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Vania Mel Sygna — primavera 1360

Era la hora de la segunda plegaria. Abandonamos nuestras labores y nos reunimos en la habitación central del Taller para rezar. Terminada la oración, regresamos a las dependencias dedicadas a alfarería y cerámica, donde se nos unieron Narha, Ilón y Tirra. Andria intercambió una mirada de inteligencia con Narha, que se volvió hacia Lune. Ella tomó una fuente de cerámica lista para el horno de manos de Ilón y me siguió a la parte posterior del Taller. Elde dejó su rincón y ocupó el lugar vacío frente al torno. Tirra hizo lo mismo en el puesto de Andria, que nos siguió a la puerta trasera.

—¿Están seguras? —preguntó.

Lune se había asomado y atisbaba a ambos lados.

—Es nuestra única posibilidad —respondí—. La Asistente jamás autorizará el traslado de Zamir.

—¿Por qué confían tanto en la Regente?

—Es sólo una corazonada, pero es lo mejor que tenemos —dijo Lune—. Regresaremos tan pronto podamos.

—La Estrella las acompañe.

Nos internamos en el bosque y no tardamos en hallarnos en las faldas de la Colina. Allí buscamos la escalera que subía a la Casa desde cada Sector. Me detuve en el primer escalón y alcé la vista hacia el Anfiteatro, apenas visible entre los árboles. Luego miré por sobre mi hombro para asegurarme de que nadie nos seguía. Eché a correr cuesta arriba en pos de Lune, que saltaba los escalones de dos en dos. Ya habíamos superado la mitad de la escalera cuando nos encontramos ante una bifurcación. Aquello nos confundió y nos detuvimos.

—Tenemos el Anfiteatro a la derecha —dije—. De modo que la escalera de la izquierda debe conducir a la Casa.

—¡Bien, Princesa! —exclamó Lune, volviendo a subir—. ¡Te quiero tanto que te coronaría hoy mismo!

El bosque a ambos lados no tardó en ralear. Nos acercábamos a la cima de la Colina. Entonces abandonamos la escalera y seguimos avanzando entre la vegetación. De pronto, tras un alto risco que la protegía del inclemente viento sur, vimos la Casa. Nos apresuramos a agazaparnos tras una mata de arbustos para observarla. El pórtico de entrada miraba al norte y estaba flanqueado por altas columnas de capiteles trabajados, que soportaban un friso con la Estrella de Ocho Puntas esculpida. En ese punto la ladera occidental de la Colina era una pendiente abrupta erizada de rocas, invisible para nosotras desde nuestra posición. Y más allá, al otro lado del Valle, se alzaba la Gran Pared Oeste. A nuestra derecha veíamos, por encima de los tejados de la Casa, La Escala con su manto de nubes y nieves eternas.

Decidimos rodear el risco y acercarnos por atrás. Al costado de la Casa, en la terraza natural que acababa en el despeñadero de la ladera occidental, se abría un extenso jardín rodeado de árboles frutales, y por entre sus troncos delgados vimos una glorieta de piedra cubierta por enredaderas, y lo que parecía ser la entrada a un laberinto vegetal.

Tres mujeres de túnicas grises con ruedos blancos salieron por el pórtico frontal y se alejaron hacia el norte. Esperamos hasta perderlas de vista y avanzamos entre los arbustos hacia el jardín lateral. Entonces vimos a las dos Altas Sacerdotisas que caminaban sin prisa bajo el sol desde la glorieta hacia la Casa, seguidas por cuatro auxiliares. Una de las Altas Sacerdotisas atrajo nuestra atención: alta, de porte majestuoso, un manto blanco cubría sus hombros. Una caperuza negra se ajustaba a su cabeza, y desde la coronilla brotaba la espesa melena broncínea recogida con dos anillos de metal. Sobre su frente, resaltando contra el negro de su caperuza, brillaba la tiara de oro rematada en la Estrella de Ocho Puntas.

Lune y yo no necesitamos cruzar palabra para saber que ésa era la Regente. Debíamos llegar a ella mientras se encontrara al aire libre, pues una vez que entrara a la Casa tal vez nos resultara imposible acercarnos a ella.

Las Hijas de SyndrahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora