Estaba sumamente cansada, la fiesta me había dejado exhausta. Bailar toda la noche, moverme al mismo tiempo que centenares de cuerpos, solo para sentir que encajaba. Que era igual que los demás, que pertenecía a un lugar y a un tiempo.
Caminé rumbo a mi casa, donde mis padres me esperaban profundamente dormidos, por las calles de mi pueblo. Era una noche helada, pero tranquila. Disfrutaba de caminar durante las noches, era el momento exacto en que podía dar rienda suelta a mis pensamientos, sin preocuparme por los prejuicios. No necesitaba a nadie, no quería a nadie.
Tomé la perilla de la puerta de mi habitación, entrando a aquel lugar oscuro y solitario. Me bajé de mis zapatos altos, ya que amenazaban con lastimar mis pies. No llegué a encender la luz, que noté un leve movimiento, uno que ningún otro humano hubiera notado. Desde pequeña había demostrado tener dotes...extrañas. Al menos esa era la palabra que los demás niños usaban para referirse a mí cuando pequeña. Tenía un oído excepcional, podía moverme con total ligereza como si mis pies no tocaran el suelo, cantaba con la voz de los antiguos celtas, tenía sueños profundos llenos de mensajes, mi mente trabajaba más rápido, y mi excelente vista. De todas formas, no alardeaba de esto, es más, lo ocultaba. Con el tiempo aprendes que las personas le temen a lo que no pueden comprender, o tal vez es solo envidia.
Me quedé quieta en donde me encontraba y dirigí mi vista a la ventana frente a mí. Estaba segura de que la había dejado cerrada, con pestillo. La fría brisa de la noche agitaba mis cortinas. Me moví cuidándome de no hacer ningún ruido para que, cuando la luna alumbrara mi habitación, pudiera ver quien se había metido dentro sin mi permiso.
La luna hizo lo suyo, dejando al descubierto un par de ojos amarillos y a una criatura parecida a un lobo, de tres veces el tamaño de lo normal, dispuesto a saltar hacia mi cuello en cualquier momento. Estaba agazapada, cual felino acechando a su presa. Tenía una idea. Doblé mis rodillas hasta que estas estuvieron apoyadas sobre el duro suelo de madera. Miré directamente a los ojos de aquella criatura, hasta que comprendí que en realidad no me haría daño. Él nunca me lastimaría. Lo sabía, pero al mismo tiempo no sabía cómo habían entrado estos pensamientos en mi cabeza.
De un momento a otro, una melodía, producida por algún instrumento de viento, flotó dentro del cuarto. Esto tranquilizó a la bestia, y me otorgó firmeza y seguridad. El animal me dio una última mirada, prometiendo con esta que no sería la última vez que nos encontráramos, saltó sobre mi cabeza hasta la ventana y desapareció por el bosque. O mi patio trasero, es lo mismo. Mi casa es la última del pueblo, por lo cual se encuentra a unos metros del lindero del bosque. Uno de mis lugares preferidos, solía pasar ahí todas mis tardes, cuando toda mi paciencia amenazaba con abandonarme.
No aguardé mucho tiempo, debía darme prisa, conservé el vestido pero me coloqué unas zapatillas. Tomé la perilla de la puerta por segunda vez esa noche, y salí al encuentro de la noche. Corrí, adentrándome en el bosque, siguiendo la música que aun flotaba en el aire. Luego de sortear ramas de altos pinos, llegué a un claro. Me oculté detrás de unos matorrales. Pude distinguir una pequeña hoguera, y un hombre junto a esta. Llevaba un gran capuchón color rojo sangre, largo hasta el suelo, y tenía colocada la capucha. Dejó la flauta y comenzó a cantar una melodía suave, adormecedora, mientras la criatura ya conocida deambulaba alrededor de él algo impaciente.
Los arbustos detrás de ambas figuras se agitaron, dejando al descubierto los rostros de niños somnolientos. Estos se acercaron a la hoguera, y se dispusieron a bailar alrededor de esta, mientras que la música cambiaba drásticamente de ritmo. Ahora era una melodía rápida, casi frenética que, por los rostros de los niños, parecía tratarse de mantenerlos en trance. Las frentes de los pequeños estaban perladas de sudor y, uno a uno, fueron cayendo. Uno a una, las lenguas de fuego de los tragaban. Era un espectáculo difícil de observar, las llamas consumiendo sus pequeños cuerpos, llevándoselos con ella, cruelmente, dolorosamente, lentamente.
Automáticamente pensé en sus padres, quienes encontrarían las camas vacías cuando los fueran a levantar en la mañana. Los buscarían en vano. Llevé mis manos a mi rostro, notando mis mejillas húmedas. Las limpié rápidamente, odiaba llorar.
El hombre cambió la melodía por tercera vez esa noche, ahora se había convertido en un crescendo. Una bruma blanca y espesa se elevó desde las llamas, mientras estas aun consumían a su última víctima de la noche. La criatura de ojos amarillo abrió la boca, inspirando aquella niebla, mientras que a la vez lo envolvía. Detrás de esta, se podía distinguir una silueta humana pararse. Cuando la bruma se disipó, quien tomó el lugar de la bestia llevaba el mismo capuchón color rojo sangre que su compañero. Conservaba esos ojos amarillos, a la vez que en su rostro permanecía aquella mirada salvaje que tenía cuando estaba en mi habitación.
No se por qué, ni de donde saque la determinación pero, de un momento a otro, me levanté de mis escondite y me dirigí donde ellos. Sabía que era una mala idea, supongo que el peligro me atraía. Me detuve justo frente a ellos, mirándolos a ambos. Quien había cantado tenía unos ojos color verde esmeralda y una mirada impasible. Ellos me devolvieron la mirada. Pareciera que nos conocíamos de toda la vida, como si ya hubiera hecho esto cientos de veces. La parte racional de me miente me gritaba que saliera corriendo fuera de su alcance. Pero nada esta noche era racional, por lo que ignoré mis instintos humanos, tan primitivos y ajenos a mí.
Ambos se arrodillaron frente a mí, inclinando ligeramente la cabeza. Quien fuera la criatura habló primero, sorprendiéndome por su tono suave y melodioso.
-Esperábamos su regreso, mi señora-
¿Mi señora? La frase no me era extraña tanto como debería, pero no terminaba de entender el significado.
-Le explicaremos todo durante la noche, mi señora. Sé que debe de estar exhausta, ha sido una noche muy larga, pero me temo que no ha hecho más que comenzar-continuó quien había cantado. Me sorprendí otra vez, su voz era gruesa y rasposa, muy diferente a como fuera al cantar. Cuando lo escuchaba tras lo matorrales, era melodiosa, encantadora...hechizante. Supongo que algo de magia tendría.
-Pueden levantarse...creo-estaba confundida por su comportamiento, pero no puedo negar que sabía que lo harían.
-Aún no hemos profesado nuestros juramentos de protección y lealtad, mi señora- me señala la criatura...hombre.
-Aún no conozco sus nombres, señores-contraataqué, avanzando un paso.
-Me conocen como Matthias, él es mi hermano Edwin.-sonrió, aquel de ojos amarillos. Ahora si podía pedirles sus votos. No recuerdo haberla oído antes, pero ahí estaba. En mi mente, cada palabra, cada frase, absolutamente todo. Sabía las respuestas que esperaba de ellos. Esta noche no podía ser más extraña, pero estaba bien con ello. Era como si hubiera estado esperando durante toda la vida. Nunca había sentido pertenencia hacía ningún lugar en el que había estado, no me encontraba a gusto con las demás personas, eran lentas de pensamiento y de cuerpo. Esta vida que mantuve por dieciocho largos años, era una mentira. Una mentira que ayude a construir. Por fin obtendría las respuestas que rondaban por mi mente, desde que presencié una ceremonia parecida a los diez años. Toda mi infancia parecía tan lejana ahora, como si hubieran pasado cientos de años.
No lo dudé ni un instante. Me senté junto a los hombres alrededor de la hoguera, dispuesta a escuchar toda la verdad por fin, y no admitiría ni una sola mentira. Nunca más.
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A veces Canto (y otras susurro himnos de guerra)
General FictionA veces canto, y otras susurro himnos de guerra. A veces, juego a ser pájaro y doy vueltas por los cielos. Me enredo en las brisas, me zambullo en las nubes, aleteo con todas mis fuerzas para ver si alcanzo el sol, me dejo caer de espaldas y agarro...