Quédate

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En cuanto siento que va a separarse de mi, me apresuro a coger su mano de nuevo.
Quizá nuestra despedida de antes no fuese la mejor, pero saber que está aquí aunque sea por Joley, significa muchísimo para mi.

Había tratado de contactar con Susanna después de llamar al taxi, pero como de costumbre no atendió. Tuve que dejarle un mensaje para decirle hacia donde me dirigía.

—Yo... Vine por Joley. Nos encontramos antes y...
—Está conmigo porque tu no atendiste el puto teléfono.—respondo cabreado.
Erika no tiene porque darle ningún tipo de explicación.
Susanna ya no es mi mujer.
—No encontraba el móvil, pero he venido en cuanto oí el mensaje. ¿Que dijo el médico?
Como siempre, Susanna es buena eludiendo las cuestiones que no le interesan.
Le explico lo que sé sin soltar a Erika. Ella no se irá.
No se cuanto tiempo estaremos aquí, pero quiero hablar con ella.

—Bien. Iré a por un café.
Veo como mira a Erika, a nuestras manos unidas y luego se aleja haciendo una mueca.
En cuanto desaparece de nuestra vista, Erika se suelta y se aleja unos pasos de mi.

—Tenemos que hablar.
—Creo que ya dijimos todo lo necesario. He venido por Joley. En cuanto el médico diga que todo está bien, me iré.
—Tu hablaste. Dejaste claras algunas cosas, pero todavía quiero respuestas. No puedes negar que hay una atracción entre nosotros. No más de lo que yo puedo negarlo. Está ahí y es real así que ahora soy yo quien va a poner las cosas sobre la mesa.
—Esa no es una buena idea.
Contra más se aleja ella de mi, más tentado estoy de acecharla.
Nunca disfruté de el juego del gato y el ratón. Hasta ahora.

—¿Me temes? ¿Te da miedo estar conmigo?
Niega con la cabeza pero aun así sigue retrocediendo. Puedo ver el pánico en sus preciosos ojos, pero no es pánico a que yo pueda herirla físicamente, ni siquiera creo que tema a que pueda herirla de algún modo. Es como si temiese ser ella la que pueda causarme dolor. ¿Como podría? Es tan dulce y Dios... La deseo.

—No te haré daño, hermosa. Mírame a los ojos y confía en mi.
—No puedo.
—¡¿Por qué?! —me desespera que quiera alejarme. Desde que escuché su voz y la vi poco después, hay algo... Nunca he sentido eso.
Nunca he querido poseer a alguien como deseo poseerla a ella.
No solo la quiero en mi cama.
La quiero en mi casa, en mi vida. Joley, ella y yo.

No han pasado ni veinticuatro horas, pero sé que ella es diferente.

—No puedo explicarlo. Solo... Por favor... ¿Por qué no lo entiendes?
—Porque no quiero creer que te niegues a ver lo que puede existir entre nosotros.
Dos pasos más y ella se choca contra la pared. No puede retroceder más y yo aprovecho la ocasión y la acorralo.
Cojo sus manos y las beso, dedo a dedo.
Su respiración se hace más pesada, sus párpados caen y sus labios se entreabren. Es pura tentación.
Acerco mi boca a la de ella.
Sus ojos se cierran del todo y su cuerpo se relaja completamente contra el mío.
—Por favor...
Sus palabras acaban con el juego.
Mis labios caen sobre los de ella, devorando todo a mi paso.
No hay modo de que alguna vez vaya a tener suficiente de Erika.
Contra más conseguía de ella, más quería y teniendo en cuenta mi última relación amorosa, eso debería hacerme correr en dirección contraria.

—Veo que no has perdido el tiempo. Me acusas de meter en mi casa a alguien desconocido pero te ha faltado tiempo para meterte en sus pantalones.

Me separo lentamente de Erika,  pongo ambos brazos a cada lado de su cabeza para que no se mueva, y me vuelvo hacia Susanna.
—Antes de nada, vives en esa casa pero todavía está a mi nombre, por lo que es mía. Dejé claro que no quería a nadie desconocido cerca de mi hija, y con razón. Ahora bien, desde que decidiste joderme y jugar sucio para quedarte con la custodia completa de Joley, y me enteré de lo feliz que haces al jardinero dejando que te folle a cuatro patas en la que también era mi cama, perdiste cualquier derecho a reclamarme nada.

La voz al otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora