Prólogo:

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Hajime soltó la pesada bolsa de deporte que cargaba con un sonido fuerte al chocar con el suelo de madera. Raudo se quitó la ropa, metiéndola en una bolsa y cerrándola para luego dejarla apartada junto a la maleta de deporte. Con pies descalzos cruzó la casi vacía habitación hacia el cuarto de baño.

No se molestó en ver su reflejo al pasar frente al espejo sobre el lavabo y directamente se metió en la ducha. Sin esperar a que el agua estuviera siquiera tibia, se metió bajo el chorro sin inmutarse demasiado. Era el shock, tal vez, lo que hacía que fuera incapaz de sentir. Estaba acostumbrado, por así decirlo, era algo habitual últimamente.

Se lavó a consciencia, pasando duramente la esponja por todo su cuerpo hasta que su piel estuvo roja por el trato. Una vez estuvo medianamente satisfecho, abandonó el plato de ducha y secó con una toalla de color verde oscuro. No podía permitirse usar prendas o utensilios de colores claros, dejaban demasiado rastro.

Ya seco, salió del cuarto de baño con la toalla a la cintura. La bolsa de deporte y en la que había metido su ropa ya no estaban. Eficientemente como siempre. Caminó hacia el único armario de la habitación y se puso uno de los pocos conjuntos de ropa que no había tenido que tirar inmediatamente. Con sus jeans oscuros y su camiseta negra con una feliz caricatura de un shiba inu en el centro, se dirigió fuera de la habitación tradicional.

Tras pasar varias puertas de papel de arroz, alcanzó lo que vendría ser la sala de estar, dónde dos personas le estaban ya esperando. Le sorprendía aún que siempre estuvieran aguardando su regreso, incluso si era pasada la medianoche.

—Bienvenido de vuelta, Hajime —el castaño asintió hacia el pequeño joven de cabello corto y rubio. A pesar de ser tan bajito, tenía la misma edad que él—. Natsumi se nos unirá pronto.

Se sentó en la baja mesa redonda, sobre sus rodillas, frente a Fuyuhiko y su guardaespaldas Peko.

Esperaron en silencio como solían hacer casi todos los días. Pasó media hora sin que nadie más apareciera por las puertas. Fuyuhiko, quien comenzaba a impacientarse tamborileando sus dedos sobre la mesa, decidió romper el silencio.

—¿Qué tal te fue hoy, Hajime? —Hajime desconcertado, no supo que contestar al principio. Hacía mucho tiempo que no le preguntaba cómo le había ido.

—Bien, limpiamente —no sabía qué más decir. Nada más acababa su trabajo, prefería nunca más volver a pensar en él.

Ah, era terrible conversando a esas horas después de haber trabajado casi veinticuatro horas seguidas. Estaba agotado, solo quería irse a descansar. Dormir plácidamente era un lujo que perdió hacía mucho tiempo.

Finalmente, cuando el silencio se estaba haciendo demasiado incómodo, las puertas se abrieron. Sin embargo, no apareció la persona que esperaban sino un hombre de unos cuarenta años. Se agachó junto al rubio y le susurró algo al oído que Hinata no pudo escuchar. Fuyuhiko se tensó de manera anti natural y se puso en pie de golpe. Peko, sin saber qué pasaba, lo siguió de cerca. Hajime no podía leer la expresión de Kuzuryu en ese momento, pero un escalofrío recorrió su espalda. Aguantó la respiración, apretando sus manos sobre sus piernas. ¿Había hecho algo mal? ¿Había cometido algún error...?

—Hajime, regresa a tu habitación —dijo autoritariamente la cabeza de familia—. Ahora.

Hajime se quedó helado unos segundos hasta que procesó que no había margen posible a protestas o preguntas. Se puso en pie y abandonó el cuarto de regreso a su habitación. Una vez cerró las puertas tras de sí, se llevó una mano al pecho sintiendo como éste se oprimía a un punto doloroso. ¿Había hecho algo mal en su trabajo? ¿O acaso le había pasado algo a Natsumi? Fuera cuál fuera la respuesta, no podía ser nada bueno.

A trompicones se acercó al armario, abriendo sus puertas y sacando el futon que tenía doblado en el interior. Rebuscó en los cajones que tenía debajo con manos temblorosas hasta que encontró el bote de pastillas. Respiró hondo, agarró dos y se fue al cuarto del baño a llenar un improvisado vaso de agua. Se tragó las pastillas seguido del agua y se tomó un momento apoyado sobre el lavabo para calmarse. Inhaló durante cinco segundos, lo soltó lentamente por la boca después. Repitió el proceso hasta que dejó de temblar y el dolor en su pecho se había reducido a un mínimo pinchazo.

Levantó la cabeza para mirarse en el espejo, el reflejo devuelto siendo de una expresión de agotamiento extremo y falta de sueño. Ojos color oliva se quedaron fijos en su patético reflejo por unos segundos más hasta que se sintió mal por tener aquel aspecto. Abandonando el baño, estiró el futon sobre el suelo y se dispuso a acostarse a descansar. Si tenía suerte, lograría dormirse o desmayarse del cansancio. 

Se hizo una bola bajo el edredón y su alma parecía escapar en un suspiro.

—Espero no le haya pasado nada a Natsumi…—

мσησ¢няσмє яαιηвσω 『HinaKoma / KomaHina』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora