22. La decisión correcta

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Transcurrió esa primera noche, y luego le siguieron otras cuatro. La regla de la tercera es la vencida no se cumplió ni por asomo. Y los no-muertos, pudriéndose sin remedio a cada instante, continuaron desafiando la vida, deambulando testarudamente por las callecitas del poblado, dando torpes pasos sin rumbo fijo, gruñendo inentendibles palabras que brotaban desde el fondo de sus tripas.

Border alzó la vista. Quién sabe cuánto tiempo había permanecido inmóvil como una gárgola... mirando hacia fuera entre los tablones de madera que tapeaban la ventana.

Al otro lado de la taberna, echado en el suelo como un perro, Guido lo observaba detenidamente, con una expresión un tanto bobalicona, como una bestia salvaje aguardando sin tregua el instante preciso, el mínimo movimiento de su presa, para lanzarse.

Desde la cocina se hizo audible la voz ronca de Lucy, tarareando una canción conocida. Sólo entonces, ambos reaccionaron. Border descansó los hombros agarrotados por la postura rígida. Guido entrecerró los ojos y una muy leve sonrisa se dibujó en su boca, haciendo que olvidara por completo su desesperación por la sangre y la carne.

Claro que Guido era un zombi como los otros, con el mismo hambre y la misma sed. Y sin embargo no había perdido del todo la consciencia. O al menos, como pudimos observar, podía perderse pero luego volver a encontrarse; aunque sólo fuese por un momento... un momento cada vez más breve de este lado y un momento cada vez más profundo del otro lado.

–No hay remedio –dijo Border apesadumbrado.

Lucy interrumpió la canción y se asomó por el hueco de la puerta. Ella había estado aguardando una reacción un tanto diferente. En su vida, caer al suelo sólo era una excusa para volver a ponerse en pie (lo que a su vez explica un poco la lucha interna de su hermano por evitar ser tragado por la oscuridad).

–Si el Príncipe nos ha olvidado, ahora que es Rey, ahora que su padre no nos acompaña, entonces deberíamos recordarle que muchos de nosotros aún estamos con vida –dijo tajante aunque sin perder la compostura. Y volvió a meterse a la cocina, reanudando aquella canción popular.

Guido se levantó del suelo y caminando encorvado cruzó la taberna hasta donde se encontraba Border, que enfrentó su mirada con cierto recelo. La expresión embrutecida del hermano de Lucy dejó traslucir asombrosamente un aire de serena convicción. Gruñó a modo de palabras; señaló al extraño forastero extranjero, que perplejo no le quitaba los ojos de encima; lo señaló con insistencia hasta que consiguió hacerse entender.

–¿Yo? –preguntó Border dando justo en el clavo.

Por un instante se produjo entre ellos un lazo de empatía. Guido señaló la ventana tapeada, asestando a continuación un golpe al aire con el puño cerrado; y luego repitió la misma acción dos o tres veces más.

Border... ventana... golpe... Border... salir... golpe... Border... salir... pelear... ¿Acaso eso quería decir? Guido volvió a insistir (y también todos nosotros): BORDER - AFUERA - PELEAR. Border, ve afuera y enfrenta la maldición.

Justo a tiempo el extranjero alcanzó a comprender el mensaje, porque enseguida la mente de Guido se nubló, provocando que volviese a caer en el vacío; la mirada perturbada retornó a sus ojos.

¡Grrr! –gruñó. Y espasmos, como si se le atoraran las articulaciones, le recorrieron el cuerpo; una incontenible llamarada de fuego le incendiaba las entrañas.

–¡Guido!... –lo llamó Lucy (su voz fue amable pero escondía un atisbo de temor)–. Ven aquí, hermanito. Deja de molestar a nuestro buen amigo.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora