Una Calle sin Salida

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Tenía doce, y esto implicaba travesuras de niñas.

Mi prima Ana y yo nos encontrábamos en el club, solas. Bueno, no solas solas, sin nadie, nuestros padres estaban ahí, solo que lejos. Teníamos nuestras bicicletas y queríamos andar hasta cansarnos, o hasta entrar en calor, puesto que era pleno invierno.

Ana me miró, traviesa, con una ceja rubia en alto, como retándome a hacer algo. De ambas, ella era la más atrevida, no tenía reparos en desobedecer órdenes. En cambio, yo era, de las dos, la más tranquila. Aunque si me retaban a hacer algo, lo hacía, no vayan a pensar que era una miedosa. Fue por esto que respondí a su mirada con una sonrisa, aceptando el juego.

Cerca del club, había un barrio de casas de fin de semana. El lugar era hermoso, casas grandes y lujosas, mucho verde, con árboles altos e infinidad de flores, como aquellos jardines de mis libros acerca de hadas. Además, siempre había chicos de nuestra edad con quien jugar.

Agarramos nuestras bicicletas y nos fuimos. El lugar era reducido, nada demasiado complejo, por lo que me repetía a mí misma que era imposible perdernos. "No vamos a perdernos", me repetía a mí misma, como una especie de mantra. Porque si a algo le temía, era a no saber volver. No contaba con distraerme en el camino, y terminó sucediendo. Cuando dimos vuelta a la esquina esperando ver la puerta del club, una fila interminable de casas idénticas, tanto que daba miedo, se perfiló frente a nuestros ojos. Bajé los pies de los pedales, frenándome de golpe y llenándome de tierra, miré a mi prima, sintiendo como los ojos se me llenaban de agua. No podía moverme, o quizá sí, pero mi mente estaba demasiado ocupada desesperándose.

-No vayas a llorar-me dijo mi prima que, siendo dos años más chica, no comprendía la gravedad del asunto- Estoy segura de saber cómo volver-por fin reaccioné, tirando de la manga de mi buzo me limpié los ojos, en un gesto que estaba segura que mi mamá desaprobaría, ya que no quería que Ana se riera de mí. Volví a subir en mi bicicleta, y la seguí.

Izquierda, derecha, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda...no iba a volver a creer en las palabras "Estoy segura de saber cómo volver". ¡Estábamos aún más perdidas que antes! Esta vez no frené la bicicleta, prácticamente me tiré de ella y me senté en el césped, frustrada. Ana siguió unos cuantos metros más, sin percatarse que yo ya no estaba a su lado, quizá por la cancioncita pegadiza que venía tarareando desde que habíamos llegado. Segundos después detuvo su bicicleta, cayendo en la cuenta, por fin, que me había dejado atrás. Enseguida se me acercó, con una mueca que decía claramente "¿Y ahora qué te pasa?" Intenté sonar lo más segura posible, no quería preocuparla también a ella.

-Alguien debe decirnos cómo volver-sentencié, no permitiría que ella me siguiera conduciendo hacia cualquier parte.

-Pero acá no hay nadie, y yo no pienso tocarle la puerta a ninguna casa-mi prima, siendo tan atrevida como solo ella podía serlo para ciertas cosas, jamás se animaría a hablar con desconocidos. Ese era mi rol. Cuando dejaba que me metiera en problemas, era yo quien arreglaba las cosas.

Bufando, molesta por la cobardía de Ana, comencé a arrancar pedacitos de césped y a jugar con estos. Esperaría hasta que alguien apareciera.

El tiempo corría, obviamente no se detendría, ni siquiera hasta que encontráramos cómo volver para que nuestros padres no nos castigaran. Pero, al no tener mi reloj, no sabría precisar cuánto tiempo había transcurrido.

-Mira, ahí viene alguien-dijo Ana, sacándome de mis pensamientos y recordándome dónde estábamos.

-Esperame acá-le respondí, poniéndome de pie y limpiando la parte trasera de mi pantalón gris. Por dentro, estaba temblando, y le hubiera pedido a mi prima que me acompañara, de no ser porque ya conocía la respuesta. Simplemente, quería ahorrarme otra vergüenza.

A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)Where stories live. Discover now