1. Un nuevo día

33 2 3
                                    


¡Border! ¡Vamos, Border! Apenas y casi por casualidad, Border consiguió llegar nadando a la orilla. Tal cual como suele decirse, pero en este caso al cien por ciento literal, lanzando manotazos de ahogado. Exhausto y sin aliento se sujetó a los brotes de pasto crecido y tironeó hasta sacar medio cuerpo del agua. Mantuvo un buen rato la cara recostada de lado contra el barro, respirando más bien como si estuviera tragando el aire, sin masticarlo ni nada. Y ahí permaneció, igual que un trapo mojado, sin fuerzas para patalear lo poco que le faltaba, ya que todas sus energías estaban enfocadas en que sus manos agarrotadas no soltasen el pasto al que se habían sujetado. Por favor que sea una pesadilla, y sin embargo no consiguió despertar. Más bien, todo lo contrario, porque así como estaba se quedó dormido. Dormido o quizá desmayado. Digamos adormiyado, profundamente adormiyado.

  Soñó sin saber que se trataba de uno o varios sueños, que se entremezclaban como recortes de papel de revistas. El Rey Sin Nombre, con su armadura encantada, sumido en su locura, blandiendo la espada contra fantasmas de humo que le cerraban el paso. El estruendo de un derrumbe, ¿acaso un terremoto? Encerrado. La galería se había venido abajo, los escombros le cerraban el paso. ¡July!, balbuceó Border revolviéndose como si luchara consigo mismo (y el agua lodosa le entró por la boca y tosió aunque sin llegar a despertar; de verdad verdad se había adormiyado muy profundamente). El ventanal de su habitación crujiendo, una mano invisible dibujando filosas rajaduras como si fuese hielo quebradizo. Y finalmente, el estallido y el agua metiéndose a borbotones, arremolinándose, atrapándolo en aquella tumba submarina.

  Arrancó de raíz los puñados de pasto y chapoteó en el barro lanzando manotazos. Reaccionó sin darse cuenta de que recién había abierto los ojos y que hasta hacía un instante había estado adormiyado.

  –¿Quién es July? –preguntó Manuel.

  –July es mi mejor amiga en todo el mundo –respondió Border cortésmente.

  Sin pensárselo dos veces, Manuel se metió al lodo y se aproximó hasta donde estaba Border en el suelo, embarrado por completo, embarradísimo, el mismísimo Hombre de Barro en persona, y le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.

  –¿Dónde está ella ahora?

  Esa pregunta tan sencilla hizo eco en la cabeza de Border hasta conseguir que brotara la respuesta, aunque a través de sus ojos, en forma de lágrimas. Manuel fingió no haberse dado cuenta de que el extraño forastero extranjero lloraba con el corazón encogido; el pobre se sintió culpable.

  –Ten –dijo con un gesto de grandeza–. Te la obsequio.

  Era una espada de madera, un pedazo recto de madera con una empuñadura de soga anudando otro pedacito en forma de cruz. Una espada de madera de toda la vida, qué tanto. Y con la espada de madera en su poder, Border se sintió extraño, como si ahora hubiese entrado en un sueño dentro de otro sueño, un sueño de Caballeros y Dragones.

  –¿Es una espada legendaria? –quiso saber titubeando.

  –¡Claro que lo es! –dijo Manuel, repentinamente ofendido y repentinamente arrebatándosela de la mano–. ¡Mira de lo que esta espada legendaria es capaz! –Y se puso a blandirla en el aire haciendo frente a fantasmas de humo que le cerraban el paso–. ¡Zas! ¡Toma esto! –Rodó hacia atrás, sobre el pastizal que alfombraba la tierra–. ¡Zas! ¡Zas-zas! Y ahora, mírame bien. –Dio un brinco hacia delante y clavó la espada de madera en el vientre del villano enemigo malagente–: ¡Zas! ¡Muere, cretino! –Se cubrió la boca avergonzado–: Perdón, no debo decir palabras tan fuertes.

  Manuel regresó junto al extraño forastero extranjero y le devolvió la espada de madera. En esta ocasión, Border, que entretanto y un tanto fascinado había seguido los sanguinarios movimientos de su nuevo amigo, sí la sujetó como es debido. La alzó a la altura donde el sol asomaba por el horizonte incendiando el cielo y, asumiendo una postura digna de un rey, la encajó en su cinturón.

  –¡Gracias –dijo–, no dejaré a ningún enemigo cretino con vida!

  Y ambos se echaron a reír.

  –Ven conmigo, Border del Pantano.

   Sin saberlo, Manuel llamó al desconocido por su nombre debido a que border era la palabra común (y muchas veces un tanto despectiva) con la que los pobladores del reino denominaban a los extranjeros de tierras muy lejanas.

  –¡Te sigo!

  Y Border fue tras los pasos de Manuel.

  Es complicado hallar nuevos amigos, que sean a su vez buenos amigos. Por eso hay que tener en cuenta que, aquella mañana, Border tuvo muy muchísima suerte. A pesar de encontrarse en el barro, Manuel le tendió la mano sin detenerse a pensarlo dos veces. Quizá haya quienes puedan pensar que no tiene ninguna importancia; pero según creo yo, para un gesto así, no hay reliquia ni tesoro en el mundo entero que lo iguale.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora