14. El oráculo

2 2 0
                                    

Un instante antes de romperse todos los huesos contra el suelo, Border se vio rodeado por una nube de esporas moradas e inmediatamente cayó blando sobre unos brazos que lo salvaron de una muerte segura.

–¡Ufff! ¡Gracias!

–Gracias, perdón, auxilio, muerte, vida. Son tan extraños los seres humanos –dijo Famber, inconmovible, así como si estuviera hablando consigo mismo y con nadie más–. Te vi trepado a la ventana –agregó– y sentí curiosidad.

–Un momento... ¡También me sujetaste cuando casi caigo la primera vez!

Era cierto, cuando Border resbaló esa primera vez, sucedió que reapareció arriba del marco de la ventana, pero es que todo ocurrió tan de repente que hasta ahora no había tenido tiempo de darse cuenta. En menos de cinco minutos, Famber lo había salvado de morir dos veces.

–Es una altura algo considerable –reflexionó el extraño muchacho que se parecía mucho a una sombra.

–Entonces dos veces gracias –dijo Border sonriendo.

–Era necesario –respondió Famber.

–¿Evitar que yo muriera?

Famber se quedó viendo a Border:

–No, eso no –dijo con una sinceridad devastadora, y en su cara se dibujó esa espeluznante sonrisa como un tajo de cuchillo, y de su boca brotó un gorjeo de pájaro estrangulado: se estaba riendo, es más, se estaba sacudiendo a carcajadas (aunque, claro, de una forma particularmente horrible)–. Pero era necesario –concluyó.

–No entiendo.

–La espada legendaria ha retornado a las manos de su dueño legítimo.

–La espada, sí. Es de Manuel y se la regresé.

–Pero pudiste haberla conservado, dijiste que te la había regalado. Y los regalos, como las almas, no se devuelven. Es de mala educación –agregó.

En verdad-verdad, Famber era un personaje bastante siniestro. Sin embargo, Border no parecía notarlo. O, en todo caso, no le preocupaba en lo más mínimo.

–Correrá mucha sangre en este pueblo –continuó diciendo el muchacho de negro; aunque ahora ya no sonreía ni por asomo, más bien era como si estuviese atento escuchando la brisa nocturna–. El comienzo del fin se aproxima. Decisiones difíciles. Una pequeña piedra en el camino puede hacer volcar una carreta, trastabillar al más concienzudo, cambiar el rumbo de la historia. Al menor descuido, cualquier sueño hermoso puede convertirse en pesadilla.

Border prestó atención a cada palabra.

–¿Y la espada es importante?

Famber asintió.

Nuestro héroe frunció el seño y trató de hilvanar una teoría, tal cual como las que proyectaba su amigo Manuel con tanta facilidad: sangre, el fin, una decisión, cambiar el rumbo, un sueño que se convierte en pesadilla, la espada legendaria, zombis...

–Algo muy malo está por ocurrir... ¡Tenemos que advertirle a Manuel!

Pero Famber no dio ni siquiera un paso.

–¡Vamos! –insistió Border.

–Los seres humanos son unas criaturas un tanto ingenuas.

Border lo entendió entonces:

–¿Manuel ya lo sabe?

–Así es.

–¡Es por eso que me pidió que me marchase! ¡Pero necesitará de toda la ayuda posible!

Famber se rascó la barbilla mostrándose confuso:

–¿En serio? –preguntó.

–¡Claro que sí!

–Border... –dijo Famber poniendo su mano negra como una garra en el hombro de nuestro exaltado héroe–. Quizá... quizá sea mejor que te vayas.

–¡No, de ninguna manera!

–Bien... pero entonces será mejor que te des prisa.

Y Famber sonrió, y su boca se desgarró en un grito. Y cuando Border abrió los ojos, se encontró en el suelo. Ya había amanecido. ¿Acaso se trató de un sueño? ¿Una pesadilla? Lo que sí era seguro, por cómo le dolía el cuerpo entero (y la espalda sobre todo), era que se había caído desde lo alto de la ventana. O tal vez no, porque bien podía ser una cosa como la otra.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora