Especial 1: Marca de brujo.

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Casi un año atrás.

–¿Qué es lo que me harán?– preguntó el pequeño mundano tímidamente.

Magnus Bane le tendió una copa con un brebaje de lo más extraño. –Sólo comprobaremos si eres un brujo, si resulta ser así, ésta pócima activara la magia en tu ser, y en el proceso, expondrá tu marca de brujo.– explicó.

Simon, el pequeño mundano, miró brevemente al cazador ojiazul y al brujo de mirada gatuna antes de beber de un sólo trago, la pócima.

Esperaron unos minutos, para que la pócima hiciera efecto. Cuando Magnus lo creyó conveniente, repasó con su magia el cuerpo de Simon, encontrando exitosamente magia de brujo en él.

Magnus le dijo que intentara mover con su magia un velón, que puso en frente suya. Con mucha –muchísima– concentración, Simon lo logró. Pero en su letargo de emoción, sintió algo raro en su cabeza, y por alguna razón, su audición se agudizó y escuchó ruidos de la calle: bocinas de autos, pasos de la gente, animales jodiendo. Se llevó las manos instintivamente a sus orejas, para acallar un poco el ruido tormentoso que le trastornaba... pero no las encontró. Miró horrorizado a la pareja, en busca de consuelo, y se encontró que estos le miraban con sorpresa.

Antes de que Simon dijera nada, Alec habló, con su voz varonil derrochando ternura, pero manteniendo su pose masculina. –Se ve adorable.

Magnus hizo un sonido de aprobación con su garganta. El Gran Brujo pareció compadecerse de Simon al notar su expresión confundida y aterrorizada, por lo que dijo: –Simon, querido. Como dije, en el proceso se expuso tu marca de brujo.– y con un chasquido de dedos, apareció un espejo de mano al frente de Simon, quien lo tomó y vio con extrañes su cabeza, encontrando unas orejas negras de gato.

Chilló de sorpresa. –¿Cómo se supone que viva con eso? ¿Tendré que andar todo el tiempo luciendo una gorra para ocultarlas, como Inuyasha?– preguntó, desvariando.

La pareja no entendió a qué demonios se refería.

–No, claro que no usarás gorras, ni nada por el estilo. Con un buen glamour podrás esconderlas, y lucir las orejas humanas que estás acostumbrado a llevar.– explicó Magnus.

–¿Y cómo hago eso?– inquirió curioso el brujito menor, sin apartar la vista del espejo que mostraba sus gatunas orejas. Llevó una mano a éstas, y las acarició, encontrándolas muy suaves. Curiosamente, ronroneó ante el propio mimo.

Alec rió, y Magnus le siguió, encontrando la escena muy tierna.

El resto de la tarde Magnus le enseñó a cómo glamurizarse las orejas. Y obtuvo muy buenos resultados, y hasta siempre, los únicos que sabían cuál era la peculiar marca de brujo, eran Alec y Magnus.


En la actualidad.


–No veo el problema. – rezongó Alec, mirando con incredulidad a su parabatai. La reciente pareja estaba enfrente de Alec, en una improvisada terapia de pareja. Y Alec, con su pequeña experiencia como buzón de quejas, estaba jugando el papel de terapeuta. De nuevo.

–¿Vez lo que digo?– pinchó Simon. – Es absurdo.

–¡Ninguno me entiende!– se quejó Jace.

–¡Porque no eres específico, ni te sabes explicar!– exclamaron al unísono Alec y Simon, extrañamente.

Jace frunció el ceño ante eso.

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