Ay, Teresa. Eres de corazón sensible, de manitos delicadas y de maneras un poco bruscas. La primera vez que te vi, caminabas por las calles de la mano de tu mamá. Una sonrisa gigante adornaba tu rostro, y le hablabas con mucha energía sobre algo. Los ojitos te brillaban e ibas sin mirar por donde caminabas. Tropezaste un par de veces, y como tu mamá te sostenía de la mano ninguna de ellas caíste. Si hubiera podido decirte entonces que así sería siempre, tu mamá siendo de escudo contra el mundo, quizá te hubieras empeñado menos en ser salvada por un príncipe de brillante armadura. Pero no te lo pude decir entonces, y creo que fue mejor así.
Ay, Teresa. Te enamoras con demasiada facilidad. Si alguien acaricia tu corazón con palabras bonitas, enseguida le sonríes con cariño. En seguida lo defiendes de las malas lenguas, le haces cuanto favor te pida, estás para él siempre y eres de las mejores compañeras que se pueden pedir. Pero nunca parece importar cuánto la gente te quiera y aprecie porque, al final del día, los intereses propios son mucho más importantes que la moral, y así es como muchas veces vuelves a casa con un corazón roto. Llegas, un poquito apagada para quienes te conocen de verdad, y enfilas derechito para tu cuarto. Te cambias la ropa por una más cómoda y te agarras el pelo con un broche marrón. Luego, tomás el corazón entre tus manitas, y analizas los daños. Una curita vieja comenzó a perder el pegote y desprenderse, hay un raspón nuevo en aquella esquina y unas gotitas de sangre resbalan por un pinchazo. Sonríes como una madre sonreiría, al menos, como la tuya lo haría: con amor a pesar del dolor causado al ver a su hijo sufrir. Con calma y paciencia cambias los vendajes viejos y desinfectas las heridas recientes. Le cantas una canción arrulladora y lo meces entre tus brazos hasta que deja de temblar. Una vez que se ha calmado un poco, lo vuelves a poner en su lugar y bajas las escaleras. Una sonrisa adorna tu rostro, una sonrisa casi siempre adorna tu rostro. Llueva, truene o relampaguee. Pero es muy distinta a la que tenías cuando cruzaste la puerta, y te sientas a almorzar con los demás. No hablas mucho, no sientes que tengas nada interesante que contar, así que te dedicas a escuchar a los otros hablar sobre su día y a participar de vez en cuando con algún comentario. Me hubiera gustado decirte entonces que tienes ideas maravillosas dentro de tu cabecita, que no las reprimas y se las muestres al mundo sin miedo. Pero no te lo pude decir entonces, y creo que fue mejor así.
Ay, Teresa. Tienes facilidad para conocer gente. Solo tienes que saludar con tu ancha sonrisa, y ya muchos quedan prendidos a ella. Te gusta mucho conversar, y siempre eres muy sincera en tus opiniones. Hay personas que se han ofendido por tus palabras, aunque son los menos, puesto que acabas encontrando la manera de usarlas para decir aquello que verdaderamente piensas pero de forma tal que las personas entiendan tu punto y no se las tomen a mal. Tienes casi siempre un buen carácter, pero te enojas con rapidez ante las injusticias, y en esos momentos te cuesta controlar tu genio. Sé que no te gusta lastimar a los demás con tus palabras, ya que no eres muy buena pidiendo perdón y tratando de enmendar tus faltas. Me gustaría haberte dicho entonces que con un par de respiraciones bien hondo podrías controlar tu temperamento con mayor facilidad, pero no lo hice, y fue mejor así.
Ay, Teresa. Eres muy bonita a pesar de que trates de convencerte de lo contrario. No tienen nada de malo tu cabello crespo, ni tus anchas caderas o falta de pechos exuberantes. Eres linda porque no tratas de serlo, eres linda porque no te miras demasiado en el espejo, eres linda porque aún te sorprendes cuando te das cuenta de que te gusta cómo te queda alguna prenda. Eres bonita así tal cual te presentas a los demás, así tal cual te plantas frente al mundo. Mientras tengas tu ancha sonrisa siempre presente, serás bonita. Por más que en invierno debas envolverte en cincuenta camperas y veintiún bufandas debido a lo friolenta que eres. Por más que el gorro te tape hasta los ojos y parezcas un muñequito. Eres bonita a pesar de lo que la sociedad quiere que creas, a pesar de no entrar en moldes. Me hubiera gustado poder decirte esto en persona, me hubiera gustado tomarte en la mano, hacer que te pares frente a un espejo y señalarte una a una las cosas buenas que tienes y que no quieres ver. Pero no te lo pude decir entonces, y creo que fue mejor así.
Ay, Teresa. Abre los ojos, Peter Pan no existe, ni tampoco el Príncipe Encantador. Nadie va a venir a rescatarte de una torre, ni a besarte para que despiertes de una extraña maldición o a llevarte a una isla mágica donde permanecer siempre joven. Estás en el mundo real, con lobos hambrientos y dispuestos a destrozar a cuanta alma pura se les plante delante. No te escondas, muéstrales quien eres y de lo que eres capaz. Muestra los dientes, por más que los tuyos sean pequeños. Muestra las garras, por más que las tengas cortas y limadas. Lucha por lo que tengas que luchar, y ama donde haga falta. Si no sabés hacer nada que pueda ayudar, sonríe y muestra predisposición en aprender. Pero deja de esperar que te salven, sé tu propio caballero, usa tu espada para abrirte camino. Te recomiendo que para esto uses tu sonrisa. Recuerda cómo controlar el genio. Y la mano de tu mamá. Y quererte a ti misma. Con estas armas, te aseguro que podrás contra todo.
Ay, Teresa. Buena suerte.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...