El maletin negro, el último regalo de Draxler

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En casa, en mi condominio —cuánto tardarán en quitarme esto, me pregunto por un breve momento—, estoy acostada en mi cama. El aire acondicionado está encendido y el pequeño condominio de una habitación al que he llamado hogar durante los últimos dos años, me ha permitido el lujo de esconderme bajo las sábanas, fingiendo que la realidad es un sueño y que el sueño es la realidad.

Suena el teléfono, pero lo ignoro. Ha estado sonando todo el día. Hay al menos diez mensajes.

La máquina se pone en marcha y la voz de Manuel irrumpe en mi habitación.

—Lotty, tenemos que hablar. Sé que estás molesta por...

No tiene ni idea por lo que estoy enojada. Apenas sé por lo que estoy enojada. Es más que la muerte. Es todo lo que sucedió el pasado fin de semana, todo hecho una bola de mierda gigante.

—... pero tengo inversores interesados en el casino y hotel. No tuve tiempo de hablar sobre la situación financiera...

—No —digo con amargura—, estabas demasiado ocupado usándolo como tu puto palacio para tener una conversación franca conmigo sobre el hotel.

—... hicieron una oferta decente. Entonces, si necesitas el capital para... —duda aquí, tal vez eligiendo cuidadosamente sus palabras—... para liquidar algunas obligaciones financieras...

Vaya. Eso fue sutil.

—... puedo arreglar la venta. Solo házmelo saber.

El mensaje termina. La máquina emite un pitido. Y luego el apartamento se queda en silencio, con nada más que el sonido del aire acondicionado que sale de los conductos.

Vuelvo a dormir.

Cuando me despierto, la luz que entra por las finas cortinas blancas de mi habitación me dice que ya es entrada la tarde. Pero no me vuelvo para ver la hora. El teléfono está sonando nuevamente. Escucho una voz extraña que dice que es de los abogados de sucesiones diciéndome que tenemos una reunión mañana.

No iré, así que me doy la vuelta y vuelvo a dormir.

La siguiente vez que suena el teléfono, la luz del sol tiene ese brillo de un nuevo día. Esta vez es Bernard.

Mis ojos se cierran y añoro a mi madre.

—¿Lotty?

Bernard ha encontrado la manera de entrar en mi apartamento. Abro los ojos y espero a que me halle.

—Lotty —dice, cruzando la puerta de mi habitación—. Oh,  amiga. Pensé que estabas muerta. Algún suicidio dramático...

—Bernard —farfullo—. ¿Por qué estás aquí?

—¡He estado intentando llamarte durante dos días! —grita, despertándome de un sobresalto—. ¡Jodida loca! —Lo miro y me doy cuenta que ha estado llorando.

—Lotty —repito.

—No —dice, negando de manera dramática—. No, Lotty. Me tenías tan preocupado. He venido desde Frankfurt . Conduje directamente aquí. Le pedí a Manuel que viniera a ver cómo estabas, pero dijo que enviaría a alguien de su oficina. Y la idea de que un extraño encontrara tu cuerpo...

—Estoy bien, Bernard.

—No importa. Creí que... —Sorbe—. Pensé que harías...

—No lo hice. —El hecho de que pensara que tomaría el camino más fácil como mi madre duele más de lo que me gustaría admitir—. Simplemente no tengo ganas de hablar con nadie.

Se acerca a la cama y se acuesta a mi lado. Me atrae en un abrazo que es profundo y triste, y dice todas las cosas que necesitaba escuchar en un gesto silencioso.

Servicio completo  Julián DraxlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora