Capítulo 9

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En lo rápido y confuso de la situación, él también logra ver mi rostro y en realidad nose si se sorprende o se espanta

- Perdoname - logra decir con la vergüenza invadiendo su rostro y sale corriendo, huyendo sin robarme nada pero sin ayudarme tampoco.

Me pongo de pie lentamente, mi cabeza sangra donde me golpee y siento que punza fuerte pero no creo que sea nada grave; miro a los lados y veo que estoy cerca de las oficinas de Anaís donde me espera Bautista.

Conozco a Bautista desde niña, no me resultaba vergonzoso que me viera en las condiciones que me encontraba, pero gracias a mi mala suerte Bautista no estaba solo; se encontraba acompañado de un muchacho no mucho mayor que yo. Quede helada unos minutos tras abrir la puerta de la pequeña oficina (que no era más que la parte delantera del depósito de documentos, papá había instalado un escritorio y sillas a modo de poder recibir posibles clientes, empleados o reuniones; en la habitación siguiente estaba el depósito de archivos y documentos importantes). Observe detenidamente a ambos en minutos que pasan imperceptibles pues ellos me están analizando igualmente sorprendidos y así nos encontramos refugiados en el asombro, suspendidos en ese universo paralelo al que nos trasladamos eventualmente donde el tiempo se encuentra suspendido e inherente a la realidad.

En los años que me mantuve forzosamente alejada de Anaís Bautista fue siendo reemplazado por versiones mayores de él mismo, aplastado por el trabajo propio más las responsabilidades que mi madre le asignaba, no había nacido con el don del negocio como le decía a mi madre a menudo. Bautista nació pescador de familia de pescadores, donde el oficio se lleva en la sangre, siempre fue el mejor trabajador de mi padre, muy capaz y dispuesto siempre a embarcarse y enfrentar las más complicadas situaciones sin titubear. El cuerpo aún se veía fuerte por lo que se puede deducir que aun continua trabajando, pero en el rostro se le ve el cansancio de las responsabilidades extra, tiene el ceño fruncido con arrugas que lo exponen en una expresión perpetua de desagrado; pero sus ojos aún muestran el mismo fuego y amor al desafío que siempre y es justamente lo que yo venía a buscar.

El muchacho que lo acompañaba era alto y musculoso, con piel bronceada y curtida por el oficio; supongo que ha de ser un trabajador. No veo sus pies pero tiene un jean azul clásico, una musculosa blanca que resalta su buen estado físico, pelo castaño y lacio que cae desordenado sobre su rostro. Debo reconocer que es guapo, y aun cuando no parece ser mucho mayor que yo, su rostro no es infantil ni su mirada juguetona como la de Diego sino que se ve serio, tal vez maduro y con ojos que desafían por naturaleza propia. Mirando los ojos de este muchacho, viendo su rostro, comprendo que me mira como quien mira a un bicho que se posa sobre su zapato o su comida, entre asco y desagrado, o simple desaprobación; y no me gusta.

Sacudo mi cabeza e intentando parecer más seria, saliendo de mi estado absorto y me sacudo un poco de polvo (lo cual aumentó lo desagradable de mi situacion, efecto contrario al que yo buscaba pero lo ignoré).

-Bautista, que suerte que aún te encuentro, se me hizo un poco tarde; cuando a ti te quede bien podemos hablar._ Dije mirando al muchacho arrogante, intentando que entendiera que venía a una reunión privada y que él sobraba, y volviendo a mirar a Bautista con aire de suficiencia e importancia agregue - No tengo apuro.

-¿Qué te pasó? _ para mi sorpresa fue el muchacho arrogante quien me respondió.

-Ah, me caí de la bici _ mentí intentando restarle importancia y disimular mi sorpresa ante el descarado que ahora se reía.


Instintivamente fruncí los labios y levanté una ceja, pero no pude responder a su risa burlona porque justo cuando estaba por defender mi orgullo Bautista habló:

Perdida en mi (#PGP2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora