12. La verdad a medias

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Border salió corriendo por el callejón. Y a la par, pero en las alturas, saltando de tejado en tejado, lo siguió hasta la Plaza del Mercado una sombra con orejas de conejo.

Ey –lo llamó cuando Border bajó la velocidad para recuperar el aliento.

El enmascarado Manuel dio un salto, que incluyó un giro en el aire, y cayó justo delante de su amigo, sin hacer un solo ruido, igual de silencioso que un gato.

–¿Cómo obtuviste esos poderes? –le preguntó Border, pasando junto a él, sin detenerse, y un tanto disgustado por su tono de voz.

–Fue una casualidad.

–¿Una casualidad?

Manuel asintió. Border iba a decir algo más, pero guardó silencio. Había estado pensando mientras corría.

–¿Y qué hay con los zombis?

–Que ¿qué hay con los zombis?

–Sí, con los zombis.

–¿Qué hay con ellos?

–¿Por qué querés que me vaya después de haberme traído?

–Yo... Es un mal momento.

Border clavó los pies al suelo:

–¿Qué significa eso?

–Es sólo que... Es decir... No lo sabía antes... Me enteré cuando me llevaron al palacio.

–No tengo la menor idea de lo que está pasando en este pueblo, pero no me gusta nada.

–Por eso mismo es mejor que te vayas.

Border se quedó mirando a su amigo a la espera de una explicación.

–Bien –dijo, como si no le importara, y siguió caminando rumbo al portal de lapislázuli.

Manuel caminó a su lado sin decir una palabra.

–¿Y el Sabio? ¿No dijiste acaso que el sabría qué puedo hacer para volver a casa con mis amigos?

Manuel sintió una fea puntada en el pecho. El extraño forastero extranjero acababa de excluirlo: los verdaderos amigos de Border lo esperaban en su reino, lejos en alguna parte. Y aquellos amigos no tenían nada que ver con él.

–Fue... –balbuceó–. Fue el Sabio... que me aconsejó... Me dijo que por tu bien sería... mejor... Sería mejor que yo nunca te hubiese traído.

El portón del portal, a pesar de la hora, continuaba abierto de par en par. Al parecer cualquiera era bienvenido, a la hora que fuese. Cualquiera... salvo Border.

–¿Y eso por qué?

–Es mejor para vos y también mejor para nosotros.

–Entiendo –dijo el extraño forastero extranjero.

–Ey –dijo Manuel intentando una sonrisa–, somos amigos. Nada de esto cambia las cosas. Sólo que no es un buen momento.

–Quizá sí –acotó Border cabizbajo–. Quizá lo cambia todo. Ten –dijo desenfundando la espada y devolviéndosela por el lado de la empuñadura–. Al fin y al cabo nunca fue del todo mía en realidad.

–Es tuya, te la regalé.

–No... Es decir... Bueno, sólo me la prestaste por un rato.

Manuel no pudo evitar tomar la espada. En sus ojos relampagueó un destello morado, y el aire se llenó de esporas del mismo color. El conejo se agitó en la cabeza de Manuel.

–¿Y esto?

–Alguien me dijo que es una espada poderosa –respondió Border encogiéndose de hombros.

Manuel la blandió suavemente; de la espada brotaban esporas, igual que polvo de hadas.

–Es genial –dijo sonriendo.

–Sí..., lo es. Aunque al conejo no parece agradarle.

Los dos rieron.

–Ya se acostumbrará.

–Bueno, me voy.

Debía ser medianoche, el camino de empedrado parecía de plata bajo la luz de la luna y las estrellas.

–Border... Me encantaría que te quedases, de verdad. Pero... Escucha: esto se resolverá pronto. Y pronto todo estará en orden y más que bien, ¡y entonces podrás venir y quedarte a vivir en el pueblo! –propuso Manuel animándose de golpe.

–No lo sé.

–Escucha, escucha. No digas nada. Ya lo tengo todo planeado –en realidad acababa de ocurrírsele, pero así era Manuel–. Es... es. Es por muy poco tiempo. Nada más que regrese a los aldeanos a la normalidad y ¡listo! –Por el modo en que se le quedó viendo Border, se dio cuenta de que había hablado de más–. Tengo... tengo que regresar al palacio... Tengo que... hacer... Bueno... Cosas de príncipes.

Cosas de príncipes, entiendo –asintió Border entrecerrando un ojo a la vez que levantando bien alta la ceja del otro.

–Eeeh... Exacto. Qué bueno nos hallamos puesto de acuerdo –sonrió nervioso–. Entonces... eeeh... Ve pero no te alejes mucho. Eso es. Así cuando... cuando todo esté solucionado... emmm... Iré a buscarte. Es un plan estupendo. Sí, estupendo. Hasta luego, Border.

–Hasta luego, Príncipe Manuel.

Border del Pantano se dio la vuelta. Manuel, sintiendo ahora un hueco de tristeza en el pecho, se quedó viendo la figura de su amigo, con las manos en los bolsillos, alejándose quizá para siempre por el camino de empedrado.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora