-Disculpe, ¿podría decirme cuánto queda de cola? - le pregunté a quién vendía las entradas para el London Eye, intentando que no se notara mi apuro.
-Unos diez minutos aproximadamente, señorita.
Ir a esa atracción se había vuelto una costumbre, casi una tradición diría yo. Cuando el trabajo amenazaba con consumirme, me hacía una escapada hasta el primer lugar que había visitado al mudarme a Inglaterra.
Había algo mágico en estar encerrada en una burbuja de cristal gigante con desconocidos a 135 metros del suelo. Algo hechizante en contemplar cajitas de concreto y ladrillos en la lejanía. Hipnótico de sentir como la ciudad latía bajo nosotros, y como expulsaba a las personas en millones de direcciones diferentes.
Cuando me tocó entrar en la cápsula, lo primero que se me ocurrió hacer fue detallar a las personas que se encontraban conmigo.
Una mujer que aparentaba no más de sesenta años, con quien supuse que era su nieta; de no más de doce. Un matrimonio joven. Un chico que no me llevaría muchos años, de ojos esmeraldas hermosos, que se me quedó mirando más de lo permitido socialmente. Lo acompañaba un niño pequeño, podría ser su hermano. También subieron unas dos chicas de aspecto punk, con las puntas del cabello teñidas de verde y azul, demasiado negro en una misma persona y unas miradas aburridas de párpados caídos; y un chico que debía de estar muriéndose de calor bajo tantas capas de ropa en plena primavera, que no dejaba de mirar hacia todas partes con el temor pintado en sus orbes oscuros.
Todo un panorama de lo más variado.
Le sonreí a la mujer mayor, y me ubiqué en donde no pegaba el sol. Las luces estridentes me daban dolor de cabeza.
-Hola- dijo el niño, mientras se balanceaba de atrás hacia adelante sobre los talones con los brazos escondidos detrás de su cuerpo. Amplió las comisuras de su boca en una sonrisa a la que le faltaban unos cuantos dientes- Me llamo Ben, ¿y vos?
-Qué bonito nombre, Ben- me agaché para estar a su altura, y le devolví la sonrisa- Mi nombre es Gala, ¿te gusta?
Ben se apresuró y tomó la manga de su hermano, lo arrastró hasta estar junto a mí y sonrió como un ángel travieso al mismo tiempo que empujaba al mayor de los dos contra mí. Este se tropezó, y no faltó mucho para que cayera sobre mí. Sonrojado me sonrió con pena y retrocedió un par de pasos.
Ese pequeño le traería unos cuantos dolores de cabeza en cuanto creciera un poco.
En el corto plazo de tiempo que llevábamos subiendo, había descubierto varias cosas acerca de mis acompañantes.
Que la anciana en realidad no soportaba a su nieta, quien estaba sentada a su lado con el rostro arrugado por el aburrimiento y que era callada al menor intento de hacer algún comentario.
Que el matrimonio joven estaba pasando por una pelea, y que esa había sido su idea de "reconciliación". ¿Debería decirles que si se siguen echando cosas en cara nunca van a terminar de pelear? Supongo que tiempo al tiempo.
Que el chico de mi edad con bonitos ojos verdes estaba a punto de morir del aburrimiento, y que faltaba poco para que su hermanito se tirara por la puerta. Desde que habíamos comenzado a subir que estaba parado en plan árbol y con el pánico teniendo su ostro. Seguramente tenía miedo a las alturas pero, dado que el tema de las fobias se estaba expandiendo por todas partes, bien podría temerle a los tornillos que aseguraban los vidrios de la cápsula. Una nunca sabe.
Las chicas punk, mientras tanto, no habían cambiado su expresión en ningún momento. Evitaba mirarlas demasiado a los ojos, estos tenían un efecto adormecedor en mí. Una miraba hacia afuera, la otra se dedicaba a masticar chicle con la boca semi abierta y a usar su celular.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...