Camino de Surrey a Londres.
1835.
-Gabrielle, siéntate correctamente, no es digno de una dama sentarse como si fuera una simple campesina.-La condesa de Norfolk reprendía a su segunda hija.
-Si, madre-respondió la muchacha hastiada.
Acatando por milésima vez lo que su madre decía. Corrigió su postura; espalda recta, hombros atrás, cuello estirado, manos sobre su falda.
Marrie Collingwood, Condesa de Norfolk, madre de cinco hijos, tres de ellos mujeres. Su primogénita; Alexia, la segunda; Gabrielle, la tercera; Caroline, el cuarto; el futuro heredero del título de la familia; Alexander y el quinto; el consentido de la casa por ser el más pequeño; Patrick.
Lady Collingwood, no era que digamos una madre demostrativa de sus sentimientos, pero algo era seguro y era el amor que le tenía a su familia. Era una madre estricta, demandante con sus hijos, sobretodo con las dos mayores. Cómo toda madre casamentera quería que sus hijos encontrarán un matrimonio adecuado.
La mirada de la condesa cayó sobre sus dos hijas, ambas sentadas frente a ella, atraviadas en trajes de fina seda, cómo dignas hijas de un conde. Alexia, a finales de su segunda temporada se había prometido en matrimonio a un joven lord. En sus temporadas fue toda una novedad aunque no fuera la típica flor inglesa. Su cabello rojo cobre, atraía la atención, su mirada color miel, su piel cuál porcelana, esbelta con cada curva en su lugar. Sin embargo, Gabrielle, apenas sería presentada en sociedad, a sus dieciocho años. Era morena, cabellera negra, sus ojos color chocolate, de lejos parecían oscuros pero de cerca eran café, no era alta su altura apenas pasaba el metro y medio, su piel tenía un notable bronceado, su cuerpo aunque fuera pequeño tenía sus curvas definidas. Muchos decían que Gabrielle se parecía a su tía Caroline, hermana de su madre. La pequeña Caroline Collingwood era una copia exacta de su hermana mayor, pero su mirada verde, y el cabello color fuego, la hacían única. Alexia y Caroline se parecían mucho a su padre. Pero Alexander era el único de los hijos de la condesa que había heredado más de ella, su cabellera rubia, sus ojos verdes, su piel blanca. Sin embargo el pequeño Patrick, era moreno, de cabello rizado, ojos oscuros, una mezcla de sus tres hijas.
Caroline, Alexander y Patrick aún no tenían edad suficiente para asistir a la temporada quedando en casa al cuidado de sus abuelos maternos.
-Oh, mis niñas, se habla que está temporada debutarán muchas jovencitas.-parloteaba la condesa, con todo de fastidio. Habría mucha competencia, muchas jovencitas en busca de un marido. Por su hija mayor no debía de preocuparse pero Gabrielle era un caso diferente no mostraba especial interés por encontrar un candidato perfecto.-Al llegar a Londres, iremos a donde Madame Lafour y encargaremos nuevos vestidos de noche para la temporada.-dijo decidida la dama.-Y tú, Alexia, pronto serás una mujer casada veremos la tela para tu vestido de boda. Se dice que será la boda del siglo.
Ambas hermanas asintieron, una más emocionada que la otra.
-Ya deseo ver a Henry, le echo muchos de menos, madre.-hablo la primogénita con cierta melancolía. Lord Henry Prescott, Conde de Devonshire, futuro esposo de Alexia Collingwood.
-Te entiendo, mi niña. Yo he echado mucho de menos a vuestro padre estos día.
Gabrielle rio por lo bajo. No era un secreto que el conde disfrutaría de esos días sin su mujer puesto que esta le era muy demandante. Lord Collingwood, se había marchado días atras a Londres, ya qué el inicio de la temporada social era también el inicio de las Secciones en el Parlamento. Como portador de un título noblario y parte de la cámara de Lores debía de asistir.
La temporada había dado inicio hace días pero debido a las fuertes lluvias primaverales se hacia imposible viajar en carruaje.
Gabrielle, mirando el paisaje por la ventanilla del coche, perdida en sus pensamientos, no tomaba importancia a lo que su madre y hermana mayor conversaban.
No le interesaba ir de salón en salón, de casa en casa, asistiendo a aburridas fiestas del té, a bailes y todo aquello que implicará conseguir un marido.
Ella quería seguir en su casa de campo. Dónde tenía diversas actividades que hacer. No perder el tiempo con cosas banales, y desfilar como vaca para el matadero, como lo hacían todas las damas casaderas que estaban en busca de un marido que tenga buena posición, titulo, y riqueza. No les importaba si su esposo les amara, ellas solo necesitaban a alguien para mantener su clase de vida, para formalizar con la aristocracia. Casi todos los matrimonios de la alta sociedad eran por conveniencia. Ella no pensaba contraer matrimonio ni por conveniencia ni por amor. En algún momento se lo diría a su madre, pero si podía sobrevivir sin pretendientes todas las temporadas hasta que la tacharan de solterona, lo haría.
-Gabrielle, Gabrielle.-una voz muy molesta, y a la vez algo irritada que le estaba llamando.-¡Por el amor de Nuestro Señor! Despierta, niña.-poco a poco fue abriendo sus ojos. Su madre la miraba con el ceño fruncido y enfadada-Vamos, baja. Hemos llegado.
Gabrielle no entendía en que punto del viaje se había sumergido en un sueño profundo. Le parecía lo mas espantoso dormir en un coche, el cuerpo le pasaría factura luego de estar en posiciones incomodas.
Se apresurò en bajar del carruaje, aceptando la mano que ofrecía el Señor Pigeon, su mayordomo, desde que ella tenía memoria.
-Señor Pigeon.-saludó con cordialidad.
-Bienvenida de nuevo, señorita.-correspondió al saludo con una inclinación de cabeza.
Dejando a Gabrielle frente a la entrada de su casa, para dirigirse al personal y empezar a dictar sus ordenes.
Gabrielle miraba con mucha atención todo. Londres era un caos. Habían llegado en la mañana, aún era temprano pero ya había mucho movimiento. Damas paseando, vendedores ambulantes, doncellas haciendo las compras, mendigos pidiendo algunas monedas al que pasara, muchas personas de muchas clases. Los carruajes, iban con prisa pero aun así quedaba detenido por el transito.
La verdad era que no había extrañado ni un poco el estar en Londres. Tomando su vestido, entró a su casa. Dónde su madre ya sé encontraba dándole indicaciones al ama de llaves, lo que quería para el almuerzo. Alexia ya no sé encontraba en la planta baja, de seguro estaría en su alcoba descansando.
Saludó al ama de llave, mientras se dirigía a la cocina pero no alcanzó a dar ni cinco pasos por qué su madre ya le estaba llamando.
-En la tarde iremos con Madame Lafour, Gabrielle.
-Estaré lista para entonces-.toda su atención se concentro en el ama de llave.-Señora Pigeon, sería tan amable de pedir que me preparen un baño.-habló con educación, y con dulzura. Aquella señora regordeta, baja, de piel morena, siempre le había parecido maravillosa, y dulce. La quería cómo si fuera de su propia familia. La Señora Pigeon, cuidaba de ella y de sus hermanos cuando su madre no podía hacerlo.
-Por supuesto, milady. Señora, me retiro.-inclinó la cabeza y se marchó.
Gabrielle subió a su habitación. Aún estaba cansada, y quería escapar de su madre. La condesa era intensa cuando se lo proponía. Era mejor estar lejos de ella, y más cuando estaba exhausta por un largo viaje.
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Tan Solo Un Instante
Fiction HistoriqueGabrielle, ya tenia planeado toda su vida como futura solterona. Pero un hombre desesperado arruinara sus planes posicionándola en un escandalo en el cual será lanzada a los brazos de su salvador. El nuevo Duque de Warrington, ha vuelto a Londres...