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Kara se levantaba su capucha con enojo, mientras bajaba las escaleras.

—¡¿Vas a salir ahora, no ves que habrá una tormenta!? —le gritó Alex.
—¡Déjenme en paz! ¡Tú y mamá... Ya estoy cansada de ustedes!—exclamó Kara frente a su familia —. ¡S-se supone que deberían apoyarme! ¡Maldición, murió papá, y parece que a ustedes no les importó!

Kara se secó con frustación la lágrima que caía por su mejilla, pero nunca dejó de mirarlas.

—¿Cómo puedes decir eso? Entiendo que hayas sufrido mucho con el fallecimiento de tu padre, pero todos lo hicimos —dijo Eliza.
—¡¿Y por qué nunca me ayudaron? Ese choque no fue un accidente. Yo lo sé. Se lo dije a la policía, ellos lo negaron. ¿Y ustedes qué hicieron? Me dieron la espalda!
—Kara, escuchate, ¿por qué alguien habría querido matar a papá? El fue un buen hombre.

Kara bajó la vista y apretó los puños con odio. Tomó su billetera y caminó hasta la puerta.

—Kara, por favor, no salgas, es peligroso a estas horas y con este clima —suplicó Eliza para que su hija entrara en razón.
—¿Acaso a ustedes eso les importa? —susurró Kara.

Un momento después, la puerta se escuchó cerrarse de forma muy fuerte. Kara trato de taparse con la capucha para que la lluvia no le caiga en el rostro.

—¡Kara, espera!

La rubia miró de reojo a Alex y siguió con su camino.

—¡Ni se te ocurra irte!
—Volveré, siempre lo hago... sólo déjame sola.

Y sin más que hacer, Alex vio como su hermana desaparecía entre los árboles. La lluvia se intensificó y la hermana mayor se vio obligada a entrar a casa.

Las horas pasaron y a petición de Alex, Eliza se fue a dormir. En cambio, la pelirroja se quedó sentada en el sofá de la sala, observando la puerta. Estuvo preguntandose varias veces si debía salir a buscarla. No importa si terminaba insultandola, o diciéndole que la odiaba, solo quería saber qué se encontraba bien, pero decidió quedarse a seguir esperando.

Por más que trató, su cuerpo estaba demasiado cansado y con solo cerrar los ojos, se quedó profundamente dormida.

—Alex, ayúdame... —escuchó la voz de su hermana —. No dejes que me lleven, ayúdame, por favor.
—¡¿Kara, dónde estás?!—gritó Alex, mirando a su alrededor. Al fin todo se le había hecho claro. Estaba en el bosque, todo se veía oscuro y la lluvia dificultaba más las cosas.
—¿Por qué no fuiste? ¿Por qué no me ayudaste?
—¡Kara!

Alex se irguio exaltada y miró la puerta, al escuchar un fuerte rayo proveniente de la tormenta. Kara no había llegado. Lo sabía, no necesitaba ir a su cuarto y tocarle veinte veces la puerta para saber qué no se hallaba ahí. Rápidamente, tomó su abrigo y corrió hacia el bosque.

Cada vez el camino era más complicado, pero ella se sabía tan de memoria el lugar que hasta podía hacerlo con los ojos cerrados. Llegó hasta una zona donde sabía que Kara iba a estar. Un pequeño círculo que no llevaba árboles y se lograban ver las estrellas a la perfección.

Pero Kara no estaba ahí. Sólo quedaba su polera negra. La misma con la que había salido unas horas atrás. Alex se arrodilló y tomó la chaqueta, mientras sentía como sus ojos se ponían llorosos.

—Lo siento, Kara, lo siento.

Sabía que algo iba mal, era la misma sensación de hace tres años cuando su padre murió en ese accidente. Y Alex estaba en lo cierto, porque esa noche, Kara nunca regresó.

. . .

El olor de unos ricos pancakes, hizo que Kara abriera los ojos y al instante, se levantara de la cama. Bajó las escaleras con rapidez para encontrase con un plato lleno de pancakes cubiertos de miel en la cocina.

Supercorp; Perdemos lo que amamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora