Sales a caminar en la mañana. Sabes lo que va a ocurrirte, pero no le prestas atención. Escondes los pensamientos en una cajita, la rotulas y la escondes en un armario. La tapas con pilas y pilas de papeles, para no verla en caso de que necesites abrir el mueble. Tiras la llave lejos. La escuchas caer sobre algo metálico, pero le vuelves la espalda al sonido. Cierras los ojos unos segundos, y cuando los abres estás de nuevo en medio de la calle.
"Una última vuelta", te dices. "Una última vuelta, y me mando a guardar. Mi último día, mis condiciones". Vas arrastrando tus botitas de lluvia amarillas, pateando hojas color café y haciéndolas volar por los aires. Las hojitas se elevan, altas, altas, hasta que se enredan con alguna brisa que pasa por allí y son arrastradas, lejos, lejos. El cielo está crispado, furioso. Vas a irte, y él te va a extrañar. El sol está escondido detrás de las nubes, no puede verte a la cara. Sabe que si lo hace, llorará. Los astros están enloquecidos, se mueven de un lugar a otro y hacen mucho ruido. Las personas en las calles están molestas pero no saben por qué, el universo está irritado y se hace sentir. Respiras por la nariz, hondo, hondo. Quieres empaparte de vida. De oxígeno.
Lo buscas entre la multitud. Es tu último día, tienes que encontrarlo. Tienes que decirle adiós, aunque sea una vez. Sabes que las probabilidades de que sea diferente a la última vez son ínfimas, pero nunca vas a rendirte. Algún día, vas a dejar de romperle el corazón. Algún día vas a compensarle todo el dolor que le causaste. Le pediste que se apartara, pero no lo hizo, y ambos quedaron envueltos en aquel círculo vicioso que se repetía eternamente. Miras con detalle cada rostro, buscas sus ojos, sus hoyuelos, su bufanda verde, su cabello revuelto. Te desesperas y cada vez apuras más el paso. Las personas te observan extrañadas. No tienes tiempo, nada de tiempo. Subes tu mirada y le ruegas a las nubes que te concedan un poco más, solo un poco más. Pero el sol, dolido y testarudo, te da la espalda. El cielo se oscurece aún más. Insultas bajito y sigues buscando. Una llovizna se desata. Las gotas son como dagas de hielo que golpean tu rostro desnudo mientras sigues buscando. Ruegas ya que te concedan tu último deseo. "Tiempo. Solo pido tiempo". Alguien te empuja con el hombro al pasar, tropiezas con tus propios pies y caes al suelo. Te levantas y te limpias las manos en la tela del pantalón. Hace cada vez más frío, y los transeúntes están frenéticos buscando algún lugar donde refugiarse. Sabes lo que va a suceder a continuación, lo sientes en los huesos, en las puntas de los dedos. El frío comienza a instalarse en tu pecho, cada vez te cuesta más respirar. Las esquinitas de tus ojos se oscurecen, y luchas contra la pesadez de tus piernas. No lloras. Para eso sería necesario que relajaras tu cuerpo, y el tuyo se encontraba en total tensión. Detienes tus piernas y das vueltas sobre ti misma, observando con detenimiento tú alrededor mientras te muerdes los nudillos de tu puño cerrado.
Un...un copo. Un copo de nieve se posa sobre la punta de tu nariz. Es tu señal. Esperas que se derrita contra tu piel y con tu dedo índice limpias la gotita de agua. Tus hombros caen, cediendo ante el peso del mundo. Tus pies se sienten como dos bloques de cemento. Arrastras tus botitas amarillas con dificultad. Todavía estás lejos del espacio verde más cercano, pero sabes que tienes tiempo. "Para eso sí me dan tiempo", piensas enfurecida. Ya casi no hay personas en la calle. Tus ojos están anclados al suelo, ya no tienes ganas de empaparte de vida. Ya no tienes ganas...de nada. Solo quieres verlo a él. Pero sabes que es imposible. Así que lo imaginas. Lo dibujas en tu mente. Con acuarelas, con óleos, con carbonillo. Conoces sus rasgos a la perfección. Evocas la sonrisa que pintaba en su rostro cuando te veía llegar. Reproduces el sonido de su voz al levantarse, de su risa. Tienes la piel de gallina. Recuerdas el brillo de sus ojos, la forma en la que envolvía sus brazos alrededor tuyo. Te estremeces.
Cada vez más y más copos van cayendo del firmamento. Te enojas con el sol. Caprichoso y mil veces resentido. "Podría haberme dado más tiempo. Es un desagradecido." Tu cuerpo es invadido por una oleada de sensaciones que desconoces. Nunca antes te había sucedido. Te sientes como una pluma. Hasta tienes miedo de salir volando con la brisa. Los copos humedecen tus hombros, tu cabello y tu rostro. Pero no estás temblando. Por el contrario, se derriten sobre tu piel ni bien entran en contacto con la misma. El cemento de tus pies desaparece, y el oxígeno vuelve a llenar tus pulmones. Enderezas la espalda y te fijas donde estás parada. "Bien, me encuentro donde debería. Pero, ¿por qué me siento tan extraña?" Cierras los ojos y los refriegas con ambas manos. Algo nuevo está creciendo dentro de ti. Como si de una pequeña plantita se tratara. Te quedas muy quieta e intentas darte cuenta de qué está sucediendo. Sigue nevando. El aire es cada vez más difícil de respirar debido al frío. Miras en todas direcciones. Estas sola. El sol sigue dándote la espalda. Los árboles te observan con lástima. Un copo cae sobre tu mano, y arde. Ya ha comenzado. "La tortura ha comenzado...de nuevo". En vez de derretirse como los anteriores, traspasa tu piel, y cae desde el otro lado. Un orificio queda como muestra de su paso. Elevas la mano y entrecierras un ojo. Puedes ver a través de él como si estuvieras observando desde una cerradura. De ahí en adelante, cada copo que cae, arde como el primero. Cada copo que cae...es otro agujerito.
Lloras a pesar de que no quieres hacerlo. No es por la angustia, es por el ardor. Nunca podrás acostumbrarte a ese dolor. Como si una aguja al rojo vivo estuviera pasando. Luego piensas en él. De nuevo. Si vas a irte, que sea pensando en él. Que sea pidiéndole perdón por lo que va a ocurrir. Que sea con los ojos cerrados y su sonrisa en tus recuerdos. Se aflojan tus piernas y caes hacia atrás. El césped te da la bienvenida y amortigua tu caída. Cada copo te va crispando más el rostro en una mueca de dolor. Te concentras con mayor fuerza. No quieres dejar de pensar en él .No quieres rendirte. Pescas un recuerdo al vuelo y lo proyectas. Estabas llorando por algo, y él intentaba hacerte reír. Estabas en un sillón, envolviendo tus piernas con tus brazos. Él estaba junto a ti. Diciendo todo tipo de tonterías para robarte aunque fuera una sonrisa pequeñita. Cuando por fin lo consiguió, usó una de sus manos para limpiar las lágrimas de tu rostro y te dio una mirada que...que al día de hoy no has podido olvidar. Jadeas por aire y abres los ojos. Lo ves arrodillado junto a ti. "Ya comenzaron las alucinaciones. Él no está aquí. Él nunca llega hasta aquí. Yo nunca lo encuentro antes de este momento. Él no está aquí". Convencida de que estás soñando, elevas con mucho esfuerzo lo que queda de tu mano izquierda, y acaricias su rostro. Se siente firme bajo las yemas de tus dedos. Casi real. "Él no está aquí. El ciclo no se rompió. Él nunca llega hasta aquí. Él no está..."
Su rostro está contraído en una mueca de dolor, pero es determinación lo que brilla en sus ojos. Desciende hasta tus labios, y los atrapa entre los de él. Le devuelves el beso, sorprendida por la resolución del sueño. Siempre es lo suficientemente realista como para que sea doloroso, pero nunca tanto...Cuando se separa, lo escuchas hablar. "No te vas de mi lado. Nunca más. Hasta acá llega esto". Sonríes con pena, sabiendo que en realidad él no está ahí. Sabiendo que estás a segundos de irte. Pero, de la nada, algo extraño sucede. El dolor...el dolor desaparece. Ya no caen copos, sino agua. Gotas. Una a una, vas recuperando tu cuerpo. Gota a gota, se te devuelve la vida. Cuando la última cae, cuando la última gota llena el último agujerito, giras el rostro y lo miras a los ojos. Sin poder creerlo, levantas tu mano y vuelves a tocar su rostro. Detallas las mejillas, la nariz, la curva de su mandíbula, sus párpados y los mechones de pelo que caen sobre su frente.
"Se rompió el ciclo, amor."
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...