Un mensaje aguarda ser descubierto

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Mi padre murió el martes. Y la parte más triste de eso, fue que el mundo continuó.

Los doctores y enfermeras de la habitación privada del hospital estaban muy acostumbrados a la muerte, demasiado envueltos en la realidad de ello, y demasiado ocupados para marcar esta particular ocasión en especial. No lo era, de hecho. Especial. Y, aparte de tres oraciones sombrías murmuradas en el reporte de noticias esa noche en los canales del cable, nadie lo notó.

Llegué a tiempo, al menos. Pasé cerca de cuarenta y ocho horas con él antes de que se desvaneciera. Aunque no estaba coherente. No había ido al espectáculo la noche del sábado porque tuvo otro derrame cerebral debido al tumor presionando su cerebro.

Y ahora que estoy sola, sentada aquí en el cementerio cinco días después, siento como si me apagara.

Al menos no está lloviendo. Pero es posible que lo haga más tarde, porque puedo ver la tormenta formándose desde donde estoy sentada. Y no está en silencio. El tráfico de la ciudad es demasiado familiar. Solo es un día ordinario marcando otra muerte ordinaria. No me interesa. No me importa nada ahora mismo.

Bernard y Manuel me explicaron la situación financiera. Ni siquiera estoy segura que eso me importe. No era mío, después de todo. ¿Por qué debería dejarme tenerlo?

No, no es el dinero lo que perturba mi calma interior. Es el hecho de ser eliminada lo que me hace sentir que todo es una mentira.

Por supuesto,  Bernard insiste en que no debería sentirme de esta manera. Pero, ¿qué sabe él sobre el rechazo? Sus padres aún están juntos. Es el niño de póster para el amor incondicional de sus padres. Ni siquiera puede comprenderlo.

Y por eso estoy aquí sola. Le dije a Bernard que hablaría con él más tarde. Solo quería unos minutos sola con mi papá para decir adiós. Las personas que han sido amadas su vida entera como él, no pueden entender cómo me siento ahora mismo.

Suspiro mientras retuerzo mis manos enguantadas en mi regazo. Hoy está cálido, así que están sudando. Mi cuerpo entero está caliente y escurridizo bajo mi vestido negro de encaje y gorro a juego. Se siente como un castigo por alguna razón.

No es el dinero lo que me molesta. No estoy segura de recordar qué es vivir con un presupuesto. Pero soy inteligente y me puedo adaptar. Puedo averiguarlo. Así que no es el dinero. Es el sentimiento que tengo por toda la situación. Las mentiras sobre su enfermedad. Los cambios de último minuto en su testamento. Es como si me hubiera dejado atrás. Como si se lo hubiera llevado consigo, después de todo. Se llevó todo y me dejó sola.

Mi mente divaga hacia Julián. Pienso en él constantemente. Su casa arriba de esas montañas. Su familia. Cuán feliz lucía cuando estaba allí. Un tipo diferente de felicidad al que vi en el hotel. ¿Por qué los mantiene en secreto? ¿Por qué engaña? ¿Por qué hace algo?

No puedo dejar de pensar en él.

Es como si hubiera cambiado el lugar con Manuel, en quien apenas he pensado en toda la semana pasada. No puedo soportar mirar a Manuel, para ser honesta. Incluso ahora, su nombre comienza a enfermar mi estómago.

Un hombre se aclara la garganta detrás de mí.

—¿Necesita algo, señorita Prust?

No me vuelvo. Solo niego.

—Puede permanecer tanto como quiera. ¿Necesita un aventón a casa?

He estado aquí por más de una hora, solo mirando la tumba. Al contrario de las películas, no llenan las tumbas después de que la gente se va. Los cementerios trabajan con un horario, al parecer, como todo lo demás. Así que el ataúd negro brillante en el hoyo frente a mí solo tiene los puñados de tierra simbólicos encima. Puedo escuchar la maquinaría en otra parte del cementerio mientras trabaja para cubrir la tumba de otro deceso reciente. Puede que esté jodiendo su horario, se me ocurre, pero, ¿a quién le importa? Creo que si hay un momento en la vida cuando puedes ser un poco egoísta acerca de tomar el tiempo de otra persona, es cuando estas sentado en un cementerio.

—No, gracias —respondo finalmente—. Tengo un auto.

Todos desaparecieron después de averiguar lo del testamento. Aún no es oficial, estas cosas toman tiempo. Pero está escrito.Charlotte Prust está eliminada. Posee un hotel de lujo con problemas financieros, y estoy segura que no voy a llegar a ningún lugar con eso, desde que todo el lugar está flojo después de que Julián se fuera y Mario tomara el trabajo que Manuel le ofreció.

Manuel, ni siquiera puedo.

Ni siquiera puedo con ese hotel tampoco. Solo me siento... derrotada.

—Lo siento por tu pérdida.

Volteo la cabeza un poco a la voz de mujer detrás de mí, pero no lo suficiente para ver quién es.

—Gracias —murmuro.

Hay un crujido de ropa mientras camina hacia la fila de sillas enfrente de la tumba en la que estoy sentada sola. Toma asiento dos sillas abajo y pone un maletín negro de piel en el cojín de terciopelo rojo.

Lo miro, después levanto la mirada a ella y frunzo el ceño. Es la mujer que tuvo un almuerzo con Manuel el domingo anterior.

—¿Puedo ayudarte?

Sonríe. Y es muy bonita, con sus ojos azules y cabello rubio, su rostro perfecto con maquillaje inmaculado. No ojos inyectados en sangre para ella. Sin manchas de lágrimas en sus mejillas. Su cabello está peinado de una manera profesional que es sofisticado y sexy a la vez.

—Soy amiga de Julián.

Niego y bajo la cabeza. Pero no digo nada. No tengo la energía.

—E iba a enseñarte esto el fin de semana pasado, pero él... —Hace una pausa, quizá tratando de encontrar las palabras correctas para lo que pasó el fin de semana pasado—. Pero no tuvo tiempo.

—No estoy interesada. —Sale débil. Desprovisto de emoción.

—Quizá no. —Suspira—. Pero piensa que al menos deberías saber. —Palmea el maletín y se levanta—. Cuando estés lista.

No tengo nada para eso. Ni siquiera tengo un poco de curiosidad sobre lo que el maletín pudiera contener. ¿Una carta de disculpa? Eso me hace resoplar y la mujer detiene su retirada a media zancada para ver si tengo algo que decir.

No, es más probable que sean más mentiras.

—Lo siente —dice.

—Apuesto a que lo hace.

Suspira, dejando salir una gran oleada de frustración hacia el aire que es tan húmedo que es probable que se aferre a su aliento.

—Realmente lo siente.

—¿Por qué? —pregunto, al fin levantando la cabeza otra vez—. ¿Por qué lo siente exactamente?

La mujer hace un pequeño gesto con las manos. Algo que significa más o menos: No estoy segura.

Eso nos hace dos.

—Si tienes preguntas, puedes llamarme. —Esas son sus palabras finales. Se da la vuelta y se aleja.

Miro fijamente el maletín, después me doy la vuelta en el asiento y veo su retirada. El hombre a cargo está esperando un poco alejado del camino, sus manos cruzadas detrás de la espalda, como si estuviera montando guardia.

Regreso la mirada al maletín, lo levanto de la agarradera y me pongo de pie. Miro por encima dentro del hoyo que sostiene al único padre que conocí y siento la punzada de tristeza mientras una lágrima final cae por mi mejilla.

—Adiós, papá. —Mi mentón tiembla—. Solo quería que supieras que te quiero. Y no me importa el dinero. Si sientes que no merezco nada, entonces hay una razón para eso. Estará bien.

Y eso es todo. Eso es todo lo que hay que decir. Tomó su decisión y voy a vivir con eso.

Me alejo, los tacones de mis zapatos clavándose en el barro debajo del césped profundo con cada paso. Llego al auto, pongo el maletín negro en el asiento del pasajero a mi lado, y después arranco y me alejo

Servicio completo  Julián DraxlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora