Las Hijas de Syndrah

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Lena guió a las muchachas a través del Sector Septentrional, rodeando el Edificio Principal y el Templo, hacia el grupo de pequeñas viviendas que ocupaban las auxiliares del Sector, llevándolas hasta la más alejada.

Las muchachas se cuidaron muy bien de dar cualquier muestra de curiosidad indiscreta al entrar a la vivienda de la Tutora. A primera vista todo era austero, pulcro, carente de accesorios innecesarios: una imagen que coincidía perfectamente con quien la habitaba.

A una seña de Lena, una de las muchachas se adelantó hacia la despensa en busca de leña para el hogar y otra cerró las ventanas. Lena se quitó el manto y las enfrentó. Ellas advirtieron de inmediato que su mirada era distinta esa tarde. Sabían que las había mandado a llamar luego de una reunión con la Asistente del Sector, e intuían que tendría novedades para comunicarles. Novedades que no debían pasar por los canales habituales.

Lena permanecía erguida junto al perchero, las manos unidas dentro de las mangas de su túnica, los ojos oscuros escrutando los jóvenes rostros frente a ella. Por primera vez desde que las conociera, Lena se permitía hacer a un lado sus rígidas reglas de conducta y enfrentarlas cara a cara desde sus sentimientos.

Ya no eran las niñas torpes y atolondradas de la Primera Etapa, temerosas de cuanto las rodeaba. Ya no eran las adolescentes bulliciosas y rebeldes de la Segunda Etapa, intentando fijar sus propios límites. Ni siquiera eran las mujercitas orgullosas y cautas de la Tercera Etapa, sumergidas de lleno en la etapa crucial de su adiestramiento.

Esa noche ninguna de ellas era "una más" de las tantas muchachas que tuviera a su cargo en sus largos años de servicio en la Escuela.

La luz menguante del ocaso dibujaba claroscuros en esas caras que conocía tan bien, a las que viera crecer día a día. Sólo tres de ellas le habían sido asignadas en la Tercera Etapa: Sergala, Dur y Yasna. A otras las había conocido ya en la Segunda Etapa: N'lil, Dagan, la pálida Vania. Y las cuatro restantes... A pesar de todos sus esfuerzos por mantenerse objetiva, había tenido que reconocer tiempo atrás el entrañable cariño que le inspiraban ésas que consideraba sus muchachas, las que conociera casi una década atrás, y con quienes compartiera todas las vicisitudes del Camino. Mis muchachas, pensó, y la sensación siempre resultaba nueva, extraña. Narha, corpulenta y pelirroja, amiga incondicional de Lune, la "Dorada"; Andria la silenciosa, Elde la inquieta... Su memoria recitó también los nombres de las ausentes.

Las muchachas conservaban una calma elogiable, aguardando que ella les indicara qué hacer o para qué las había traído aquí. Se han convertido en dignas Elegidas, y estoy orgullosa de ellas. Repentinamente su mirada cambió, su rostro se convirtió en la máscara impasible de siempre. Sergala ya había encendido el hogar.

—Vengan —dijo al fin—. Elde, prepara té para tus hermanas.

Cruzó la cocina y se sentó en un taburete junto al fuego. Las muchachas se sentaron a sus pies en el suelo, y había una familiaridad tan casual en esa elección, que Lena no pudo dejar de notarla. ¡Parecemos madre e hijas! Si una Censora viera esto, tendríamos un problema, se dijo, y se permitió un instante de rebeldía inesperado. En cierto sentido es lo que querían que lograra. Bien, aquí nos tienen.

—La ceremonia de esta noche en el Templo no será sólo por el Solsticio —dijo al fin—. Se iniciará en la hora novena y marcará el comienzo de una nueva Etapa para ustedes.

Las diez Elegidas se permitieron signos de sorpresa. La Tutora se anticipó a sus preguntas.

—Es conocida como Etapa Final y se la considera parte de esta Tercera Etapa que están transitando ahora. Aprovecharemos el tiempo hasta la cena para hablar de lo que ocurrirá.

Las muchachas intercambiaron miradas al escucharla. Elde sirvió el té y se acomodó entre sus hermanas en silencio. Lena las observó, dejando que la pausa se prolongara durante todo un minuto. Y a pesar de todo, no les diré que es una despedida.