Una voz cálida y melodiosa se elevó entre las ayudantes de la Maestra de Rituales, entonando el Himno del Peregrino. Todos los presentes se unieron a ella, entremezclando sus voces en un coro de cuidadas armonías. Concluido el canto que cerraba la ceremonia, la Regente dejó el recinto con la Asistente y la Censora, y el resto del personal se encaminó hacia las puertas. Las Discípulas aguardaron junto a sus Maestras y Maestros, hasta que la llamada Al'Nair le hizo un gesto a N'lil y se encaminó con ella hacia el hall, seguida por los demás.
Ya en la escalinata frontal del Templo, Vega echó hacia atrás la capucha de su manto y sus ojos grises buscaron los de Andria.
—Iremos a tu casa —dijo.
Andria se limitó a asentir y dirigió sus pasos a la parte meridional del bosque que rodeaba el Sector. El persistente viento del este había barrido las nubes, y el Patio y los primeros árboles se recortaban bañados en un tenue resplandor plateado bajo las estrellas. Mientras caminaba, Andria reflexionaba sobre las insoslayables connotaciones sexuales que encerraba para ella la presencia de su Maestro. Tal vez eran el motivo del eco de rechazo que experimentaba hacia él. Conoció ese animal acosado que yo era entonces, pensó. Conoce lo peor de mí. En cierta forma, siempre estaré expuesta ante él.
Vega se mantenía tres pasos detrás de ella y notaba su tensión, las sensaciones encontradas que envaraban sus hombros y su espalda. Andria hacía buen uso de las enseñanzas que recibiera en los últimos cinco años y controlaba muy bien sus emociones considerando su situación. Pero aún puedo ver en ti, pensó con una sonrisa fugaz. La Segunda Etapa había cultivado pródigamente su intelecto, y la Tercera Etapa le había brindado las armas más sutiles para alcanzar casi cualquier objetivo que se propusiera. Pero casi es lo mismo que nada, y mi tarea es revertir esa diferencia. Ocho años en la Escuela, el puente crucial entre la infancia y la madurez, habían moldeado el espíritu de Andria con gracia y exactitud. Sólo faltaba ese toque definitivo que haría de ella una verdadera Hija de Syndrah. Y para eso será necesario recuperar aquella inocencia tan pura, pensó, y se preguntó qué ocurriría si alcanzaba esa meta. Qué les ocurriría, a ambos.
Andria se detuvo junto a la puerta abierta de su vivienda y lo invitó a entrar. Vega entendió que ella no aceptaría entrar primero y franqueó el umbral, adelantándose en el diminuto comedor a oscuras. Andria lo siguió y se apresuró a encender un candil. Lo situó en un estante alto atestado de macrodiscos en la pared opuesta al hogar, y su tenue resplandor iluminó un poco la pequeña cocina más allá del hogar. Vega ya se había quitado el manto, dejando a la vista un austero conjunto de casaca y pantalones blancos. Señaló la puerta de la despensa en el extremo opuesto de la cocina.
—¿Tienes leña? —preguntó en tono casual.
Andria sólo atinó a asentir, incapaz de apartar la vista de las ropas del Maestro. Algo se revolvió en sus entrañas al reconocer que esa casaca era idéntica a la que ella misma aceptara de él en otra ocasión.
—Un té estará bien —lo oyó decir desde la despensa.
Una oleada de calor azotó el rostro de Andria. Se estremeció, colgó su manto junto al del Maestro y cruzó la habitación hacia la alacena para tomar dos tazas y un tarro de cerámica. La familiaridad de Vega le resultaba ofensiva. La habían educado en una distancia clara y respetuosa de sus superiores, ¿quién era este hombre para tomarse semejante confianza? Sólo entre hermanas se movían con tanta libertad en el espacio de las otras, consecuencia directa de la larga convivencia hasta que recibieran viviendas individuales en ese Sector.
Vega encendió la cocina y el hogar, luego se sentó en el tapiz que cubría el suelo frente al fuego con las piernas cruzadas. Andria le daba la espalda de nuevo con la excusa de preparar el té, y la rigidez de su postura hablaba a las claras de sus sentimientos. Es inevitable, se dijo, desviando la vista hacia las llamas. No puedo permitir que me afecte.
La muchacha se acercó para tenderle una taza humeante y lo enfrentó, esperando que le indicara dónde sentarse o qué hacer. Vega sonrió al señalar el piso frente al hogar. Andria obedeció en completo silencio, sentándose tan lejos de él como le fue posible. Su elevada estatura no restaba fluidez a sus movimientos, y su cuerpo se insinuaba fuerte y esbelto bajo la túnica. La oscura cabellera violácea descendía en amplias ondas hacia su cintura, con un rizo corto y rebelde colgando sobre su ojo izquierdo. Su semblante se había suavizado con los años, si bien la enérgica línea de sus pómulos y su mentón no se había alterado. La nariz era angosta y recta, los labios muy finos. Sus ojos violáceos como su pelo brillaban como ascuas, insinuando una fijeza escrutadora que incomodaría a alguien poco preparado para sostener su mirada.
—Has crecido —dijo Vega.
Andria sólo pestañeó. Volvía a experimentar el flujo tranquilizador que emanaba de él, mas se resistía a permitirle actuar en ella. En cambio, optó por observarlo como él la observaba a ella, comparándolo con sus recuerdos. Los ojos claros, grises como el acero, el ángulo firme de sus mandíbulas, su piel pálida. La misma sonrisa, el mismo aplomo, pensó. El tiempo no ha hecho mella en él.
—Este reencuentro no es grato para ti —dijo Vega.
—No, no lo es —reconoció ella, la Discípula respondiendo al Maestro.
Permanecieron en silencio hasta que Vega dijo: —Hay algo que no ha cambiado en ti: la intensidad de tu mirada.
Andria apretó los dientes. No estaba habituada a tener que lidiar durante su aprendizaje con la tensión propia de la diferencia de sexos. ¿Por qué había dicho eso? Era obvio que no la ayudaba a sentirse cómoda, sino que alimentaba la tensión.
—Mi presencia te hace revivir una época que desearías enterrar en el olvido.
Andria asintió. Evitó mirarlo con la excusa de apoyar su taza en el borde del hogar.
—Es por eso que soy tu Maestro.
Lo único que traicionó la sorpresa de Andria fue su falta de reacción. Vega se permitió sonreír. Tal vez ahora la muchacha comenzaría a entender la situación.
—Esta tensión hará que cuanto vivas durante este año se fije en ti con más intensidad. Es la intención de la Regente contigo y las otras dos Aspirantes con un Maestro Superior varón. Nada de lo que has vivido en la Escuela puede ser olvidado, porque todo tuvo y tiene un motivo, un objetivo claro y previsto. Mi trabajo es demostrártelo, enseñarte a aprovechar cuanto has aprendido sin siquiera percatarte de que lo hacías.
Vega calló, esperando su respuesta. Andria unió las manos dentro de las mangas de su túnica, una costumbre que se contagiara de Lena, y permaneció en silencio. Él terminó su té y se incorporó con esa elegancia felina que Andria recordaba bien.
—Es tarde —dijo.
Andria se puso de pie también y lo siguió. Vega se envolvió en su manto y abrió la puerta, calándose la capucha hasta los ojos.
—Mañana sabrás de mí. Que Syndrah vele tu sueño.
Un momento más tarde Andria estaba sola en el umbral de su vivienda. Vega era una sombra sigilosa alejándose entre los árboles. Ella cerró la puerta, le dio la espalda y sus ojos cayeron sobre las dos tazas junto al hogar. Soltó un suspiro que era más bien un gruñido y tomó el candil para subir la escalera.
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Las Hijas de Syndrah
Science FictionFueron arrancadas de sus hogares y recluidas en el Valle Sagrado, donde las sometieron a una disciplina rigurosa y hasta cruel. Ocho años más tarde, Andria y sus hermanas enfrentan el último desafío para ser consagradas Altas Sacerdotisas de la Orde...