Capítulo 5

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¡Oh, Dios! ¿Qué había hecho? ¿Cómo sé veía envuelta en ese tipo de situación? ¿Por qué eso le sucedía justamente a ella?. Gabrielle no podía creer que ella se encontrara en esa situación, se sentía avergonzada por su comportamiento. Tenía ganas de cavar un pozo, esconderse y tapar la entrada con una gran roca. Después de que la tormenta pasara salir al mundo exterior.

Sobre todo eso no era lo peor. El verdadero tormento no había llegado y posiblemente llegaría mañana.

No quería y no podía fijar su mirada en otra cosa que no fuera la alfombra estilo barroco que decoraba gran parte del despacho de su cuñado. La imagen que estaba dando no era para admirar. Sentía su cabello desordenado, las horquillas que lo sujetaban ya era inexistentes. Su vestido, bueno, era el único que estaba más en su lugar.

El silencio reinaba, la tensión se palpaba en el aire, podía cortar como cuchillo de carnicero. Las miradas calculadoras e interesadas de las tres damas más cotillas de todo Londres, estaba frente a ella, y su acompañante, sentadas una cada una en pequeños sofás individuales. Las tres mujeres iban vestida pomposamente, y el paso de los años no le perdonaba ni una. Ni siquiera la capa de intenso maquillaje les podía cubrir sus rostros marcados por las arrugas.

Un carraspeo rompió con todo el silencio. Gabrielle se permitió levantar la mirada para buscar al causante de tan gloriosa acción. El silencio ya le estaba exasperando. Una cosa era cuándo uno mismo lo ponía en práctica, y otra muy distinta cuando personas dadas al habla se mantenían en total quietud.

Cuándo su ojos localizaron al individuo, sé topó con la mirada de él causante de su mayor problema. Quién al contrario de ella no parecía para nada incómodo, e inclúso se le veía sonriendo. Lo qué a Elle le pareció desconcertante y extraño, ya qué no sé encontraban en una situación dónde se pudiera reír o bromear.

¿Qué le sucedía a ese hombre? ¿Acaso no podía darse cuenta que el horno no estaba para bollos?.

Estuvo a escasos milimetros de rodar los ojos pero luego se dió cuenta que no podía ya qué aún seguía en presencia de personas no gratas y demasiado entrometidas para su gusto.

Las tres damas de tercer edad, sé deleitaron con la sonrisa del caballero que tenían ante su presencia. A ninguna mujer de esa habitación se le pasaba pot alto el hecho de que aquel hombre era apuesto. Cómo si de una carrera se tratara las tres empezaron abanicarse. Pero solo una de ella, lo suficientemente entrometido y chusma se atrevió a preguntar el motivo de su sonrisa.

–Excelencia, si me disculpá y teniendo en cuenta los motivos por los cuáles nos encontramos aquí, me atrevo a preguntar ¿Qué le causa gracia?–Esa señora ya no tenía pelos en la lengua para hablar.

Lord Williams quiso responder que sus caras le causaban tal gracia pero como el caballero educado que su madre le enseñó a ser con las damas, y sobretodo con las de mayor edad, se contuvo.

–Milady, ¿Se puede saber por que motivos nos encontramos aquí?.

Todas las damas soltaron un jadeo de horror. Sabía cuál era el motivo, su maldita imprudencia los había arrojado a esa situación, por culpa de sus deseos ahora estaba con esas mujeres pero solo una tenía la culpa, y era la que permanecía a su lado, ahora a una distancia considerable. Las tres damas jadearon de horror.

–Descarado. –Una de ellas murmuró pero no le importaba cual.

–Milord, ¿usted está consiente de que le hemos atrapado en una situación bastante comprometedora e indecorosa?–Lady Amelie Roscheter, levantó una ceja esperando una respuesta a cambio. Quizás de las tres damas, ella era la más sensata, pero eso no le quitaba lo cotilla.

–¿A caso un hombre no puede disfrutar de un momento romántico con su prometida?.–En cuánto esas palabras salieron de su boca quedó petrificado.

Todos. Absolutamente todas las presentes allí quedaron mudos, dirigiendo lo que Lord Williams acababa de decir. Hasta los qué en ese momento venían llegando a la biblioteca. La más sorprendida de todas fue Gabrielle, ya qué en cuanto salió de su sorpresa miró al Duque cómo si le fuera a salir una nueva cabeza.

–Damas, ya han visto todo ha sido solo un mal entendido–El conde de Devorshire que en ese momento había llegado habló. Aún no tenía idea de lo que allí acontecía pero no duró mucho en averiguarlo.–Lord Williams, solo ha querido un instante a sola con su prometida y por lo visto no pudo contener su emoción por un pequeño beso de la dama–Henry era un hombre tranquilo, e intachable y se lo tenía en muy alta estima en la toda la sociedad londinense.

–Así es, mis queridas señoras–Jaden aún estupefacto por sus palabras respondió para hacer más creíble su metida de pata.–Acabo de pedir a Lady Gabrielle que sea mi duquesa, y ella ha aceptado gustosamente. Pues no hemos aguantado la emoción y hemos pecado con un pequeño beso–Sin duda cada vez que hablaba se hechaba la soga al cuello–¿Verdad, cariño?–Le preguntó a su ahora ya casí prometida.

Quién aún seguía procesando las palabras del duque. Todas las miradas fueron a parar a ella. En el momento que se dió cuenta que esperaban una respuesta para la pequeña mentira, se asustó. Ya qué si respondía que no, su reputación estaría arruinada pero poco le importaba, pero también la reputación de su familia estaría en juego. Si la respuesta era positiva sus planes se echarían a perder, pero cabía la posibilidad de qué el matrimonio no se llevaba a cabo. Por qué el duque no se veía feliz con sus palabras, y de lejos se notaba que no quería matrimonio. Solo le quedaba seguir el juego.

–Eh...–Tomó suficiente aire para hablar.–Si, por supuesto que sí–He hizo que sus labios despegaran una pequeña sonrisa son mostrar los dientes.

–Ya lo han visto. Solo un mal entendido–Volvió a repetir Jaden pero ahora la oración tenía doble sentido.

–Oh–Lady Rochester cubrió su boca en forma de sorpresa–Felicitaciones. Querida, tú madre estará muy feliz–Dijo esta tomando las manos de Gabrielle.

Lo que la dejó más anonada ya qué había olvidado por completo a su madre y la posibilidad de qué se enterara de todo. Las dos damas que allí estaban prosiguieron con sus felicitaciones para luego abandonar la biblioteca y volver al salón. Dejando a Gabrielle, con su cuñado y con el hombre que la había salvado pero a la vez arruinado.

Grabielle espero a qué las damas se retiraran. Pensado que en cuánto pisaran de nuevo el salón de baile el chisme de su supuesto compromiso se regaría. Intentando mantener la calma, empezó a inhalar e exhalar pero no le funcionó.

–¿A caso usted está loco?–Bramó con enfado contenido.–¿A perdido la única neurona viva que le quedaba? ¿Sé da cuenta de en el lío que nos hemos metido por su mentira?–Presa del enfado empezó a caminar mientras maseajeaba su cabeza. Jaden abrió la boca para darle una respuesta pero Gabrielle se le adelantó.–¡No! ¡Ni siquiera sé le ocurra responder! ¡Por qué ya he comprobado que usted no piensa antes de hablar! ¡Le estaba agradecida por haberme salvado de ese depravado pero ahora por su culpa nos encontramos en otro problema! ¡Agh!

Sabía que estaba perdiendo su porte. Qué no era digno de una dama su comportamiento y menos frente a dos caballeros, pero poco le importaba. ¿Cómo debía actuar una dama ante semejante situación?


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