Soy la estrella del show

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—La vida es un juego. Lo creas o no, lo único que importa es anotar. Puedo ayudarte a anotar, Pam.

La chica me mira dudosamente. Es alta y hermosa, con cabello rubio, ojos azules y una sonrisa para morir. Trabaja en la oficina de derecho corporativo de su familia en Paris Gana seis cifras, tiene cuatro semanas de vacaciones al año y tiene un pequeño pero conveniente apartamento en uno de los mejores vecindarios.

La mayoría de las mujeres dirían que lo tiene todo. Pero nunca sabes qué hay en el interior. Y justo ahora, Pam es un desastre.

—Se siente como engañar, Drax.

No todo el mundo me llama Drax, pero todas las chicas con las que trabajo lo hacen. Me ven como un amigo. Alguien de su lado. Un confidente. Comparten sus más íntimos secretos y escucho. Estoy ahí para limpiar sus lágrimas. Sostengo manos, reparto elogios y las animo cuando ganan.

Y siempre ganan. Porque soy un ganador y todo al que tomo es un reflejo de mí.

—Pam, escúchame, cariño. ¿De acuerdo? —Pongo un dedo bajo su barbilla y obligo a esos tristes ojos a encontrar mi mirada. Ha sido destruida por un imbécil en el que confiaba, y hoy es el día que ese imbécil rebasa todos los años de elogios y felicidad y la derriba. Piensa que es su culpa que él sea un imbécil. Que no era suficiente. Pero la verdad que recalco es que no es lo bastante bueno para ella.

Este es mi trabajo. Tomo a estas mujeres en su momento más bajo y las vuelvo a levantar. Me conoció hace unos meses a través de un amigo mutuo. Estoy aquí para llevarme esa punzada de derrota y convertirla en lo que sea que cree que quiere.

—No soy solo un juego, Pam, soy un profesional. Y por el precio adecuado, te garantizaré una victoria. Piénsalo. Una victoria garantizada.

—No estoy segura que él lo valga.

—¿Él? no, Pam. No él. Es un imbécil. Cariño, estamos hablando de alguien nuevo, ¿de acuerdo? Alguien que quieras que sea tuyo... si firmas el contrato.

Respira hondo y exhala, todavía indecisa.

—Puedo hacerlo —le digo—. Puedo cambiar tu vida, hacer tus sueños realidad, y nunca sabrá siquiera que fue engañado. Pero todo tiene un precio.

—De acuerdo —dice finalmente—. Bien. —Esta vez viene con una sonrisa—. Lo haré. Firmaré. ¿Dónde está el contrato?

Sí, vitoreo silenciosamente.

—Aquí tienes, cariño. Solo léelo, pon tus iniciales en cada estipulación y luego firma al final. Y aquí —le entrego una tarjeta de negocios—, está el número de cuenta bancaria. Como expliqué antes, solo acepto transferencias.

La puerta de mi camerino se abre y deja entrar un coro de vítores de las damas esperando para ver el espectáculo.

—Estoy va a funcionar, ¿cierto?

—Lo prometo, cariño. O recuperas tu dinero.

—Bien, ¿cuándo empezamos?

—Estaré en contacto. —Tomo su mano y la pongo de pie. La atraigo hacia mí, solo lo bastante para hacerlo personal, y me inclino en su cuello para poder susurrar—: Olvídalo y piensa en mí. Durante los siguientes meses soy toda tu vida y jamás te trataré como él lo hizo.

Gira su cabeza y besa mi mejilla.

—Gracias. Muchas gracias.

Miro su trasero mientras sale de mi camerino, —porque, oye, soy un hombre y no puedo evitarlo—, y luego recojo su contrato y lo meto en mi maletín.

Servicio completo  Julián DraxlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora