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Se dejó caer ante la fogata con un suspiro de cansancio, respiró hondo para normalizar su respiración y se dispuso a comenzar su ejercicio de relajación. ¡Vaya ocurrencias tenía Vega! ¡Despertarla a medianoche para una práctica física! ¿Cómo se suponía que hicieran cumbre en el Oressa al día siguiente? Sin embargo, la lección había sido interesante. Vega la había guiado hasta lo alto de un risco de tope achatado, que se alzaba oscuro en medio de la nieve, sus contornos superiores confundiéndose con el cielo despejado y sin luna. Allí, con sus sandalias livianas sobre la roca filosa y húmeda, el aire helado silbando en sus gargantas, ambos encerrados en un silencio reconcentrado, habían ejercitado una serie de movimientos que combinaban las siete actitudes de lucha con elementos de las Danzas, efectuándolos con minuciosa lentitud hasta quedar rendidos los dos.

La ascensión del Oressa no iba a ser nada fácil con tan poco descanso, pero sabía que lo harían si eso era lo que Vega se proponía. Se encogió de hombros mentalmente. ¿Cómo saber lo que Vega realmente se proponía? Era la persona más hermética que conociera en su vida. Siempre sereno, siempre seguro, y con esos ojos grises que leían en ella sin que Andria lograra sonsacarle nunca nada que él no quisiera revelar. Y tan impredecible. Al principio su forma de actuar le había resultado irritante y hasta ofensiva, pero poco a poco se adaptaba a no poder estar segura de absolutamente nada más que de sí misma. Como cuando llegué a la Escuela.

Encarar la travesía que debía llevarlos más allá del Kahara a las Grutas Vírgenes, en compañía de alguien en quien no terminaba de confiar, no había sido una perspectiva agradable. Pero durante las largas jornadas de marcha, Vega se había mostrado como un excelente compañero.

Atrás habían quedado El Gali y los tres refugios de cumbre de allí al Torreón del Oressa. También los campamentos de aclimatamiento desde El Torreón al Warad, ya por encima de los seis mil metros de altura. El único refugio que quedaba era el Salmanasar, en la ladera septentrional del Oressa y al cual Vega planeaba llegar desde la cumbre. Y luego iniciarían la increíble caminata de tres días a lo largo del Filo que los llevaría, sin descender nunca por debajo de los 6500 metros, hasta el Ur-Azag, en las estribaciones meridionales del Kahara, el primer "ocho mil" de la Gran Pared Este.

Era evidente que Vega conocía la zona como la palma de su mano y que estaban siguiendo una ruta cuidadosamente trazada, en cuyo recorrido se habían tenido en cuenta hasta las más mínimas contingencias que pudieran surgir. El ocaso siempre los hallaba en un lugar reparado y con agua en los alrededores para acampar, y si se trataba de un paraje alejado del bosque y los refugios, también encontraban una modesta provisión de leña y alimentos envueltos en aislante. Detalles que hablaban de una previsión prolija y concienzuda.

Andria había encontrado la señal de Lune en dos refugios, y la de Vania en El Gali, mas ningún rastro de Elde o Narha. Claro indicio de que los tres Maestros Superiores utilizaban el mismo circuito, que no tenía ningún punto de contacto con el de las Maestras. Andria alentaba la esperanza de que coincidiría con Lune o Vania en algún refugio.

Vega era un guía experimentado y paciente. Al cabo de dos o tres paredes habían aprendido a moverse como una sólida célula de escalada, y se generó entre ellos una atmósfera de camaradería donde había espacio incluso para bromas que distraían la mente de fatigas y tensiones.

La primavera se mostraba benigna a pesar de las temperaturas rigurosas, y a excepción de unas pocas nevadas breves e inocuas, el clima se mantenía estable.

Las caminatas solían sazonarse con combates tan imprevistos como fugaces. En cualquier momento Vega tentaba uno de sus vertiginosos ataques, y Andria casi había aprendido a anticiparlo. El resultado de sus primeras luchas había sido invariablemente el mismo: la Discípula caída a los pies del Maestro. No obstante, con el correr de las semanas Andria había comenzado a comprometerlo, y hasta lo había vencido en un par de ocasiones. Los ataques inesperados no eran siempre físicos. También podían ser intelectuales, en la forma de interrogatorios interminables sobre temas personales, académicos, o una combinación de ambos.

Las Hijas de SyndrahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora