6. Un singular encuentro

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Border permaneció muy quieto en el suelo, ovillado en sí mismo como una marioneta rota. Poco a poco consiguió incorporarse a medias, sentándose con la espalda contra la muralla. Y ahí permaneció un buen rato, sin saber muy bien qué hacer a continuación, atento al silencio reinante.

Ir a toda carrera detrás de los guardias y enfrentarlos desarmado para liberar a Manuel, la verdad, sonaba un poco a suicidio. Estaba claro que ya había recibido una buena tunda; pero además también estaba claro que, pese a su crueldad, el Comandante Rafo le había perdonado la vida.

Por otra parte, ¿por qué habían venido tras Manuel? Y algo más, ¿Manuel era un príncipe, sería eso cierto o acaso Rafo lo había dicho burlándose?

Y mientras pensaba en esto, Border se dio cuenta de que Manuel se había llevado consigo al conejo. Y como eran varias las cosas que tenía en mente, decidió que lo mejor era recomenzar por el principio, a ver si así le encontraba algún sentido a todo aquello.

Entonces fue que percibió flotando en el aire una nubecita de esporas moradas, como ínfimos copos de nieve. Pero no nevaba, ni tampoco la nieve es morada. ¡Ni mucho menos era invierno!

–Disculpa... –dijo educadamente un muchacho bastante singular, que vestía de negro, todo de negro.

Border, que hasta hacía un momento le dolían todos los huesos, se puso de pie de un salto. El muchacho de negro había surgido de la nada, en un parpadeo no había nadie y al siguiente estaba ahí, junto a él, como si llevara la vida entera aguardando a que Border le prestara atención.

–Acabo de encontrarme este maravilloso objeto en el suelo –su voz era aletargada y profunda–, allá del otro lado de la muralla, entre las raíces de un roble oscuro. Y me dio pena que se perdiera para siempre.

–¡Es mi espada! –dijo Border contento.

–Te pertenece, ¿en verdad? –Los ojos del singular muchacho brillaron; pero no como si hubieran reflejado un destello de luz sino todo lo contrario, como si una estrella fugaz se hubiese apagado en la profundidad negra de sus ojos.

–Así es, me lo obsequio mi amigo Manuel –respondió inocentemente Border–. El Comandante Rafo me la quitó y la arrojó bien lejos.

–¡Pero entonces estamos ante una maravillosa casualidad! –dijo el extraño enseñando de repente una espeluznante sonrisa, de oreja a oreja, como si su boca fuese un tajo horrible, un grito aterrador en el silencio de la noche, el grito de un ahogado bajo el agua–. Vos perdiste una espada y yo encontré una espada, ¿no es asombroso?

Border asintió con la cabeza aunque no muy convencido. El extraño hizo un exagerado ademán, inclinándose para entregar la espada a su dueño, como si se encontrara en presencia de un mítico héroe. Y antes de soltarla agregó:

–Es un objeto de una maravillosidad muy poderosa. Quiero decir... –escogió las palabras con sumo cuidado–: lo será algún día. Lo será con el tiempo. Sin duda.

–Es una espada legendaria –dijo Border, henchido de orgullo.

–¡Claro que lo es! –afirmó el extraño, y por fin llegó la hora de presentarse–: Mi nombre es difícil de pronunciar en tu lengua, pero podés llamarme Famber. –Y permaneció pensativo un instante–: Hmmm, accidentes como este –continuó diciendo– pueden desencadenar toda clase de inesperados sucesos. ¡Quizá por eso me encanta este mundo!... Acaso, ¿no es emocionante?

–Creo que... creo que sí –asintió Border.

–En todo caso, nos veremos en otra ocasión. Seguramente. Sí que sí, Border del Pantano.

Sí que sí –repitió Border como hipnotizado, y sacudió la cabeza–. Un momento, ¿cómo sabés quién soy?

–Hasta luego –se despidió el extraño Famber.

Y sin que hubiese un antes y un después, ya no estaba ahí. Justo donde habíadesaparecido, ahora flotaba en el aire una nubecita de esporas moradas.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora