Paredes blancas, esterilizadas, muertas. Las paredes de mi casa me contaban secretos, me susurraban al oído cosas interesantes, se fusionaban con mis pensamientos...
Era mi cumpleaños, y yo siempre había odiado llamar la atención. Pero, como esas casualidades que se dan una sola vez en la vida, ese año quise que me notaran. Quería tanto sentir la efusividad que genera saber que se sobrevivió un año más, que me delaté a mí mismo.
Ese día, cuando llegué a mi departamento, en seguida busqué el celular que había dejado cargando. Solo había un escueto mensaje desde el número de mi mamá que, para no gastar crédito se ve, venía acompañado con la firma de mi padre. Nada más.
"Bueno", me dije. "Es temprano todavía, el resto debe estar trabajando", me convencí.
Entonces, me tiré en mi sillón apolillado a ver televisión al azar. La cosa transcurrió más o menos igual por más de tres horas, con pequeños intervalos para buscar comida y revisar esperanzado mi bandeja de entrada.
Con el pasar del tiempo, me fui desanimando. Mi único deseo de cumpleaños había sido ser notado por una mísera vez, pero ni eso se me condecía.
Escuché decir a los hombres con batas blancas y expresiones aburridas que cuando un loco se siente mal, es cuando más se notan sus síntomas. Pobres de ellos, suerte que no conozco a ninguno. Los locos deberían conocer a mis paredes, seguro que ellas podrían ayudarlos mucho mejor que cualquier pastilla quema cocos.
Mis amigas paredes fueron mi salvación. Me abrieron los ojos a la realidad. Entonces, y solo entonces, fue que pude comprenderlo todo. Los que estaban mal eran ellos, no yo. No era yo el culpable por despreciar su atención, sino ellos, por no insistir. Qué desconsiderados.
Escuché decir a los hombres con batas blancas y expresiones aburridas que las cosas brillantes atraen a los locos. Pobres de ellos, suerte que no conozco a ninguno.
Entonces, pensé que lo mejor sería hacer que me noten. Le di a cada uno de mis conocidos más cercanos un regalo que serían encapaces de olvidar. Esta idea llegó a mi cuando la luz que se filtraba por la ventana se reflejó en uno de mis vasos, creando una aureola mágica y brillante que se estacionó en el cajón de los cubiertos.
Mis paredes comenzaban a murmurar más alto que nunca, alentando el caudal de mis pensamientos.
¡Qué alegría! Había logrado ser notado. Cuando me vieron, abrieron sus ojos de forma desmesurada. Algunos hasta lloraron. La mejor parte fue cuando los vecinos me rodearon para abrazarme, aunque algunos parecían querer dejarme sin aire. Después, incluso llegaron más personas en una camioneta. Estaban uniformados, me sentí como de la realeza. Hasta me aseguraron en una cómoda camilla para llevarme a mi fiesta sorpresa.
Al final, mis paredes tenían razón. Ahora vivo como un rey: no tengo que trabajar, me traen todas las comidas a la habitación, y un montón de gente quiere hablar conmigo. Muchos toman notas, y me siento querido.
Lo único malo es que las extraño, las de ahora hablan con un lenguaje técnico que no logro comprender del todo.
Escuché decir a los hombres con batas blancas y expresiones serias que tienen a un loco encerrado por ahí. Dicen que es muy peligroso, incluso para sí mismo. Pobre de él, suerte que no lo conozco. Ojalá que por alguna casualidad entre a mi departamento y conozca a mis paredes. Ellas van a saber ayudarlo.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...