48. Un deseo a un hada

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Iniesto y Nereida congeniaban muy bien, la muchacha dejó de ser tan acosadora, pero continuaba siendo sobre protectora y cariñosa con el muchacho, al cual, al parecer, no le molestaba mucho. Era algo raro en él, porque siempre había odiado a las chicas empalagosas y cursis pero con ella no sucedía lo mismo, nada era lo mismo.

Sintieron la ausencia de los chicos cuando éstos tuvieron que marcharse unos días para ir por la famosa piedra del destino. Casi al terminar el curso, los alumnos asistían a un lugar del cual se desconocía la ubicación. Eran muy pocas las personas que tenían el privilegio de conocer esa información, un lugar tan lejano como misterioso, un lugar llamado: «el círculo místico». En éste se realizaban muchos ritos mágicos que involucraban demasiadas artes oscuras o blancas.

Era el centro de energía mágica que mantenía los poderes y las fuerzas más extraordinarias del reino.

El único que quedó fue Naudur, pues él seguía en segundo, al igual que las chicas.

Las clases de Blodin no cambiaron para nada, se procuró que nadie supiera acerca de lo sucedido entre él y Nereida, así que el profesor no pasaba de la indiferencia habitual y viceversa. Nereida se sentía aliviada por ya no tener que convivir con un padre tan malvado como el suyo, ahora extrañaba a su madre más que nunca, desearía haber estado con ella en la hermosa casita que ahora adoraba. Había sido una lástima que tuviera que decirle adiós tan pronto, pero simplemente decidió resignarse.

Todas las materias eran mucho más difíciles que antes, los exámenes se aproximaban cada vez más y los nervios brotaban entre el cuerpo estudiantil del Coralli. Estas eran las segundas pruebas que tomarían, conocían a la perfección las técnicas de los profesores para aplicar los exámenes, pero seguían más que preocupadas porque no querían repetir tantas materias para el siguiente año.

Las muchachas decidieron salir a los alrededores de la escuela para poder relajarse un momento, caminaron entre los verdes bosques del lugar, llegaron a cierto punto en donde el aire se sentía diferente. Estaban muy alejadas, no sabían exactamente cuánto, pero parecía un lugar mágico.

Las chicas notaron algo extraño, había un pequeño resplandor que se admiraba cerca de un árbol, se miraron extrañadas y caminaron apuradas hasta el lugar en cuestión. Cuando llegaron, vieron un enorme árbol frondoso con pequeñas lucecillas de colores que estaban sobre las hojas, casi parecían flores.

—Increíble, ¿qué serán? —preguntó Shinzo acercándose al árbol para mirar las lucecillas.

—Creo que son... —comenzó a decir Nereida.

—¡Hadas! —exclamó Kimiosea emocionada—. Son hadas del bosque.

—Son asombrosas —dijo Esmeralda tratando de escalar el árbol, pero algunas de las lucecillas comenzaron a moverse en dirección a las chicas.

—Hola, pequeñitas —susurró Kimiosea a las pequeñas criaturitas que resplandecían con diferentes colores. Tenían caritas redondas y cachetonas, vestiditos esponjosos y la apariencia de niñas de tres años, medían aproximadamente la mitad de un dedo.

—Les puedes pedir un deseo —indicó Nereida y todas sonrieron—. Sólo tienen que esperar a que una se pose en su hombro y le susurran su deseo.

Es bien conocido en Imperia que las hadas son criaturas muy difíciles de ver. Siempre andan rondando por ahí y, con su capacidad de volverse invisibles, eran mucho más escurridizas. Pero había un tiempo en el que viajaban por el reino en busca de personas que necesitaran un deseo, pues ese era su trabajo, conceder deseos. 

A veces sólo podían conceder el de dos personas, máximo, en su corta vida. Algunos decían que ellas venían como parte de tu destino, si algo malo te había sucedido, era muy probable que un hada apareciera años después para cumplirte un deseo. Antes había incluso cazadores que dedicaban su vida entera en la busca de estas tiernas y pequeñas criaturitas, pero todos perdían su tiempo, las hadas son sumamente brillantes, además de poseer cualidades especiales; tanto éstas, como las sirenas, eran las criaturas menos frecuentes de ver en el reino.

Las chicas aguardaron pacientes hasta que las haditas se posaron en los hombros de cada una de ellas y todas susurraron su deseo, inmediatamente las lucecillas volaron hacia el cielo y se perdieron de vista.

Poco después decidieron regresar a los dormitorios ya que se estaba haciendo muy noche y necesitaban descansar. Todas se quedaron con la esperanza de que sus deseos se cumplieran, algunos eran muy alejados de la realidad, según ellas, otros eran menos descabellados, pero continuaban siendo sus deseos más intensos.

La espera se pasó muy rápido y los chicos regresaron cuando menos los esperaban, parecían emocionados. Dimitri traía un círculo hecho de piedra de río colgado en el cuello, tenía grabado un corazón con una espada sobre de él; el de Iniesto era una piedra diferente, ésta tenía un árbol con cinco ramas y una espada posada sobre él. Los chicos confesaron no saber lo que significaba cada símbolo, pero se encontraban felices de haberla recibido.

Pasaron el tiempo de comida todos juntos, cabalgaron mucho tiempo. Ahora las muchachas lo hacían bastante bien, nada comparado con el inicio del año, cuando no podían ir más rápido que un caracol. Poco a poco comenzaron a adaptarse a sus fieles corceles que resultaban de personalidad muy parecida. La profesora Bronét dijo que era muy común esta situación, el dueño del caballo y éste tenían un carácter en común, lo cual facilitaba la convivencia entre ambos.

—Me alegra ya tener la piedra —exclamó Dimitri sonriendo mientras detenía lentamente a Ánimus.

—Yo me muero de ganas por tenerla —confesó Esmeralda acariciando a Situani.

—Sólo falta un año —dijo Shinzo—. No nos han contado cómo fue que se las dieron.

—No podemos —explicó Iniesto—. Prometimos no decirle a nadie.

—¿Ni siquiera a mí? —preguntó sonriente Nereida al chico.

—No, preciosa —contestó el muchacho acariciando su brazo—. Pero ya pronto verán y estoy seguro de que les fascinará.

—Queríamos invitarlas al Shésimu a celebrar el final del año escolar, ¿qué les parece? —propuso Dimitri—. Pero esta vez queremos que Esmeralda coma y no sirva la comida.

—En cuanto pasen los exámenes tengo permiso de faltar hasta que empiece el siguiente año escolar —explicó la muchacha sonriente.

—Así que en la tarde podemos ir por los vestidos que tanto esperamos —dijo Kimiosea emocionada.

—Y en la noche iremos con ustedes —continuó Esmeralda.

—Perfecto —concluyó Dimitri y todos siguieron cabalgando por los hermosos bosques de la escuela.

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-Sweethazelnut.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora