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SungYeol suspira poniéndose nuevamente el mandil para atender el negocio. La fina tela se siente pasada en sus manos y cuando la pasa por su cuello siente toda la responsabilidad caer nuevamente sobre sus hombros. Busca en el bolsillo de su billetera entre el dinero y algunas pequeñas notas de recordatorio y la encuentra:

La foto. 

Esa pequeña imagen que siempre lo acompaña. Es un pequeño SungYeol de solo siete años de edad con su primer uniforme de escuela, por esa época sus padres recién estaban ganando clientela en un negocio familiar que tenía grandes cadenas de supermercados a su alrededor y nada de sana competencia. Era duro y cruel y él nunca olvidará sus raíces. 

Jamás podría olvidar que tenía solo un par de zapatillas a las cuales cuidaba con ahínco, solo usándolas para ir a clases y a una que otra fiestita de cumpleaños. Así como también recuerda tener solo una muda de ropa buena para salir y no importaba que siempre fuera con la misma muda a todos lados, para él era simplemente suficiente. 

En su memoria se agolpan imágenes suyas siendo un niño muy feliz, sin importar que su estómago solo conociera un plato de alimento al día o que su cuaderno fuera comprado en las tiendas de segunda donde reciclaban el papel. 

En su piel aun ardía el tibio tacto de su madre al tomarle la mano para llevarlo cada día a la escuela sin ni siquiera notar la enorme distancia que recorrían a pie para llegar al establecimiento. Sus ojos guardaban la viva imagen de sus padres despidiéndose orgullosos de poder darle la educación a la que ellos no habían podido acceder por ser personas de áreas rurales y por el simple hecho de haber tenido que trabajar toda la vida. 

Él no sabía lo pobre que era porque su mente no comprendía que el mundo allí afuera (fuera del amor hogareño de su familia) se dividía en clases sociales y que la gente se acomodaba por su capital y nada más que por ello. No lo supo hasta que alguien se lo hizo saber en la escuela. 

Cuando dicen que los niños pueden ser crueles se quedan malditamente cortos. 

El conoció la humillación por primera vez en la escuela, donde fue medido insensiblemente por el desgaste de su ropa o por la calidad de sus útiles. Con siete años, el descubrió que era pobre, y no solamente pobre, sino que estaba en la completa marginación social. Lo supo de la peor manera, bajo las burlas constantes por los agujeros de sus calzados o la falta de color de su uniforme regalado o el aroma a jabón económico que tenía su ropa. 

Eso también le hizo darse cuenta de que el único sentido de crecer era ganar dinero, el dinero al menos podría equilibrar su condición a la de los demás. 

A los ocho años comenzó a trabajar hombro a hombro con sus padres para hacer crecer la tienda que estaba al borde de la banca rota. La gente no compraba sus víveres en una pequeña tienda con poca variedad, ellos iban a las grandes cadenas para conseguir mejores marcas. Siendo tan pequeño ideó cientos de estrategias para atraer clientes. Él mismo repartía pequeños anuncios hechos a mano por el mismo para dar a conocer su negocio. 

Sus padres estaban cada vez más orgullosos de que su único hijo fuera tan trabajador, ignorando las verdaderas razones que lo movilizaban para realizarlo. Desconociendo completamente el hecho de que su orgullo estaba herido y que su pequeño corazón había conocido el rencor y el desprecio por su condición económica. 

Ahora SungYeol volvía a abrir su billetera para guardar la fotografía y los billetes eran abundantes, él había logrado hacer, junto a sus progenitores, una modesta fortuna allí. La crisis económica que golpeó a las grandes empresas también fue de gran ayuda para consolidarse, sin embargo su constancia y tenacidad fue lo que forjaron los cimientos, allí mismo. 

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