*Sidney P.O.V.*
Todo el mundo estaba pensando que estaba loca, loca de amor. Necesitaba que no le ocurriese nada a Cairo, y me daba igual estropear mi plan de fuga. Rápidamente llegaron todos con las caretas puestas y cerraron la puerta y me apartaron de la puerta, quizás habían evitado que me diesen un puto tiro, pero estaba segura de que mi identidad iba a circular muy pronto.
—Irina Isasia. —Dije rápidamente. —Encantada. —Sonreí débilmente y con la respiración agitada.
—¡Dénver joder! —Gritó Nairobi. —Mierda tíos.
Todos fuimos hacia el baño, estaba apuntando a la chica a la cabeza, pero al abrir se asustó y el tiro dió a la pared.
—No la mates. —Dijo Berlín. —Era una norma el no derramar sangre. —Dénver asintió.
—Llévala a un cuarto a parte para que se tranquilice. —Ordenó Nairobi a Oslo.
—¿Y a ti que te pasa? —Me preguntó a mi Dénver, tenía los ojos llorosos.
—Que la jodí, que saben la identidad de Río y Tokio, y he salido a la puerta, y seguramente sepan la mía.
—Lo jodi yo. —Dijo Cairo. —Así que pronto sabrán la mía también.
—¿Que? —Pregunté sorprendida. —No harás nada. ¡Me niego!
—Se lo he ordenado al profesor. —Se marchó de allí.
—Todo se esta jodiendo... —Gritó Berlín. —Me cago en todo joder.
—¿Que os pasa...? —Dijo Moscú entrando. —He visto lo de Sidney, y luego venís aqui y armais alboroto ¿Me explicais para que?
—Berlín mandó ejecutar a esta rehén, y se lo mandó a tu hijo. —Le respondió Nairobi.
—¿E...es verdad? —Dénver asintió.
El ladrón es por definición un optimista impenitente, siempre cree que todo va a salir bien. Y el primero en caerse del guindo fue Moscú. Era uno de esos hombres que van de frente, que dan confianza, te cuidan y te cuentan chistes malos... a mi me daba ternura. Y lo peor que te puede ocurrir en un atraco, es que te de un ataque de ansiedad siendo un atracador, y eso le pasó, se agobió tanto que terminó tumbado en el suelo de aquel baño, y ahí Moscú se dió cuenta de que si todo seguía así no habría ni libertad, ni caipiriñas en un país que no supiese pronunciar, que no había llevado allí a su hijo para salvarlo de nada, si no para hundirlo en un agujero del que solo saldría preso. O con un tiro en el pecho.
El disparo de Dénver había quebrado el frágil equilibrio de los rehenes, y aunque nadie hubiese muerto, la profesora comprendió de que estaba en un atraco en el que posiblemente fuesen dejando muertos por las cunetas. Y por muchos esfuerzos que hiciesen Nairobi y Olso por calmar esa tensa atmósfera, el miedo caía por su propio peso. Y entre esas personas calladas, un hombre, rumbiaba su culpa pensando que su querida amante estaba muerta.
—Haber rehenes, necesitamos de la colaboración de algunos. Uno de nuestros hombres a sufrido un ataque de ansiedad, y vamos a salir a la azotea, tapaditos y con las armas falsas, y así vosotros también tomais el aire. —Gritó Dénver.
—No he permitido eso. —Le dijo Berlín.
—Mi padre es claustrofóbico. Y ha sufrido un puto ataque por tu soberbia ¿Sabes? Asi que lo haremos.
—Yo os cubriré desde la puerta. —Le dije evitando la intervención de Berlín.
—Nos hareis la del cebo. —Dijo Arturo el rehén.
—Vamos a salir por humanidad. —Dijo Dénver. —Es un favor que os pido a nivel personal ¿Si?
—No os movais. —Dijo Arturo en bajo.
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La Casa de Papel || Sidney
ActionA C A B A D A. El mayor atraco de la historia en el que hay que cumplir tan solo tres normas; nada de nombres, nada de preguntas personales y nada de relaciones personales. Aunque todo el mundo sabe que las normas están para romperse, ¿o no es así? ...