"Cuando se derritan las estrellas", pensaba yo, "Ese día, todo va a estar bien. Porque nada puede ser peor que un cielo sin estrellas. Todos los problemas, todas las complicaciones, no va a tener importancia. ¿A dónde se fueron las estrelles?, vamos a pensar todos. ¿Dónde están? ¿Por qué se apagaron? ¿Qué hicimos para intimidarlas?" Sí, cuando se derritan las estrellas, todo por fin va a estar bien.
Las olas golpeaban contra las piedras. Había viento, y cargado de sal me pegaba con fuerza en el rostro. No tenía como recogerme el cabello, así que había desistido de corrérmelo de la cara cada cinco segundos. Ya no lloraba. Cada tanto se me caía una que otra lágrima, pero ya se me habían acabado casi todas las reservas. El panorama se parecía a mi interior. Agitado, tormentoso, con ganas de derribar el mundo a golpes, frío...
Suspiré, no podía pensar en nada. Cansada de estar parada como un poste en medio de la calle, me senté sobre las tablas de madera. Los pies me colgaban, y por debajo se extendía toda la playa. Desde allí se escuchaba mejor el mar. Había tormenta eléctrica, y unos cuantos turistas se habían acercado para sacar fotos. No les presté demasiada atención y seguí observando al monstruo de agua y sal. Las olas subían, alto y alto, y descendían de golpe, como queriendo hundir un barco gigante. Se golpeaban entre ellas, enfurecidas, y luego volvían a subir, listas para atacar de nuevo.
Supongo que me calmaba el mirar toda esa furia desatada e incontrolable, ya que era como me estaba sintiendo en ese momento. Tenía ganas de estar en una habitación repleta de objetos, para poder tirarlos uno a uno y escuchar el ruido de los mismos quebrarse en miles de pedazos. Justo el ruido que había escuchado retumbando en mi oídos tan solo unas horas atrás, cuando solo un par de palabras se las ingeniaron para romperme el corazón. Para estrellarlo contra el duro piso, y quebrarlo en miles de millones de pedacitos. Sentía la furia de las olas corriendo por mis venas, la adrenalina de los rayos relampaguear en las puntas de los dedos, el frío húmedo del viento instalado en el lugar donde debería haber estado mi corazón. Por dentro. Porque por fuera, lucía como una pobre planta a la que no han regado en más de una semana. Caída de lado, algo marchita, con las hojitas oscurecidas y sin nada a lo que aferrarse a la vida.
Suspiré, otra vez. Miré al cielo, salpicado de estrellas. Intenté reconocer alguna constelación, pero mi memoria se negó a colaborar. Así que, para entretenerme, traté de inventar las mías. Mentalmente, fui uniendo los puntos y bautizando nuevas constelaciones. No quería volver a casa, encontrarla vacía y tener que pensar. No quería tener que pasar la noche en vela, reviviendo la misma imagen una y otra vez. No quería mirar la pantalla del celular cada cinco minutos para ver si había mensajes o llamadas perdidas. No quería dormir hecha un bollito, acunando un corazón roto. Pero, por sobre todo lo demás, no quería estar sola. Por lo menos allí me sentía acompañada por el mar, sus olas, la luna y las estrellas. Estrellas que todavía no se derriten...todo está mal.
Seguí mirando el firmamento, temerosa de que si apartaba la vista, aunque fuese por unos instantes, volvería a ese estado de miseria y pena por mí misma del que había salido huyendo al momento de llegar a la playa. Sentía como me hormigueaban los pies por el frío. Estaba muy desabrigada, las sandalias estaban perfectas para una cena en un restaurant caro, no para salir a caminar en plena madrugada. Los párpados se me estaban volviendo pesados, pero me dije que no podía quedarme dormida allí, colgando de una cerca hecha de madera. Pestañee varias veces seguidas para sacudirme el sueño de encima. Bostecé y miré la hora en mi celular. Era tarde, muy tarde. Llevé las manos hasta mi rostro y lo refregué varias veces. ¿Qué me estaba pasando? Cuando las estrellas se derritan, todo va a doler un poquito menos. ¿A quién le va a importar un corazón roto si no tiene a quien llorarle?
Me caí sentada. Fue tal la sorpresa, que me fui para atrás, olvidándome de donde me encontraba, y me sentí resbalar por el borde de las tablas de madera. Y ahí me quedé, con la espalda apoyada sobre las baldosas de la vereda, las piernas extendidas formando un ángulo de 90°. Tenía los ojos abiertos como dos huevos fritos, y simplemente no lo podía creer. Había visto...una estrella fugaz. La primera estrella fugaz de toda mi vida.
Quizá fue la primera estrella derritiéndose. Tal vez...las estrellas no se derritan todas juntas. Tal vez, solo tal vez, las estrellas fugaces son una estrella que se derrite por nosotros, por mí, para que vea su espacio vacío en el cielo, y tenga donde dejar el corazón hasta que se sienta un poquito mejor. Una sola estrella por persona...significaría que esta es la única vez que van a romperme el corazón. Que van a herirlo de gravedad. Todo lo que venga después, no va a importar. No tengo otra estrella.
Cuando se derritan las estrellas, ya todo va a estar bien. Ya todo va a estar bien, porque una estrella murió para que yo sane. Sí, todo va a estar bien. Es el día en que se derritieron las estrellas.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...