Ah, los Morgenstern.
Una pequeña familia de cuatro cazadores de sombras.
Sencillamente le caían de la patada a Alec. Él no los soporta, bueno, a tres de cuatro.
Aquella familia vivía en Idris, pero de repente les picó y se mudaron a New York, por ende, terminaron por vivir en el Instituto. Todo normal. El mayor de los Lightwood, en aquel tiempo, jefe interino del instituto de cazadores a sus dieciocho primaveras, fue sumamente cordial y respetuoso con ellos.
Jocelyn, la madre, era todo un encanto materno, con todas sus letras. Valentine, el padre, es enfocado en sus metas –secretas, nadie sabía qué demonios tramaba–, decidido, perverso. Jonathan, el hijo mayor, ése tiene problemas, lleva consigo un gran odio al mundo, aparte de sus serios problemas de ansiedad, es simplemente raro. Clarissa, la menor, es insoportable, creída, y le valían cien hectáreas de verga si tu vida peligraba por su culpa.
Pero, lo peor de todo, es que los tres últimos mencionados compartían cierto detalle en particular: ellos repudiaban a lo subterráneos.
Y sólo con eso, al cazador ojiazul le bastó para mantenerse en una distancia prudencial marcada por el asco. Porque vamos, siglo veintiuno, acuerdos y alianzas de paz, no más rencores. ¡Jelouuu!, el hecho de que siguieran de racistas era como mucho.
¿No?
Lo particular del asunto es, Clarissa se le metió por los ojos a Jace. Envuelta en un aura de inocencia fingida, logró conquistar el corazón del promiscuo cazador. ¿Cómo terminó? Alec odió con toda su pura alma a la pelirroja. Él podía ver a través de ella, veía que no era tan santa, era una pequeña manipuladora. Incluso, por un tiempo, había encantado a Izzy, y no fue hasta que ella misma se dio de cuenta que Clarissa no era tan maravillosa como creía, que se alejo de ella, y todo gracias a que Izzy se enamoró de cierto vampiro. El día en que Izzy dio la noticia, Alec no pudo ponerse más contento, o sea, alguien más aparte de él se daba cuenta de las cosas, era algo.
Alec agradeció al Ángel, no, qué va. Agradeció a toda la corte de ángeles habidos y por haber el que Simon se fijara en Jace –claro, después de digerir la nueva–. Se sabe cómo terminó aquello: Clarissa se descubrió solita ante Jace (con incentivos de Raphael), y Jace se dio de cuenta de la joyita que tenía por novia. Se distanciaron, Jace empezó a pasar tiempo con Simon, éste le sedujo con su inocencia morbosa, Alec hizo de Celestino y los juntó, ahora son una feliz pareja, llevaban poco mas de cuatro meses saliendo.
Y eso estaba bien.
Aunque algo de verdad que inquietaba a Alec.
Era la tranquilidad abrumadora con la que Clarissa se manejaba desde que fue la bomba en la sala de entrenamientos. Alec sospechaba de ella, tramaba algo. Lo sabía, lo sentía. Era abrumador. Porque conociendo lo impulsiva que era, le resultaba sumamente extraño que no hubiera hecho ya un numerito. Estaba consiente de que sea lo que sea que ella se cargaba, iba a explotarle directamente a él en toda su pálida cara.
Y no se equivocó.
Días más tarde, Simon se vio atacado por una horda de demonios enloquecidos después de clases. Eso llevó al colapso nervioso al Gran Brujo y al par de parabatais. Fue grave lo que sucedió, dejó al pequeño brujo en coma durante dos semanas.
Jace estaba desecho. Velaba su sueño inducido, quedándose con él día y noche, negándose a dejarle. No se apartaba, estaba a su lado, aguantado el cansancio a base de runas de resistencia. Magnus se encargaba de revisar y atender a Simon.
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Dirty Thoughts.
FanfictionSimon Lewis es un joven brujo inexperto de quince años, quien cayó bajo el ala protectora de el Gran Brujo de Booklyn, Magnus Bane. El pequeño Simon tiene una secreta-no-tan-secreta fijación por el cazador de sombras, Jace Herondale. Quien a su vez...