Capítulo 8: Efectuar lo acordado

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*Sidney P.O.V.*

Llegó el día del atraco. Estaba nerviosa, muy muy nerviosa. Era inevitable a pesar de saber todo el plan de memoria, solamente teníamos que efectuar lo acordado.

Estábamos en una furgoneta, todos excepto el profesor, que nos controlaba desde el hangar. Nos inundaba el silencio, y francamente, era muy incómodo. Estos cinco meses, que en un principio parecían eternos, se pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Por el rabillo del ojo vi a Río disgustado, bufó y se quitó la careta.

—¿Quien eligió la careta?

—¿Que le pasa ahora a la careta? —Dijo Berlín tras la suya.

—Que no da miedo. —Le contestó Río. —Tu ves las películas de atracadores y las caretas dan miedo, son zombies, calaveras, esqueletos, la muerte…

Dénver también se la quitó y comenzó a mirarla con el ceño fruncido. Y de repente Berlín sacó una pistola y le apuntó a Río en la frente.

—Con un arma en la mano te aseguro que da mas miedo un loco que un esqueleto.

—¿Quien era el pavo este con bigote? —Dijo Dénver.

—Dali hijo, un pintor español que era muy bueno.

—¿Un pintor?

—Si. —Respondió su padre.

—¿Un pintor… de pintar? —Su padre asintió y este resopló. —¿Tu sabes lo que da miedo de cojones? Los muñecos de los crios. Eso si que da miedo.

—¿Que muñecos? —Dijo Berlín quitando su careta.

—Pues el pluto, el mickey mouse, todos esos…

—¿Que un ratón con orejas grandes da miedo? —Dijo Río.

—Pues si gilipollas, o quieres que te de un guantazo ¿Eh?

—¡Eh parar! —Intervino Cairo.

—Que tengo razón. Si un tío entra con una careta de mickey mouse a cualquier lado, la peña va a pensar que esta colgado y se va a montar una carnicería ¿Por que? Porque las armas y los niños son una cosa que no se juntan nunca.

—Vale, eso es un poco siniestro y retorcido.

—Entonces una careta de Jesucristo acojonaria más. —Dijo Berlín.

Vi como Nairobi levantaba su careta y me miraba a mi, y después a Tokio, parecían estúpidos discutiendo sobre las máscaras. Era evidente que en la banda faltaban mujeres, una mujer se puede tirar dos días eligiendo zapatos para una boda, pero nunca emplearía un minuto para elegir una simple máscara para un atraco.

Todo lo que habíamos planeado comenzaba ahora, y en milésimas de segundo pensé en toda esa gente inocente a la que parariamos en seco su vida. Moscú y Helsinki se bajaron de la furgoneta, tenían que cortar la carretera cuando pasase el furgón escoltado por dos coches policía, Río tenía que cortarles la comunicación y nosotros fuimos hasta el puente donde estaban todas nuestras armas. Nos pusimos las caretas, la capucha y con las M-16 en la mano solo teníamos que esperar.

El profesor sabia que solo había una manera de entrar en la fábrica de Moneda y Timbre con tres toneladas de artefactos de arsenal, y era hacerlo dentro del camión que entraba cada semana en el edificio con las nuevas bobinas de papel moneda listas para imprimir. Y eso era lo que íbamos a hacer. Entrar hasta la cocina y escoltados por la mismísima policía nacional. En España, cualquier cosa custodiada por dos Zetas, es algo altamente protegido. Pero si inhibes cualquier comunicación por radio y apuntas a unos chavales de veintiséis años con fusiles de asalto en la cabeza, por muy armados que vayan les ocurre lo mismo que nos pasaría a cualquiera de nosotros, que se cagan de miedo. El valor y el heroísmo tiene un precio, y es mayor que los mil seiscientos euros que cobra un chaval con uniforme o un camionero. Si esos hombres hubieran tenido a su hija en la trasera del camión, nunca habrían abierto, ¿Pero a quien le importan unos rollos de papel bobina con marca de agua?

La Casa de Papel || Sidney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora