14:

491 66 36
                                    

Hajime se sentía desconectado de la realidad y a la vez podía notar lo fuerte que estaba latiendo su corazón, de lo doloroso que le estaba resultando el simple hecho de respirar. Su estómago se resolvía a pesar de estar vacío, causándole náuseas. Su cuerpo se sentía pesado, anclado a la silla en la que estaba sentado y de la que milagrosamente no se había caído pues se sentía tan entumecido de manera desagradable que apenas podía sentir que estaba en contacto con ella. Sus ojos verdes estaban sobre los de Komaeda, esperando tontamente a que se echara a reír y le dijera que todo era una broma. La seriedad del rostro del albino no cambió en ningún momento y sería como huir de la realidad el tratar de negar todo lo que acababa de contarle. Era muy difícil de creer, le estaba costando procesarlo, pero el dolor en la voz de Nagito a cada paso que se adentraba en su historia no era fingida. No podía ser otra cosa más que la verdad.

—Natsumi, ella... —no sabía qué iba a decir. Su voz apenas salía, era ronca y temblorosa. No podía creer que ella había hecho algo así para demostrar que podía valerse por sí misma... ellos no asesinaban a inocentes, quería pensar que todas las personas que habían muerto de sus propias manos, eran por razones graves y merecían, en mayor medida, ese tipo de castigo. Un sonido ahogado se formó en su garganta al tratar de respirar hondo. No solo le daba vueltas a lo que Komaeda acababa de contarle. Su mente, torturándole, iba más allá, más profundo; llenándolo de una culpa aún mayor por todo el mal que había causado a personas como Nagito.

—Hajime-kun... —escuchó la silla arrastrarse por el suelo y sintió las manos de Nagito sobre su espalda seguidamente.

—Estoy bien —se mantuvo con la cabeza agachada unos segundos más, lentamente empujando todos los sentimientos negativos a lo más profundo de su ser. Debía preocuparse por lo importante ahora. Si toda su historia era cierta, no estaban seguros allí y probablemente tampoco de vuelta en su apartamento cerca de la universidad. No tenía tiempo para ponerse sentimental, por más que le doliera, por más que estuviera sufriendo por dentro, tenía que poner unas prioridades.

Nagito dio un paso atrás cuando Hajime se levantó de la silla. Se tambaleó un poco, aún sintiéndose ajeno en su propio cuerpo, mas no era la primera vez que le pasaba, se le acabaría pasando tarde o temprano.

—Recoge lo que necesites, no estamos seguros aquí —no era una sugerencia, era una orden. Después de todo lo que habían pasado no iba a dejar a Komaeda a su suerte ahora. Una parte de él se sentía traicionado, la otra... seguía enamorado de él.

El albino abrió la boca para protestar o negarse. No lo hizo. Entendía la situación y que no había espacio para estar dudando. Resignado, asintió y se marchó a la habitación probablemente a hacer una maleta. Hajime volvió a sentarse en la silla, enterrando la cabeza entre sus manos. ¿Cómo había llegado a esto? Era tan difícil creer que los indicios de que su hermano fue el verdadero culpable del asesinato de Natsumi fueran ciertos. El arma utilizada... no podía pertenecer a otra persona, no tenía de otra que aceptarlo. Era un arma de su propia creación, una que propulsaba balas hechas de hielo sin la utilización de pólvora. Lo desventajoso de esa arma era que tenía que disparar a bocajarro, de lo contrario la bala se podía derretir con la fricción del aire, pero de igual modo era efectiva cuando no se quería dejar rastros en la escena. Claro, ese día estaba lloviendo, no era de extrañar que hubiera líquido adicional aparte de la sangre.

Cerró los ojos, dejando su alma escapar en un suspiro. ¿Qué hubiera hecho él en esa situación...?

—Ya tengo lo que necesito —Nagito regresó, cargando una mochila a la espalda y llevando la de Hajime en la mano. No debía de llevar casi nada encima, pero tampoco iban a necesitar mucho más.

Hajime se puso en pie, asintiendo y recogiendo su propia maleta de las manos de Komaeda. El peso de las pocas herramientas que llevaba dentro volvía a hacer mella en su consciencia, más ahora que Nagito supo desde el principio de sus intenciones. La cargó a su espalda y agarró con fuerza las asas. Tenía un plan en mente, por el momento debían alejarse de allí. Se dirigió a la puerta con la intención de salir, pero entonces Nagito exclamó que se había olvidado algo y regresó corriendo a la habitación. Rodó los ojos, la mano en el pomo. ¿Por qué siquiera se estaba esforzando tanto...? Comenzaba a preguntárselo en serio; Komaeda tuvo a Izuru todo este tiempo que, admitidamente, es mucho mejor en todo que él.

мσησ¢няσмє яαιηвσω 『HinaKoma / KomaHina』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora