Capítulo 24

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Jaden

Esquivo hacia la Izquierda...

Derecha, izquierda, 3 segundos... de nuevo derecha.

Mantengo mis pies en movimiento, siguiendo el ritmo. Aprovecho un descuido de mi rival para hacer mi propio combo de golpes, pero esquiva con la experiencia que lo ha llevado a la final, lo hace casi tan perfecto como yo hace unos segundos, excepto claro, que perdió el equilibrio y no pudo esquivar el último golpe, dándome la oportunidad que he estado esperando.

Golpeo tan fuerte y rápido como puedo, dejándolo con la única opción de defenderse, pero no es suficiente, cae al suelo con el golpe final. Las personas reunidas en el lugar empiezan con la cuenta regresiva, pero no se levanta, el muchacho cuyo nombre real nunca conoceré, quien es probablemente de mi misma edad, se encuentra totalmente noqueado con sangre por toda su cara.

La cuenta llega a cero y la gente estaba totalmente enloquecida. Había sido una pelea demasiado larga, digna de una final, y yo la gane.

Gane el campeonato de boxeo callejero.

Me siento débil y sin aliento, con unas ganas intensas de gritar, pero no lo hago. Siento demasiado dolor, apenas soy consciente de que las personas se arremolinan alrededor del rin y que un hombre me levanta el brazo en señal de victoria.

Lo demás pasa demasiado rápido, soy arrastrado por dos guardias en un corredor hasta llegar a una habitación, me rio internamente al reconocer mi paradero.

—Milena —dice uno de los guardias a la doctora sentada en su escritorio—. Te traemos a uno.

Con su fuerza de hombre gorila me obliga a sentarme en la única camilla en la habitación, no lo detengo porque sinceramente ya no puedo moverme. Milena no hace ninguna expresión.

—Déjamelo —responde—. ¿Y el otro?

—Noqueado. Richard lo está atendiendo —Milena asiente.

Y sin más, los dos hombres salen de la habitación dejándome a solas con la mujer.

—Hola —saludo, pero mi voz no parecía mi voz.

Ella me ignora y empieza a sacar las cosas con que pretendía curarme. No me he encontrado con ella desde que llegue, Richard era quien había estado haciendo de mi doctor personal muy probablemente porque ella se habría negado.

—¿No estas sorprendida de verme? —pregunto.

—Lo estoy, pero no por tu presencia —se digna a hablar, mientras de pie frente a mí, me alza el rostro para detener el sangrado de nariz—. Es por tu apariencia. ¿No te has visto en un espejo?

Niego con la cabeza. A pesar de que si lo he hecho. Es cuestión de prioridades, mi rostro o mi cuerpo, elegí proteger lo primero. Hace dos días, los moretones en mi cuerpo eran horrorosamente negros mi cara había sobrevivido apenas con un ojo morado y un golpe en la cabeza que requirió de unos puntos. Sin embargo no puedo decir lo mismo de esta pelea.

La mire a los ojos, pero ella no lo hizo.

Me cogió las manos y desato los guantes, después desato las vendas. Yo no aparto mi mirada de ella.

—Gane —digo innecesariamente.

Suspira.

—Báñate —señala con la cabeza hacia el pequeño baño anexo a la habitación—. No puedo ver ni siquiera por donde sangras. Hay ropa limpia.

Me suelta las manos, me levanto ignorando el dolor en todo mi cuerpo y cierro la puerta al entrar. Me sostengo del lavamanos para mirarme al espejo.

Y al hacerlo me rio histéricamente porque conseguí mi propósito. ¿Quién demonios podría reconocer al pianista perfecto en esta persona totalmente destrozada? A penas y sigo siendo humano. Y esto lo conseguí a penas en una semana.

Puedo hacerlo, puedo destruirme totalmente. Y lo estoy logrando.

Me quito la ropa y entro a la ducha. Dejo que el agua me cubra y cierro los ojos con las manos apoyadas en la pared, siento que si no me sostengo caeré en cualquier momento.

Cuando abro los ojos, el piso está manchado de sangre mezclada con agua. Mi sangre. No me interesa, cierro los ojos nuevamente y me quedo unos segundos más en la ducha.

Salgo y me pongo unos pantalones que están doblados en una encimera. Están ahí como si Milena hubiera predicho que llegaría acá desde un principio. Salgo con la camisa en mano porque no tenía sentido ponérmela si de todas formas me la tenía que quitar.

Me siento de nuevo en la camilla y miro a la mujer que me examina detenidamente.

—No es tan grave —suspira aliviada—. Déjame ver.

Detiene el flujo de sangre en mi ceja izquierda y desinfecta las heridas abiertas, en mi rostro y en mis manos. Aplica un ungüento en los moratones de mi costado, justo en las costillas. Puedo sentir el calor mientras lo extiende por todas las partes resentidas. Usa otra crema para sobarme los hombros y los músculos de la espalda. En este punto estoy casi dormido, completamente frito. Me recuesta en la camilla, sabiendo que estaba a punto de perder la conciencia.

—Lo siento —le digo, ella me mira—. He roto mi promesa. Lo siento.

Ella me soba la cabeza y suspira.

—Descansa Jaden.

Lo último que supe fue que de nuevo me vendaba las manos.

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El sol pierde luz propia.

Si continúa en la soledad... será cuestión de tiempo para que se apague completamente.

El Sol También Brilla De NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora