16. El Sabio del Pueblo

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Con toda la calma del mundo, Border metió sus manos en los bolsillos:

–¿Este es el Sabio del que me hablaste? –preguntó acentuando el tono irónico.

–¡Cómo te atreves! –rugió Fausto, y en seguida se dirigió a Manuel–: ¿No te das cuenta lo que está tratando de hacer?

–Sólo quiero ayudar a mi amigo –replicó Border manteniendo la misma postura–. Lo que no me queda claro es: ¿cuáles son tus intenciones? –Sonrió repentinamente; acababa de recordar de dónde (o mejor dicho de cuándo) lo conocía: un recuerdo como un cadáver que trae la marea, inconexo con el resto, pero un cadáver al fin. Lo señaló todavía sonriendo–: Te rescaté. Eras un zombi, lo fuiste durante siglos...

–¡No sé de qué habla! –negó el Sabio del Pueblo.

Para que nos enteremos de qué habla Border, es necesario echar un ojo atrás (o puede que hacia delante)... Corrían los días que siguieron al Gran Temblor. El Reino del Pantano, pese a haber sido olvidado, no había desaparecido del todo. Sus ruinas, los despojos y las migajas del Castillo, dormían bajo tierra. Sucedió que el blando suelo del pantano cedió con el temblor, al punto que, con el paso del tiempo, tras épocas de abandono, del magnífico Castillo apenas asomaba un torreón, aunque irreconocible a simple vista, dado que la naturaleza se había encargado de enterrar el pasado, quizá para bien, porque hay monstruos que más vale no despertar, como el dragón. Sin embargo, un día cualquiera, Border llegó al pantano y, al igual que un antiguo Rey (mucho tiempo atrás), sintió una sensación muy particular. Y como venía buscando dónde establecerse, decidió sin pensarlo dos veces, que allí mismo sería un estupendo lugar. Hay decisiones que se toman, pero también otra clase de decisiones, que son las que nos toman desprevenidos. Y fue tal su buena o mala suerte que, la islita donde decidió hacer su casa, no era una islita sin más, sino justamente, como un iceberg, la parte más alta del torreón. Y así fue como nuestro héroe encontró el Castillo y se convirtió en Border del Pantano... Pasado el tiempo, Border se topó con dos zombis que resultaron ser indispensables para su aventura. Uno de ellos era ¡Fausto!, y el otro... mmmh, bueno, eso no lo recordaba aún. Pero sí, Fausto era un zombi cuando Border lo encontró. Y fue necesario recurrir a la alquimia para volverlo a la normalidad. ¿Y funcionó? ¡Claro que funcionó!... Y Fausto, tal cual como ahora era el consejero del Rey (y también del Príncipe), en el Reino del Pantano, llegó a ser el consejero de Border, revelándole poco a poco (quizá usando a su favor) algunos de los oscuros secretos que habían llevado a la ruina a aquel esplendoroso Reino Perdido...

–¡No sé de qué habla! –negó el Sabio del Pueblo.

Y quizá fuera cierto. No lo sabía... pero no porque fuese una mentira, sino porque aún no había sucedido. Vengo del futuro, se dijo Border, habiéndolo comprendido de repente, aunque no se atrevió a pronunciarlo en voz alta. Volvió a la carga contra Fausto:

–¡Tus malos consejos despertaron la Maldición que dormía en mi Reino!

–¡Miente! ¡No lo conozco!

En medio, Manuel miraba a uno y a otro. Al escuchar mencionar la Maldición, el conejo se revolvió en la cabeza del Príncipe, igual que un gato cuando se eriza.

–Claro que no, pero recuérdame. Porque un día nos volveremos a encontrar.

El Sabio del Pueblo se echó hacia atrás.

–¿Border, de qué estás hablando? –intercedió Manuel.

–Cuando llegamos a tu pueblo... yo... ya estuve aquí... en otro época, y también aquí mismo, en esta misma habitación. Y no te gustará saber lo que vi entonces.

–¿Qué?

–Y en el Bosque Encantado, el Hongárbol... No fue una sensación sin más. Ya me conocía, la criatura esa, incluso me estaba esperando.

–No entiendo nada –dijo Manuel.

–Yo sí –dijo Fausto, y de la palma de su mano surgió una lengua de fuego–. Border del Pantano es un mentiroso...

–Border, nada de lo que estás diciendo tiene sentido –dijo Manuel mecánicamente.

El Sabio sonrió, era su turno de sonreír.

–Estoy diciendo la verdad –insistió el extraño forastero extranjero.

–Es hora... –dijo entre dientes el Sabio.

–Es hora de dar comienzo a una nueva era.

Dicho esto, derramó el contenido del botellón en la fuente. El agua se tornó negra, después azul, luego verde y enseguida incolora nuevamente, sin dejar ningún rastro del veneno, que las tuberías subterráneas se encargarían de distribuir en cada fuente de las calles del pueblo.

–Ahora, mátalo –susurró el Sabio, saliendo de la habitación.

Manuel desenfundó la espada legendaria. La suerte de todos los aldeanos del pueblo estaba echada.

El Rey Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora