Trampa

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Seguí sus instrucciones, pero de ninguna manera iba a quedarme esperando a que él cumpliese su promesa.
A lo largo de los años había conocido a la suficiente gente influyente en el mundo, y a través de esa gente, de una persona en particular, iba a encargarme personalmente  de que ese cabrón desapareciese para siempre de nuestras vidas.

La llamada no me llevó mucho tiempo. Había conocido a Malcom Eddison y a su mujer en una de las galas para recaudar dinero.
El hombre me había caído bien al momento y hablando con él había sabido que tenía unos amigos que dirigían una empresa de seguridad.
No pensé en ellos cuando contraté a los hombres que se suponía debían protegernos, y ahora yacían sin vida en la parte trasera de la casa en la que nos habíamos estado escondiendo.

—Llamaré a los chicos e iremos a por ti en un rato. Ellos son cuidadosos, pero entenderás que me sienta más seguro yendo hacia ti en lugar de dejar que te acerques a donde estoy. No sabes si puedan estar vigilándote. Te llamaré en cinco minutos.
—Gracias.
Esos cinco minutos fueron una agonía, pero Malcom cumplió. Media hora después una furgoneta con el logotipo de una empresa de fumigación aparcó frente a la puerta y un grupo de cinco hombres, entre ellos Malcom, se apearon y abrieron paso al interior.
Miré uno a uno y me sorprendió cuan distintos eran y lo poco que aparentaban el trabajo que hacían.

Uno a uno se presentó, dándome a conocer su historial. Había desde ex policías, a soldados y agentes del FBI. Sin duda, Malcom sabía relacionarse bien y estos hombres realmente sabían de lo que hablaban.

A pesar de que ya le había contado a Malcom la situación, les puse de nuevo al corriente respondiendo a cada una de las preguntas que me hicieron, de este modo se aseguraron de tener todos los datos necesarios.

—Solo hay un problema, no sé donde pueden estar.
—No te preocupes por eso. Tenemos a alguien que puede ayudar—responde uno de ellos con una sonrisa mientras saca su teléfono del bolsillo y lo pone en manos libres.
Dos tonos después una voz femenina irrumpe el silencio.
—¡¿Garreth Taylor, donde demonios estás?!
—Tranquila, Lex. Estoy trabajando y además estás en manos libres.
—Oh, bien. Pensé que escapaste con los chicos de nuevo—una sonrisa cruza el rostro de todos ellos como si compartiesen un secreto.
—Escucha nena, necesito un favor. ¿Tienes tu portátil contigo?
—Por favor, vivo pegada a el.
—Necesito que hagas una búsqueda por mi y me llames cuanto antes.
—Está bien.
Estoy aliviado al ver que ella no hace preguntas. No quiero involucrar a nadie más en esto por miedo a ponerles en peligro. Estos hombres están entrenados y preparados, pero sus mujeres e hijos son algo completamente distinto.
Pienso en Joley y Erika. Ellas y el abuelo son toda la familia que tengo. Por nada del mundo querría verles en peligro y ahora mis dos chicas lo están. Necesito acabar con esto antes de perder la cabeza del todo. Sé que solo no tengo ninguna oportunidad, pero cuando diez minutos más tarde, Garreth tiene la información que nos faltaba, me quedo de pie junto a ellos y escucho lo que tienen que decir. Sin embargo, unos golpes en la puerta nos ponen a todos alerta.
Uno de ellos, con los brazos llenos de tatuajes, me indica con la cabeza que vaya a abrir.
Otro, Owen, más calmado, se pone tras la puerta en caso de que alguien no deseado entre.
Garreth y el otro hombre, John, se mantienen alejados junto a Malcom para protegerle.

Respiro hondo y abro la puerta. Jadeo cuando veo a mi hija en el suelo, con los ojos cerrados y las manos atadas a la espalda.
Caigo de rodillas junto a ella y lo primero que hago es comprobar su pulso. Mi corazón empieza a latir de nuevo cuando lo siento bajo mis dedos.
Levantándola en brazos la llevo al interior seguido por los demás.
Malcom se apresura a desatar sus manitas mientras la abrazo con todas mis fuerzas.
John se agacha a mi lado y me pide que le deja examinarla. Por lo que sé, además de haber estado en el ejercito, trabajó como obstetra.
Sin alejarme mucho de ellos, veo como examina cuidadosamente que no tenga ninguna herida.

—Tenemos que actuar ya. Voy a matar a ese desgraciado con mis propias manos.
—Tu no vienes—me vuelvo hacia Garreth y lo fulmino con la mirada. No puede prohibirme que vaya. No cuando Erika sigue en manos de ese enfermo.
—No puedes impedírmelo.
—Piensa un poco. ¿Vas a dejar a tu hija aquí sola con el cuerpo de su madre en el piso de arriba?
Maldigo porque tiene razón, pero no puedo quedarme esperando.
—La llevaré a casa de mi abuelo. Allí estará a salvo.
—Y tú también. No tienes experiencia en esto. Solo te pondrás en peligro.
—No me importa.
Estoy dispuesto a dar algunos golpes si es necesario a estos hombres si uno solo de ellos me impide ir con ellos.
—Está en su derecho de venir.
Malcom habla tranquilo mirándome fijamente.
—No pudistéis impedir que yo acudiese a por Eva y Delia. Y no impediréis que él vaya tras su chica tampoco. Es mejor que vaya con vosotros a que lo haga él solo, y lo hará si lo dejáis atrás.
—¡Maldita sea!-maldice Garreth—. Está bien, pero recogeremos a tu abuelo de camino. Le llevaremos a él y a tu hija a un lugar más seguro.
Asiento conforme.
Cojo de nuevo a mi hija en brazos y me dirijo hacia la puerta de entrada cuando el teléfono de Garreth suena de nuevo.
Pone el manos libres mientras camina a mi lado.
—¿Que ocurre, Gab?
—Estoy llegando. Salid por la puerta de atrás. ¡Ahora!
Ninguno de ellos duda y me empujan hacia la salida de atrás al mismo tiempo que una furgoneta oscura derrapa frente a la puerta.
—¡Subid!
Solo cuando nos alejamos, el sonido de una enorme explosión nos hace conscientes de lo cerca que estuvimos de no contarlo. De no ser por este misterioso hombre que conduce como si no existiese un mañana, habríamos caído en una trampa.

La voz al otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora