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Su primer día en la universidad estuvo lejos de ser ideal. Fue acosado a preguntas por la profesora, incluso si poseía todo los papeles que expresaban los motivos de su tardío ingreso en el curso. Como bien entrenado que estaba, respondió todo lo que le fue posible y si alguna cuestión era demasiado extravagante se aseguraba de dejar una respuesta vaga pero que satisfaciera a una mente de curiosidad de cotilleo como la de aquella mujer cincuentona. Los alumnos miraban en su dirección muy de vez en cuando durante la clase, tanto que llegó a sentirse incómodo. Como ya le era costumbre, no mostró sus emociones respecto a esas actitudes.

Al llegar el receso se llenó de alivio al poder alejarse de las penetrantes miradas curiosas de sus compañeros de clase. Deambuló por el edificio en busca de la cafetería, sin pausa pero sin prisa. Claro que al cabo de diez minutos sin resultados comenzaba a temer que su sentido de la orientación estuviera resultando algo obsoleto al ser su primer día entre tanta gente en un edificio inmenso.

Cuando estaba por darse por vencido en encontrarla, se topó nuevamente con la persona con la que menos deseaba encontrarse tan directamente. El muchacho, quién ya le había visto, sonrió amablemente en su dirección y hasta se acercó a él. Tenía un brik de zumo y un bollo de pasta de judías a medio acabar en sus manos.

—Pero si es acosador-san —se burló el albino con ánimo de broma y no de ofensa. Sería estúpido de Hajime tomarlo como un insulto, también—. ¿Te has perdido?

Hajime se negó a confirmar eso aunque parecía Komaeda ya sabía la respuesta. Dio un mordisco a su bollo, lentamente, como si le estuviera provocando. Hajime sabía que Nagito sabía que se había perdido buscando la estúpida cafetería. Estaba jugando con él, restregándole que él tenía comprado su desayuno mientras Hajime había estado dando vueltas sin éxito.

—Está bien, no pongas esa cara —dijo una vez terminó de masticar el bocado que había tomado—. Te mostraré el camino, pero deja de mirar como si quisieras matarme.

Hajime metió las manos en sus bolsillos, gesto impasible, haciendo como que no acababa de sonar totalmente irónico en su cabeza. Si él supiera... por suerte o por desgracia para Komaeda, no sabría nunca cuál era el rostro de Hajime antes de asesinar a alguien. Nunca se mostraba a sus víctimas al momento de matarlas. De hecho en esos instantes sentía que se estaba acercando demasiado a él, pero eran puras casualidades. La suerte no le estaba sonriendo demasiado.

—Bien, desconocido-san —le siguió el juego, fingiendo no saber nada de él—. Te sigo.

En el rostro pálido se formó una sonrisa tan misteriosa en su significado que Hajime no podía ni imaginar cuál era el motivo tras ella. Lo siguió por el pasillo, escaleras abajo y fuera del edificio. Prácticamente lo rodearon hasta que pudo ver una gran cristalera y al otro lado podía ver las mesas de comedor con los alumnos sentados alrededor de ellas. Una vez parados frente a la puerta de entrada, Komaeda volvió a dirigirle la palabra:

—¿Sabrás volver? —estaba sonriéndole, algo amable, algo provocador. Ya no le quedaba nada del bollo, así que estaba dando pequeños sorbos a su zumo con una expresión inocente mientras le sonreía tras la pajita.

Hajime rodó los ojos. El camino se había grabado en su memoria, estaría bien—. Gracias por mostrarme el camino —le agradeció de igual modo, pues le había quitado tiempo de su descanso y había sido servicial sin protestar.

—No hay de qué, acosador-san —sus ojos se entrecerraron con picardía. No entendía qué estaba pensando este chico. Sintió un ligero estremecimiento y se esforzó por ignorarlo.

—No soy un acosador —terminó por refutar, no queriendo ganarse una mala fama entre los alumnos porque escucharon a éste llamarle así—. Mi nombre es Hajime, Hinata Hajime.

мσησ¢няσмє яαιηвσω 『HinaKoma / KomaHina』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora