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Bill

Las gotitas puras de lluvia caían en el cristal del automóvil. Tras el accidente de mamá, fue decidido que iría a vivir junto a mi padre, en el pueblo de Stuttgart. Por lo que oí de él no era muy grande, pero estaba bastante bien. Allí llovía mucho y hacía frío gran parte del año, pero es mejor que nada. La otra opción era ir a vivir a Loitshe con mi tía, la cual no le pillo ni los saludos, ya que está algo salida de sí.

Cuando llegamos, lo primero que hice fue entrar a la casa, dejándole a mi padre el trabajo de desempacar mis cosas. Lo único que quería era darme una buena ducha, ordenar mi cuarto y dormir para que a la mañana esté como nuevo, y pueda empezar bien el día en una nueva vida.

La casa era enorme, era algo así como una mansión, a comparación de la de al lado, los cuáles debían ser mis vecinos. Ansiaba conocer gente nueva en ese lugar y rogaba porque fueran personas civilizadas, normales, alegres y simpáticas como yo.

Subí dos escalones, donde se daba a un pasillo largo, no estaba oscuro, pero aterraba al no poder ver que tan lejos llegaba a ser. Escuché un portazo y me giré, vi a mi padre cargado de maletas y cajas en la puerta, abrigado a tope, empapado y tratando de cerrar la puerta. Me acerqué para ofrecerme a ayudarlo, pero al negarse, me encogí. Mejor si no tenía que cargar con nada.

- ¿Cuál es mi habitación?- pregunté

-Por ahí, enseguida voy - Señaló detrás de mí, donde se hallaba una escalera marrón entre medio de las paredes color anaranjado. No la había visto, puesto que se camuflaba.

Asentí mientras mi padre se quitó el abrigo y con un movimiento de cabeza, me ordenó subir. Hice caso, también estaba oscuro allí, hasta que llegué a planta alta. Una luz se apoderó de la habitación cegándome. Me recordaba a una torre, yo era la princesa. Bueno... no exactamente.

Sonreí por lo estúpida de la idea. Una vez estuve arriba, examiné cada fragmento de ésta.

Las paredes eran un color crema, el suelo era de madera marrón claro pulida, había una cama de color blanco y las sábanas eran azules. Había un pequeño escritorio a mi lado, apenas al entrar por la puerta lo noté. Allí reposaba una PC bastante vieja, a su lado un anotador con emoticones felices, y ese tipo de cosas. La silla era de cuero, me senté en ella y aspiré el aire que allí había. Me recordaba mucho a casa. Parecía bastante acogedor. Giré la cabeza volviendo a repasar cada cosa. Al lado de mi cama había un ventanal enorme cuadrado, de esas que tienen unos cristales corredizos. ¡Siempre soñé con tener una así!

Me acerqué subiéndome a mi cama, y abrí la ventana, gotitas cayeron provenientes de ella y se transformaron en agua esparcida en la madera, dónde acto seguido, me apoyé admirando la suave llovizna. Cierro los ojos mientras que cruzo mis brazos en el posa brazos, la brisa golpea en mi cabello provocándome una agradable sensación.

Un zumbar horrible, hace que me sobresalte, y para mi mala suerte, caiga de espalda de la cama al suelo. Me pongo rápido de pie, para protestar ese molesto sonido. Veo que hay otra ventana frente a la mía, a unos escasos cinco metros. Tras ella, no se podía ver nada a excepción de unas sombras, ya que una tela media blanca transparente obstruía mi visión. Dejé de tratar de ver algo, y ahora me enfoqué en escuchar. Era... ¿Música? ¿En serio? ¡Joder! ¿Ahora tendría de esos vecinos que molestan con la música a todo volumen? Está bien si fuera música tranquila, para disfrutar del día, algo inspirante. ¡Pero no! ¡Era de esas que jodían hasta el alma con su "Punch"! ¿Cómo se le llamaba? Hip-Hop. Claro, de lo peor. El Hip-Hop era una mala influencia, siempre blasfemando, era del asco.

Cerré cabreado la ventana, me habían arruinado la primera tarde. Tocaron la puerta en ese momento, dirigí la mirada hacia allí sentándome en mi cama decentemente.

Breathe Me - TwincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora