Capítulo 2

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EL ANUNCIO

 "Para poder disparar una foto necesito emocionarme".

—Cristina García Rodero.


VENUS

—¡Oh Dios mío! ¡Más profundo!, ¡más profundo! No pares, por favor, ¡más duro! Ooooohhhhhhh.

Me doy un golpe en la frente y siento que voy a estallar.

No, no soy yo la que grita, ni mucho menos estoy viendo porno. Esto es obra de mi magnífico primo Duncan y otra de sus citas ocasionales en el cuarto de al lado.

Antes vivía con mis padres en un pequeño apartamento en un pueblo alejado en Texas, pero hace casi dos años, cuando mamá murió de cáncer, dejó una gran deuda hospitalaria por saldar. Papá no tardó tiempo en conseguir un préstamo, pero también se vio en la obligación de trabajar a doble tiempo para pagarlo.

A pesar de su gran esfuerzo el dinero no bastó y hace alrededor de un año su prestamista empezó a hostigarnos hasta el punto en el que las amenazas llegaron.

En cuestión de meses tuvimos que cambiar de nombre. Por suerte ya había terminado la colegiatura, pero mi padre abandonó sus trabajos y juntos nos mudamos a casa de mi primo Duncan en Nueva York, desapareciendo por completo del radar de quienes nos buscaban por las deudas con la finalidad de hacernos daño.

El primer día en la gran ciudad apliqué para una beca universitaria que, por suerte, se llevó a cabo a través de un programa estudiantil. Después de rendir el examen obtuve una de las calificaciones más altas, por lo que ya tan solo me quedaba pagar la cuarta parte, algo de lo que podía encargarme si tan solo encontraba un trabajo con buena paga.

Por otro lado, debí aceptar que papá dejó de ser el mismo con la pérdida de mamá y hacer algo al respecto. Se involucró con el alcohol y seis meses atrás lo encontraron flotando en el estanque de un parque.

El dolor de pérdida se volvió tortuoso e inexplicable, realmente llegué a pensar que me había quedado sola en este mundo. Algunas veces me pregunté por qué motivo seguía aquí, y otras tantas, en cambio, pensé que lo mejor sería seguir a mis padres, pero no fui lo suficientemente valiente. Todavía no lo soy.

Semanas después de aquel fatídico día, cuando me encontraba sumida en la profunda oscuridad, mi primo, quien siempre estuvo consciente de mi pasión por la fotografía, me obsequió una cámara Nikon por mi cumpleaños número 22, época en la cual también empezaron las clases y entonces supe de Anthony Greece, apropiándolo como mi modelo. Al comienzo lo consideré nada más que un pasatiempo, pero no tardé en darme cuenta de que en realidad mantenía mi mente ocupada, fuera de pensamientos dolorosos.

Del mismo modo, rápidamente di con el gran grupo de fanáticas que tiene y pensé en vendérselas de contrabando, pues, al fin y al cabo, nadie sabe quién es la persona que se encuentra detrás de la cámara.

En la actualidad vivo con Duncan. Tiene 25 años y trabaja como ayudante de enfermería en un hospital público mientras lleva a cabo su carrera de medicina. Su padre es americano y su madre japonesa. Nació en Osaka y tiene los rasgos tan típicos de un asiático. Cuando se graduó del colegio en Japón, al rendir el examen de ingreso a la universidad, de entre un gran número de problemas, tampoco aprobó para ninguna institución en su país, por lo que a mis tíos no les quedó más remedio que enviarlo a estudiar en el extranjero completamente solo y por su propia cuenta, aunque claro que al comienzo le daban manutención mensual.

Duncan no es una mala persona, en lo absoluto, pero como es evidente, enloqueció por completo.

Si pudiera me cambiaría de apartamento e iría a vivir sola, pero tampoco poseo dinero suficiente, estoy ahorrando. Me planteé como meta principal adquirir un nuevo objetivo para mi cámara, después de todo, siempre quise profesionalizarme como fotógrafa de modelos, y una parte muy importante de ello es el retrato.

—Ahhhhhhh, puedo sentirlo. Creo que voy a...

Es el último grito. No lo soporto más.

De inmediato tomo mi bolso, me pongo de pie y salgo del apartamento.


Son aproximadamente las ocho de la noche cuando camino por una calle atestada de personas, muy cerca de la biblioteca que visito con frecuencia.

Después de comprobar la hora en mi teléfono celular, me detengo en frente de un mini market ya que un anuncio llama mi atención.

¡SE BUSCA COMPAÑERO DE CUARTO CON DESESPERACIÓN!

CONVENIENTEMENTE QUE SEA DÓCIL Y CONSIDERADO.

¡LO MÁS PRONTO POSIBLE!

¡TÚ PAGAS LA MITAD Y YO LA OTRA!

¡PRECIO INCREÍBLE!

Arranco la hoja para obtener los datos, considerándola una gran oportunidad en tanto pienso que mi día no ha sido tan malo después de todo.

De repente suena una campanilla y advierto que la puerta del establecimiento junto a mí se abre. Del sitio sale alguien a quien conozco tan bien, que mientras guardo el papel en el interior de mi bolso, con urgencia debo correr para refugiarme detrás de un poste.

Anthony Greece, con sus hombros anchos y serenos, manos dentro de los bolsillos delanteros del jean y una capucha que cubre gran parte de su cabeza, camina relajado sobre la acera.

Pasa muy cerca de mí, pero tan concentrado en sus pensamientos que en realidad no se percata de mi presencia.

Mientras desentierro mi cámara me apresuro a seguirlo cual sombra hasta que, por tercera vez dentro de la semana, lo veo entrar en un bar que tiene una pinta terrible. Por suerte no tendrá problemas legales puesto que tiene 23 años. No obstante, si vieran al ganador nacional de natación entrar en un lugar así, su carrera deportiva se derrumbaría estrepitosamente.

Alcanzo a sacarle una fotografía, pero la imagen resulta ser de mala calidad debido a la falta de luz.

—Esta vez te atraparé —musito, entrando al bar.


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