba besar, los hombros, los brazos, esas manos que se sentían tan bien sobre su piel, las caderas, el abultado vientre, subió a su pecho y clavículas...

Casi seis meses habían pasado. Eran otros, no sólo físicamente, habían cambiado sus formas de pensar y sus sentimientos. Era verdad, el cuerpo de Magnus había cambiado, pero en aquel entonces, cuando Alec tuvo un cuerpo delgado en sus manos, su corazón no latía lleno de amor por él, sus manos no hormigueaban por el deseo de acariciar cada rincón, sus labios no anhelaban besarlo lentamente, adorarlo; para Alec no importaba ver ahora a su encadenado embarazado, con un cuerpo no esbelto, él lo deseaba y lo amaba así.

Dicen que el momento perfecto llega sin esperarlo. Hace casi seis meses, con cuerpos aparentemente perfectos y deseables, el amor no estaba ahí, el deseo de amar. Hoy, hoy era realmente perfecto, sin necesidad de cambiar nada más.

Alec se puso de pie, con una sonrisa nerviosa. Dios, se moría de miedo de no hacerlo bien. Liberó el labio que Magnus mordía nervioso por el largo silencio y lo besó, tan lento como pudo, buscando sus manos y entrelazándolas con las suyas, prometió justamente lo que ese beso fue: —Lento. Voy a amarte lento, Magnus, pero, sobre todo, lo primero: amarte. Voy a hacer que te sientas tan amado que vas a olvidar cualquier inseguridad y duda de que seas perfecto para mí justo como eres.


Encadenados (Malec Mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora