Capítulo 20

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**Sin rumbo fijo dos jóvenes de edad corta, cabellos completamente diferentes, pero ambos con tez pálida y mejillas rojizas, túnicas despintadas y sombreros que cubrían sus rostros, caminaban dejando en claro intensiones lejos de las que se les había enviado al pueblo más cercano. A lo lejos las grandes pilas de rocas acentuadas y bien sostenidas se alzaban imponentes; con cautela y sigilo andaban por ellas, las rocas protegían a quienes tenían necesidad de esconderse generando un aire de confianza que si era abusado traería consigo grandes sorpresas desagradables en la mayoría.

No negaban el hecho de tener conocimiento sobre aquel lugar, habían crecido justamente a medio kilómetro de las torres rocosas.

— ¿A qué hora llegaremos? —preguntó ansiosa la joven de cabello cobrizo claro, ojos penetrantes y oscuros —. Tengo hambre

—Lo sé, vi esa costumbre rara con tu ojo —respondió restando importancia a las palabras de su acompañante —. Evita por favor hacerlo cerca de mí.

La joven por instinto llevo sus dedos largos a su ojo derecho dando ligeros golpecitos frunció el ceño, rasco su cuello deseando entender a qué se refería.

—Como sea, en serio tengo hambre —canturreo mirando de reojo al joven rubio que no hizo más que suspirar y volver a ignorar sus palabras—. ¡Por favor! —pateó una piedra, continuo de brazos cruzados llegando casi a su destino sin decir algo más.

Lo poco que quedaba del viaje el rubio se decido a admirar el cielo, deseaba ser artista, no uno el cual sus obras quedaran guardadas por siglos, al contrario obras que se apreciaran en cuestión de minutos o incluso en segundos; sus ideales se basaban en el cambio, así veía el tiempo, si algo se puede disfrutar será porque solo es momentáneo de lo contrario se convertirá en un mártir. Miraba el cielo, un claro ejemplo de su pensamiento, las nubes y el sol creaban por segundos un paisaje que jamás podría ser igualado, un momento era necesario para admirar todo lo que deseara.

—Me gustaría estudiar medicina cuando cumpla 16 — soltó la joven midiendo la densidad de sus palabras.

—Creí que quería continuar el negocio con mamá.

—Nunca ha sido ese mi deseo.

Guardo sus palabras esperando algo más relevante, no llegó otra confesión pero algo curioso y extraño fue el cómo cambiaron las cosas, el cambio esta otra vez atando su vida. Increíble.

— ¿Cuándo piensas hablar con ella?

—No lo sé — suspiro, sus manos se entrelazaron moviendo los dedos inquietamente, quito su sombrero dejando al sol el cabello cobrizo. — ¿Crees que es la decisión correcta? ¿Crees que mamá me perdone por quiere algo diferente? ¿Lo crees Deidara?

Medito por un momento las respuestas buscando una respuesta lo más apta, pero eso era lo que ella no deseaba escuchar.

—Pienso que si es algo que deseas hacer deberías continuar y esforzarte, tienes un mente muy grande y la capacidad de resolver las cosas si lo deseas — miro a su hermana regalando un sonrisa digna de recordar —Creo Erika, que si quieres ser médico lograras ser médico.**


Un golpe sordo lo despertó, la oscuridad plena y siniestra envolvía su cuerpo semidesnudo, torpemente desprendió la manta verde que le ayudaba a pasar el frío, otro golpe llamo su atención, sin más remedio camino hacia la puerta, giro el picaporte dejando a la vista un par de ojos verdes que lo contemplaban, aquella maraña rosa y la piel pálida que reconocería en cualquier lugar aún fuera de noche yacían parada frente a él, la impotencia conjunto al asombro y miedo dominaban cada parte de su cerebro pensante, intrigado tenso la mandíbula, esperó algún movimiento por parte de ella, no ocurrió.

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