8. La Taberna de Lucy

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Según el dicho, cada reino es un mundo... Pero bueno, lo importante ahora era averiguar a dónde habían llevado a Manuel. Dijeron que al palacio, pero Border prefería verlo con sus propios ojos. El asunto del Sabio del Pueblo podía esperar; por otro lado, ya no recordaba muy bien cuál era la urgencia, ¿por qué debía hablar con él, qué era aquello tan importante que debía preguntarle?

–Chico... ¡Ey, chico!

Border volteó. La voz se dirigía a él, se trataba de una mujer robusta que cargaba un montón de bultos.

–¿En qué puedo...? –Antes de que Border acabase de preguntar, la mujer ya le había lanzado encima todo lo que llevaba. Frutas, carne, de todo un poco, la compra del día.

–Gracias, gracias. Muchas gracias. –La mujer vestía un delantal de cocina y tenía las mejillas enrojecidas por el esfuerzo–. La cortesía –agregó alzando la voz adrede para que todos los que estaban alrededor la escuchasen– es un bien muy preciado en estos tiempos. Venga –continuó diciéndole a Border con un tono amable–, sígueme sin dejar caer nada al suelo y recibirás por pago un buen plato de comida, que al parecer necesitas... –Miró a Border de pies a cabeza–: Y un buen baño tampoco te vendría nada mal.

Dicho esto, se puso a caminar. Y Border, que no había tenido oportunidad de decir ni mu, fue tras ella haciendo equilibrio con todos los paquetes. Obviamente pudo haberse negado sin más, pero lo del plato de comida lo había convencido. Cuando se tiene hambre, todo lo demás puede esperar.

–¡Aprisa, muchacho! –lo retó la buena mujer, y luego continuó hablando para sí misma–. ¡Estoy tan retrasada, tan retrasada!

Border dio un saltito y apuró el paso obedeciendo. Fueron por una callecita lateral, dejando atrás una plazoleta con una fuente de agua, y a través de una puerta reforzada entraron a una habitación que hacía a la vez de depósito y cocina.

–Deja las cosas sobre la mesa y échame una mano con el fuego.

El horno de hierro tenía seis hornallas, una boca grande para tragar toda la leña y un fuelle al costado para alimentar las llamas. La buena mujer, atareada en desempaquetar y acomodar la compra, hizo una pausa al darse cuenta de que el humilde campesino se había encargado de avivar el fuego en menos de un parpadeo. Nunca tenía suerte con los recaderos del Mercado, sin embargo, esa tarde quizá había tenido muy muchísima suerte. Juzgó por el aspecto del chico que se trataría del hijo de algún campesino pobre, pero fue la espada de madera que portaba en el cinturón lo que le causó ternura; el padre de ella había sido marino mercante, y le acudieron a la mente cientos de historias de piratas.

–Ve a la fuente de la plazoleta y trae un poco de agua; bajo la mesada hay dos cubetas –le indicó.

–¡Enseguida! –dijo servicial el humilde campesino o pirata o quién sabe qué.

Un momento después, estaba de vuelta con las cubetas llenas de agua hasta arriba. La mujer disimuló una sonrisa y le encargó que ahora pelara las patatas mientras ella preparaba la carne. Y el campesino mostró ser bastante diestro con el cuchillo, por lo que una vez más, la buena mujer se sintió satisfecha.

A continuación le pidió que la ayudara con las sillas del salón, y recién entonces, al pasar a la habitación contigua, un amplio salón con pisos de madera y una barra de bar, Border cayó en la cuenta de que se trataba de una taberna.

–Yo soy Lucy –se presentó la mujer.

–Y yo, Border del Pantano –dijo él con una inclinación típica de caballeros.

Acabaron de trapear el piso y poner en orden las mesas.

–Bien, muy bien –dijo Lucy–. ¡No puedo creer que hayamos hecho a tiempo! –Y se quedó mirando al pirata del pantano–: Ahora sólo falta una cosa...

Envió a Border a buscar dos cubetas más de agua a la fuente pública de la plazoleta, y le indicó que se sentase en un banquito de madera en el patio interior de la taberna. La buena mujer le advirtió entonces que aguantase la respiración y le echó encima una de las cubetas; Border se sacudió como un perro salvaje y ella tuvo que sujetarlo... ¡Díganle adiós al Hombre de Barro!

Unos minutos después, el pirata del pantano relucía impecable vistiendo una muda de ropa limpia. Ella misma le arremangó las mangas de la camisa hasta los codos y las botamangas de los pantalones casi hasta las rodillas. Y para terminar, le encajó un repasador al hombro diciendo:

–Te nombro mesero de La Taberna de Lucy. Y ahora cenemos rápido, antes de que todos los aldeanos empiecen a llegar. Hoy es día de celebración –agregó sonriente–. Por si no te enteras, ¡el Príncipe ha regresado! Y siempre festejamos cuando el Príncipe regresa porque el Rey vuelve a ponerse feliz, y eso nos alegra mucho a todos.

Border se limitó a asentir, por algún motivo no le reveló que ya estaba al tanto ni que, además, Manuel y él habían hecho juntos el camino hasta llegar al pueblo.

Lucy sirvió dos platos colmados de sopa de verduras con carne (el plato de la casa), y cortó el pan en rodajas.

–Gracias –dijo Border contento, y preguntó–: ¿Manuel es un mal príncipe?

–Digamos que no es precisamente el príncipe que todos esperamos que sea.

–¿Y eso es importante?

–Bueno... Hmmm... No se comporta como otros príncipes.

–Entiendo... para ser un buen príncipe debe ser igual que otros príncipes.

Lucy pareció contrariada.

–Comamos –dijo cambiando de tema, y se quedó pensando en las palabras del nuevo mesero.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora