XIII

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Ambos estábamos tan sumergidos en nuestra conversación, que nunca nos dimos cuenta el momento en el cual ya habíamos llegado hasta mi casa.

Quien hubiera pensado que aquel simple acto del padre de Christian, traería consecuencias tempranas al día siguiente.

Todo cambiaría para nosotros y.... muchos sentimientos despertarían.

¿Buenos? ¿Malos? Aún es muy pronto para hablar de ello. 

— Llegas tarde— informó la secretaria — El jefe te espera

— ¿Qué dices?— hice una mueca — Aún me quedan diez minutos

—El señor Clark te solicita hace más de media hora  — cerró una carpeta que estaba leyendo y me dedicó una mirada de burla— Está enojado y creo que es contigo — rió con malicia.

No seguí escuchándola y entré en la oficina de Christian, sin tocar, ni esperar su aprobación. Las palabras de su padre la noche anterior me habían dado una clase de autoridad, por lo menos sabía que no me despedirían por eso.

—Señor Clark ¿En qué le puedo ayudar?— un pequeño sonrojo invadió mis mejillas al verlo vestido tan elegantemente, era habitual ese aspecto en él, pero por alguna razón ese día se veía diferente, más extravagante que otras veces.

— Siéntate— ordenó serio, borrando por completo mi sonrisa.

— Dígame, señor Clark— insistí una vez que tomé asiento.

— Me dijeron que te vieron subir al auto de mi padre anoche — se removió inquieto en su lugar— ¿Qué pretendes?

— No entiendo a qué se refiere

— Tú sabes dónde quiero llegar — elevó una ceja impaciente.

— No, no lo sé— lo desafíe.

— Si estás con mi padre, podrías obtener muchos beneficios y asegurarte un importante lugar en la compañía— soltó por fin.

— Lo que usted dice es que si yo me metiera bajo las sábanas de ese hombre, podría obtener lo que quisiera — dije sin vueltas.

Hice una pausa y lo miré molesta, él aún no se había dado cuenta, que mi objetivo no se trataba de su padre.

—¿Y qué si así lo fuera?— agregué cambiando mi expresión a una sonrisa.

—No juegues con fuego Rossellini— advirtió.

—No se preocupe— me levanté del lugar y empecé a caminar hacia la salida — No temo quemarme

Al momento de intentar abrir la puerta, una mano me detuvo volviéndola a cerrar.

— El único que puede hacerlo soy yo— susurró a mis espaldas apoyándose  contra mí — Desde el instante que pusiste un pie en esta compañía, me perteneces

— ¿Y usted?— dí la vuelta enfrentándolo— ¿Acaso puedo decir lo mismo?

— No— agarró mi cintura y me atrajo más hacia él— No es lo mismo

— Si usted es un hombre libre — me solté de su agarre empujándolo— Yo también puedo serlo

Y así sin más, abandoné la habitación. Si él quería entrar en alguna clase de juego conmigo, solamente serían de dos jugadores, por ningún motivo dejaría que se unieran más al partido.

— ¿Y? — habló la señorita Harrison una vez que salí.

— ¡Sigo siendo su subordinada! — exclamé con fingida felicidad.

Dulce PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora