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Los tres Maestros aguardaron a ser anunciados e ingresaron juntos al gabinete de la Regente de la Alta Escuela. La Regente terminó su té, dando tiempo a que llegaran frente a su escritorio, en el otro extremo de su espacioso despacho. Las edades de los tres rondaban los treinta convencionales, y ella conocía bien la dinámica naturaleza que se ocultaba tras sus expresiones graves, acordes a las circunstancias. Vestían casacas de faldones largos, pantalones y calzado de ejercicios; las arrugas de sus gruesos mantos de invierno hablaban de viajes precipitados desde la Selva del Chacal, en el otro extremo de Godabis, para acudir a su convocatoria.

Los invitó a sentarse con una fugaz sonrisa de cortesía. Ellos obedecieron en silencio y aguardaron que ella tomara la palabra. Lo hizo sin perder tiempo en rodeos.

—Bienvenidos de regreso a la Escuela, hermanos. Como sabrán, mañana por la noche un grupo de Elegidas iniciará la Etapa Final. He decidido que ustedes tomen a su cargo a tres de ellas. —Les tendió a cada uno una cápsula sellada con su emblema—. Aquí tienen sus datos y antecedentes, aunque ustedes ya las han conocido. ¿Alguna pregunta?

Los hombres tomaron las cápsulas con un breve gesto negativo. La Regente leyó en sus rostros que los tres estaban sacando cuentas mentales y hurgando en sus memorias, buscando un rostro determinado. Asintió, dando por finalizada la entrevista.

—Los veré mañana por la noche en la ceremonia.


Los Maestros dejaron el gabinete y caminaron a la par hacia el pórtico columnado de la Casa de la Colina. Saludaron a las auxiliares que encontraron en el ancho corredor, se perdieron en las incipientes sombras del crepúsculo invernal. No pronunciaron palabra hasta haberse adentrado en el sendero que descendía hacia el Sector Septentrional de la Escuela. El más alto de ellos, de cabello claro recogido en una trenza y espalda ancha, fue el primero en hablar.

—Tienen que haber tenido su Prueba hace cinco años.

Los otros dos asintieron. El que iba en medio, de cabellera rojiza muy corta y vivaces ojos pardos, asintió sonriendo de costado.

—Recuerdo a la muchachita —terció—. Una "dorada" de Seria Finalis, como la Regente, toda ella nervio y músculo. Jamás creí que superaría la Segunda Etapa, con sus aires de rebeldía. ¿Y tú, Lesath?

—Sí, la niña que me asignaron entonces era similar —replicó el rubio—. Una exiliada de Delta Cygni.

Ambos miraron al tercero, que meneó la cabeza. Los otros dos se encogieron de hombros y siguieron conversando. Vega solía ser reservado respecto a ciertas cuestiones.

Vega, en tanto, evocaba el solsticio de otro invierno, cinco años atrás, en el Sector Occidental, y pensó: Tal parece que la prueba continúa.

Las Hijas de SyndrahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora