Camino lentamente entre las ruinas de esta ciudad. Que destructivas pueden llegar a ser nuestras pasiones. Cuánto daño podemos llegar a causar. Cuan alta puede ser nuestra soberbia e ignorancia. El mundo ha dejado de latir. Duerme. Está herido. Lo hemos asesinado, a él, y a nosotros mismos. El daño es irreparable. La luz no volverá a alumbrar nuestras oscuras almas. Lo único que nos mantenía vivos, muere con nosotros.
Clavos lastiman mis pies descalzos. Ramas secas arañan mis brazos. Brizas gélidas resquebrajan mi piel. Dagas silenciosas apuñalan mi corazón. Rojas gotas de sangre resbalan por mi inmaculada ropa. Plumas caen de mis alas. Camino sin rumbo. Sufro sin razón. Llegué demasiado tarde. No volveré a escuchar risas de niños, ni llantos. No volveré a sentir la alegría, ni tristeza, ni amor, ni odio, absolutamente nada. Solo muerte, desolación, silencio. Un silencio aplastante, que habla por las millones de almas que ya no están.
Siempre quise habitar aquí. Ser una más del millón. Lo añoraba todas las noches. Desde mi nube. Siempre despierta, siempre velando. Cuidaba de los más pequeños. Lloraba por los mayores. Rezaba por los ancianos. Todos y cada uno merecían mi atención. Al fin y al cabo, si no lo ves, ¿realmente existe? Esa era yo. Observaba cada detalle desde arriba. No me interponía. Sentía las mismas emociones que ellos. Pero no podía demostrarlas. Gritaba, pero no era escuchada. Lloraba, pero no era consolada. Reía, pero no era acompañada. Me ahogaba en sentimientos, sin manos que me rescataran. De todas formas, pasaría por ello una y otra vez con tal de saber que ellos estaban bien. Eran mis pequeños. Crecían y lograban cosas. Me hacían sentir orgullosa.
Ahora caminaba por el recuerdo de lo que fue. El paso del tiempo haría desaparecer todo rastro de vida. Allí quedarían logros, triunfos, pérdidas, historias, absolutamente todo. Un legado sin herederos. Una canción sin oyentes. Una obra sin videntes. Un libro sin lectores. No habría nadie para recordar aquello.
Llegué al lugar donde enterraban cuerpos cuyas almas habían partido. Flores blancas crecían sobre los túmulos de tierra. Azules si eran hombres. Busqué una parcela vacía, y comencé a cavar. Debía de ser profundo, para evitar huir, y ancho, para que entraran mis enormes y esponjosas alas. Ya no las necesitaría. Tardé mucho, aunque no había forma de medir el tiempo preciso. Una vez terminada mi labor, me recosté dentro. Flores blancas ya comenzaban a rodearme. Se enredaban en mi oscuro cabello. Se entretejían sobre mi. Observé el cielo detenidamente. Una a una, las estrellas se fueron apagando. Como si fueran simples lamparitas. Lentamente, la oscuridad lo fue engullendo todo. Si no lo ves, ¿realmente existe?
Cerré los ojos, y noté como mi respiración se ralentizaba. Los ángeles no moríamos, a menos que decidiéramos hacerlo. Ya no tenía qué añorar. No tenía a quien velar. Al igual que este mundo, estaba herida. Dormiría. Despertar dependería de las circunstancias. Un rayo de luz sería necesario para que abriera los ojos. Mientras tanto, allí yacería. Muerta, junto con los demás sueños y esperanzas. Pero, cuando mi último aliento luchaba por salir, oí un llanto. Mis ojos se abrieron. Mis pulmones se llenaron de aire. Sacudí aquellas flores de mi vestido, y corrí en dirección a aquel ruido. Me detuve frente un árbol viejo. Dentro encontré una pequeña criatura, abandonada a su suerte. Se pequeño cuerpo estaba helado. Lo envolví con mi ropa, lo acuné entre mis tibias alas y lo acerqué a mi pecho. Lentamente, se fue calmando con mis latidos, como los de su madre, quedándose completamente dormido. Comprendí entonces que él sería quien crecería entre las tinieblas de un mundo muerto y desolado. Sería quien lo sanara y lo despertara de su letargo. La bondad de su corazón puro no conocería la traición, ni la avaricia. Solo el amor por todos, y el cariño por lo vivo. El mundo jamás moriría mientras algún corazón continuara latiendo.
Yo misma me encargaría de ello.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...