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Vega avivó el fuego sin soltar la mano de Andria. Hasta que adquiriera práctica, la muchacha se sumergía en un profundo estado de meditación para revivir lo que su Maestro quería conocer. De esa forma, evitaban el riesgo de que ella olvidara mencionar algo que tal vez él considerara importante. Y le agregaba una dimensión extra con sus emociones tal como las experimentara en ese momento.

Junto con la turbación que aquellos recuerdos le provocaban a Andria, Vega la siguió a través de una serie de escenas oscuras, apresuradas, un poco confusas. La carrera nocturna hasta el Campo de Deportes. Un tragaluz del gimnasio subterráneo. La hilera de jergones donde descansaban las Aprendices enfermas. Y de pie entre ellas, una muchacha muy bella, de enormes ojos multicolores, que atendía a las señas de Andria a través del tragaluz. Elde se separaba de Andria para ir al encuentro de la otra muchacha. La tensa espera hasta que regresó sin ser descubierta. El regreso a la casa.

Andria se estremeció cuando su memoria la llevó de vuelta a su diminuto dormitorio en el ático. Volvía a experimentar toda la tensión y la fatiga de ese momento.

­­­­—Continúa —le susurró Vega.

Andria no respondió ni se movió. Le tomó un momento recuperar la concentración. Vega aguardó con paciencia, mientras la noche se cerraba y los rumores del bosque se aquietaban.

Los recuerdos de la muchacha los llevaron a ambos directamente a la noche siguiente.

Elde y Xien se reunieron con Andria en la despensa. Ella les entregó los restos de comida para distraer a los perros pastores e instruyó en detalle a Xien sobre el camino que debían hacer.

Cuando las vio saltar la pared posterior de la huerta, Andria cerró la despensa y fue a sentarse a la cocina, envuelta en una manta, junto a los últimos rescoldos del hogar. El tiempo transcurrió con lentitud exasperante. Una hora más tarde, mientras intentaba no pensar que sus hermanas habían sido descubiertas, oyó ruidos en el patio posterior de la casa. Corrió hacia la despensa y las vio entrar, sanas y salvas. Un minuto más tarde no quedaban rastros de la salida nocturna. Recién entonces Andria reparó en la palidez y la seriedad de ambas. Enfrentó interrogante a Xien, que se anticipó a su pregunta.

—Zamir se ha contagiado.

Habló con lentitud, como si repitiera palabras en un idioma que no comprendía. Andria se cubrió los ojos con una mano, presionándose el nacimiento de la nariz. Lo sabía, pensó. Todas los sabíamos de una forma u otra. Lo supimos en el preciso instante en que Pollux la señaló. Respiró hondo y se obligó a enfrentarlas.

—¿Hay alguna posibilidad...?

—Sólo si la alejamos de ese ambiente contaminado —respondió Elde conteniendo las lágrimas—. Aislarla y brindarle la atención que necesita. Yo sabría hacerlo. Quizás así...

—¡Pero eso es imposible! —masculló Andria rabiosa.

Elde alzó los hombros, llorosa, y Andria se volvió hacia Xien. Con sólo mirarla se dio cuenta el esfuerzo que estaba haciendo para no quebrarse. Entonces giró sobre sí misma y se alejó hacia la escalera. Las otras dos la siguieron, y la alcanzaron cuando abría las puertas de los dos dormitorios y despertaba a Munda y a Loha. Luego abrió la ventana de la habitación que Elde y Loha compartían, que miraba hacia la casa vecina, y arrojó un pequeño guijarro a la ventana de enfrente. Vania se asomó al instante y Andria le transmitió por señas un breve mensaje.

—¡Detente, por Syndrah! —exclamó Xien—. ¿Qué haces?

Andria giró hacia ellas con ojos fulgurantes. —Ahora decidiremos entre todas qué hacer.


La emoción de Andria la hacía temblar levemente, y Vega interrumpió el ejercicio. Cenaron en silencio, y ella no protestó cuando él propuso reanudar la meditación.

Pero no compartió con él la reunión secreta de esa noche en la casa que compartía con sus hermanas. La omitió para concentrarse en la mañana siguiente, en el Edificio Principal del Sector Oriental. Andria y sus hermanas se repartían en torno a la mesa en el gabinete de su Consejera. Lena las esperaba con tazones de leche caliente por desayuno, ya que era la jornada de ayuno mensual de las Elegidas. Las observaba con atención. Era la primera vez en los dos años y medio que llevaban en ese Sector que solicitaban una reunión extraordinaria con ella. Se sentó a la cabecera de la mesa, recitó la primera plegaria con ellas y probó su leche tibia, sus ojos oscuros moviéndose por los nueve rostros que la evitaban. Andria miraba a Lune. Lune miraba a Xien. Xien miraba a Vania. Vania miraba a Andria. Al fin Andria dejó su tazón y enfrentó a Lena.

—Hay algo que debemos decirle, Consejera —dijo, y su voz no tenía su firmeza acostumbrada.

Lena asintió, instándola a seguir.

Andria vaciló y Xien dijo: —Se trata de Zamir. Ella...

—Zamir ha contraído el cálitus —la interrumpió Munda, impaciente—. Se contagió, y la única forma de salvarla es que le permitan abandonar el Campo y regresar a casa, para que nosotras la cuidemos. De lo contrario, su suerte está echada.

Las distintas expresiones a su alrededor mostraron que las demás no aprobaban su rudeza. Como siempre, Andria observaba a Lena, y advirtió que ocultaba un escalofrío. Sin embargo, no perdió su compostura distante y hermética.

—Creí que su hermana estaba incomunicada —dijo con frialdad.

Andria la vio volverse hacia Elde, que bajó la vista. Los poderes premonitorios de Ilón no eran novedad para la Consejera. Y Andria adivinó que Lena prefería quedarse con esa explicación.

—Consejera —intervino Lune—, ¿hay alguna posibilidad de que se autorice el traslado de Zamir?

—Nosotras cuidaríamos de ella —terció Vania.

Las muchachas sintieron que perdían toda esperanza cuando vieron que Lena bajaba los ojos antes de hablar.

—Lo siento, no creo que sea posible.

—Pero, Consejera, si Zamir permanece allí... —balbuceó Loha, consternada.

—¡Si permanece ahí morirá! —exclamó Elde.

Lena alzó las cejas. —Veré qué puedo hacer, mas no alimenten falsas expectativas.

Se incorporó, dando por terminada la reunión, y fue a pararse junto a la puerta de su gabinete. Las muchachas la imitaron, estupefactas.

—¿En qué Taller pasarán el día de ayuno? —les preguntó antes de que salieran.

Lune intercambió una mirada fugaz con Andria.

—En el Taller de Cerámica, Consejera —respondió Vania.

Las Hijas de SyndrahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora