Un sonido apagado despertó a Vega esa madrugada. Se irguió a medias en su saco de dormir y vio a Andria sentada junto al fuego, hecha un ovillo bajo su manto. Tenía el rostro hundido entre los brazos y sus hombros se agitaban apenas. Se apresuró a ir junto a ella, el sueño barrido por la sorpresa de su llanto.
—¡Andria! ¿Qué sucede?
—Por favor, Maestro. Necesito estar sola —dijo ella sin alzar la cabeza.
Vega adivinó que lo que en verdad precisaba era consuelo, alguien en quien confiaba para permitirse un desahogo que se había prohibido durante años. Se acuclilló ante ella y apoyó ambas manos en sus brazos, ejerciendo una breve presión.
—Confía en mí —dijo, cuidando el énfasis que daba a sus palabras.
A Andria no le importó que usara su voz para superar sus defensas. Se cubrió el rostro con las manos dejando oír un suave gemido.
—¡Oh, Maestro, por qué...! —sollozó.
Vega se sentó a su lado y le rodeó los hombros con un brazo, instándola a apoyarse contra su costado. Andria lo hizo, tratando en vano de contener las lágrimas. El calor del Maestro la envolvió, protector y afectuoso. En tanto, Vega sentía con claridad la confusión de emociones encontradas que se agitaban dentro de ella. Gratitud por que intentaba consolarla, incomprensión y rabia por lo que habían vivido en vísperas de la Segunda Prueba.
—No calles más tus reproches, Andria —susurró.
—Aquella noche, Maestro. La Primera Prueba —murmuró Andria con voz entrecortada—. ¿Por qué lo hiciste? Mi culpa es haberte obedecido, no oponerme, pero tú... ¡Por qué!
Vega deslizó sus dedos entre los espesos rizos violáceos, acariciándole la cabeza en silencio. Su gesto la hizo volver a sollozar.
—Me diste una ventaja sobre mis hermanas. ¡Y era injusto! ¡Aún lo es! ¡Oh, Madre! ¿Por qué te lo permití? ¡Se suponía que éramos todas iguales! ¡Que no habría privilegios para ninguna de nosotras!
—¿En verdad crees que te di ventaja sobre ellas? ¿Que un plato de comida y unas horas de sueño tranquilo fueron un privilegio? —Andria se apretó contra él temblando, incapaz de articular palabra—. ¿Todavía lo crees, Andria?
Vega cerró los ojos y deglutió al sentir el gesto afirmativo de Andria contra su pecho, y no pudo evitar estrecharla cuando se estremeció, ahogando un sollozo. Los recuerdos de esa noche lo asaltaron. Se obligó a hacerlos a un lado. Por primera vez veía un camino claro y directo uniendo ambas noches, pero en ese momento debía atender al presente, no al pasado.
—En realidad lo que hice fue debilitarte. Te dejé en inferioridad de condiciones —dijo, suavizando su acento para atenuar la crudeza de sus palabras.
—¿Inferioridad? —musitó Andria.
—Sí, inferioridad. Y no sólo para enfrentar la siguiente Prueba, sino por el resto de tu Camino. Esta reacción tuya, la culpa que aún te atormenta tantos años después, es la mejor prueba.
—No comprendo.
—Esa noche no supe prever el verdadero alcance de mi decisión, tampoco sus consecuencias. Y cuando lo comprendí ya era demasiado tarde. A pesar de todo, sospecho que la Regente había previsto mi reacción.
Andria se irguió para enfrentarlo, sorprendida e intrigada. El brazo de Vega resbaló de sus hombros con suavidad, mientras él seguía mirando sin ver las llamas. Ella se dio cuenta de que sus pensamientos estaban muy lejos de El Rilsa y buscó su mano, llamándolo de regreso.
Vega pestañeó al sentir la tibieza de los dedos de Andria cubriendo su mano y ladeó la cara para encontrar sus ojos. La estudió a la luz de sus recuerdos con una vaga sonrisa. Había crecido, había madurado tanto. Sin embargo, en su interior aún se conservaba intacto ese raro núcleo de pureza que él percibiera apenas la viera por primera vez. Pensó en los años de intenso adiestramiento que mediaran entre el primer y el segundo encuentro. Andria se hallaba tan cerca del Portal que habría podido cruzarlo en ese mismo momento. Pero aún les quedaba algo por hacer. Algo tan fácil de obviar que era imprescindible que lo enfrentaran. Y en realidad, es casi la única razón de que esté aquí, con ella.
—¿Qué es lo que te preocupa, Maestro?
Él meneó la cabeza, aún sonriendo. Crees que eres incapaz de leer en mí. Y me conoces tan bien sin siquiera imaginarlo.
—Deberíamos volver a dormir. Es tarde.
Andria frunció el ceño al escucharlo. ¿Por qué le respondía con una evasiva?
—Creo que tomaré un té antes de acostarme —murmuró, desviando la vista hacia el hogar.
Vega asintió, pero ninguno de los dos se movió. Permanecieron largo rato en silencio frente al fuego, sus manos juntas todavía. Con un suspiro, Andria cerró los ojos e inclinó la cabeza para apoyarla en el hombro de él. Por algún motivo se resistía a apartarse de él. Su proximidad seguía transmitiéndole consuelo y comprensión. Después de tantos meses obligada a vivir a la defensiva con él, ¿era un error permitirse un momento para disfrutar que hubieran dejado atrás esos días?
—Te acompañaré con el té.
A pesar de haber hablado en voz baja, el acento de Vega encerraba una orden que Andria reconoció sin dificultad. La mano del Maestro se deslizó hacia atrás entre sus dedos. Andria se incorporó sin prisa y cruzó el refugio hacia la alacena. Vega la observó con una mueca triste. Aquel silencio íntimo era demasiado peligroso para prolongarlo.
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Las Hijas de Syndrah
Science FictionFueron arrancadas de sus hogares y recluidas en el Valle Sagrado, donde las sometieron a una disciplina rigurosa y hasta cruel. Ocho años más tarde, Andria y sus hermanas enfrentan el último desafío para ser consagradas Altas Sacerdotisas de la Orde...